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Santos Pedro Ch’oe Hyong y Juan Bautista Chon Chang-un, mártires

Hacia el final de la persecución de 1839 Pedro fue apresado como tantos otros, por ser cristiano; pero en ese caso los espías se limitaron a conseguir dinero por medio de extorsiones, que era una práctica habitual de los funcionarios intermedios en época de persecución: pedir rescate a los familiares y amigos.

Tras el martirio de Maubant pasa al servicio de san Andrés Kim, a quien también servirá hasta el martirio del sacerdote, en 1846. En este tiempo contrae matrimonio, y se instala en la capital con un pequeño comercio. Allí continúa catequizando, exhortando -con doctrina y ejemplo- a la fidelidad al evangelio, y realizando una tarea necesaria: copiar libros religiosos.

A la llegada del P. Berneux en 1855 Pedro se pone a disposición del nuevo obispo, y éste lo entusiasma con un proyecto importante para la misión: montar una imprenta. En cuatro años de trabajo, Pedro llegó a imprimir y distribuir millares de libros utilizados en la catequesis.

Con el juicio del P. Berneux llegan a manos de los jueces algunos de esos ejemplares, y los espías se encargan de seguir el rastro de los títulos hasta dar con un traidor que denuncia a Pedro. La prisión del obispo y la pesquisa sobre los libros puso en guardia a Pedro y llegó a poder esconderse, pero el cerco se fue cerrando sobre él, hasta que finalmente es apresado.

Juan Bautista Chon, nacido en 1811 en Seúl, era cristiano también, y había comprado la casa y la imprenta de Pedro unos pocos días antes. La historia de este mártir no está exenta de sinuosidades: en la persecución de 1839 había sido apresado y torturado bárbaramente en la prisión de Kou-riou-kan, de modo que terminó apostatando para librarse. Sin embargo, a la salida de la cárcel su madre, ferviente cristiana, le reprochó su cobardía. Juan comprendió con el tiempo su error, y quiso volver a la práctica de la fe, pero la ausencia de sacerdotes le impedía confesarse, y cayó así en una profunda depresión. 

Con la llegada del P. Andrés Kim su espíritu tomó nuevo impulso, realizó una confesión general, e inició una vida de penitencia que fue edificante para todos los cristianos que se habían escandalizado con su caída.

Fue apresado junto con Pedro, y recibió como él las torturas acostumbradas: bastonazos y puntazos -que fueron con Pedro especialmente crueles-; pero los dos se negaron a dar ningún dato que pudiera comprometer a otros cristianos, a la vez que mantuvieron con entereza la confesión de la fe. Llegaron a ver la muerte del P. Berneux, y dos días más tarde, el 9 de marzo, fueron crucificados, decapitados, y sus cuerpos expuestos -a tenor de la ley- tres días.

Pagando un soborno, la familia de Juan consiguió la devolución del cuerpo, pero en cambio el de Pedro fue abandonado en el campo para que fuera comido por las alimañas y aves carroñeras. Sin embargo no ocurrió eso, y los cristianos pudieron, algunos días más tarde, recoger las preciosas reliquias y enterrarlas junto a las de Juan, cerca del escenario de su pasión. Fueron canonizados el 6 de mayo de 1984.

Ver Ch. Dallet, Historire de L'Église de Corée, II, 535-537; me he limitado a resumir de allí la historia de estos mártires, contada en el original de manera vivaz y emocionante.