SFYS,AÓS

Santos Felipe y Santiago, apóstoles

Se celebran en este día conjuntamente las fiestas de Felipe y Santiago («el menor»). Aunque estas dos fiestas están unidas desde la antigüedad, no parece haber una razón de peso para ello, sólo la costumbre muy arraigada. El Butler señala al respecto que «Mons. Duchesne opina que la conmemoración conjunta el 1 de mayo de san Felipe y Santiago, que aparece también en los sacramentarlos gregoriano y gelasiano, data de la dedicación de la iglesia de los Apóstoles en Roma, llevada a cabo por el Papa Juan III hacia el año 563. Esa iglesia, conocida más tarde con el nombre vago de iglesia de los Apóstoles, estaba originalmente dedicada a san Felipe y Santiago, como lo demuestra la inscripción que se conserva en ella:
«Quisquis lector adest Jacobi pariterque Philippi
Cernat apostolicum lumen inesse locis"
(«Quien, oh lector, se acerque al mismo tiempo a Santiago y a Felipe, reciba la luz apostólica que habita este lugar»).
Pero hay indicios, en ciertos manuscritos del Hieronymianum y en otros documentos, de que originalmente, el l de mayo se celebraba únicamente la fiesta de san Felipe». Naturalmente, el Butler menciona el 1 de mayo porque tradicionalmente era ésa su fecha, hasta que fue modificada por SS Pío XII al instituir la celebración de San José Obrero; lo importante es señalar que los dos apóstoles deben ser tratados por separado, ya que cada uno tiene sus propios testimonios, tradiciones y problemas asociados.

Las listas de apóstoles de Marcos, Mateo, Lucas y Hechos pueden dividirse en tres grupos de cuatro, dentro de los cuales aparecen en distinto orden, pero que siempre estan formados por los mismos (por ejemplo, Juan y Santiago de Zebedeo siempre están en el primer grupo, pero en Marcos y en Mateo se los cita en distinto orden). San Felipe aparece en las cuatro listas encabezando el segundo grupo, junto a Bartolomé, Mateo y Tomás. Sin embargo, fuera de esta aparición en los listados, no tenemos en los Evangelios sinópticos y en Hechos ninguna otra refrencia a Felipe más que su pertenencia a los Doce, y, por supuesto, su permanencia posterior a la resurrección con los demás apóstoles, y la recepción del Espíritu (Hechos 1-2). Los dos episodios protagonizados por Felipe en Hechos 8, la evangelización en Samaría y la conversión del funcionario eunuco, hablan de Felipe el diácono (Hech 6,5) -llamado también Felipe el evangelista-, no de Felipe el apóstol. Así que nuestra fuente de información sobre el apóstol se concentra enteramente en el evangelio de Juan, donde hay que decir que, dada la escasez habitual de datos, tiene una presencia notable.

Lo primero que Juan nos cuenta es que Felipe fue de los primeros que Jesús llamó a su lado, precisamente al día siguiente que a Andrés y a Pedro, y que era del mismo pueblo que ellos:
«Al día siguiente, Jesús quiso partir para Galilea. Se encuentra con Felipe y le dice: Sígueme. Felipe era de Betsaida, de la ciudad de Andrés y Pedro.» (Jn 1,43-44); podría deducirse sin problemas que también Felipe, como Andrés, estaba en el círculo de los de Juan el Bautista, pero no es un dato que se pueda afirmar con toda seguridad. Clemente de Alejandría dice que Felipe es el mismo joven al que Jesús dijo -en Lucas 9,60- «deja que los muertos entierren a los muertos...»; sin embargo, como bien observa Butler: «Es probable que Clemente de Alejandría no tuviese más argumento que el hecho de que el Señor había dicho en ambos casos: Sígueme». Señalo el caso para que se vea cuan a menudo llamamos «tradiciones» a afirmaciones cuyo fundamento es más que endeble.

Muy impresionado debió haber quedado Felipe con su primer encuentro con Jesús, ya que sin intermedios nos cuenta Juan que Felipe se encontró con Natanael (a quien la tradición armonizadora ha identificado sin demasiados motivos con el apóstol Bartolomé) y le dijo: «Ese del que escribió Moisés en la Ley, y también los profetas, lo hemos encontrado: Jesús el hijo de José, el de Nazaret» (Jn 1,45). Notemos que es toda una confesión de fe, donde aparecen algunos elementos centrales: la verdadera humanidad de Jesús, junto con su mesianidad. Más adelante nos volvemos a encontrar con Felipe en la multiplicación de los panes:
«Al levantar Jesús los ojos y ver que venía hacia él mucha gente, dice a Felipe: "¿Donde vamos a comprar panes para que coman éstos?" Se lo decía para probarle, porque él sabía lo que iba a hacer. Felipe le contestó: "Doscientos denarios de pan no bastan para que cada uno tome un poco."» (Jn 6,5ss)
Posiblemente Juan no quiere sólo contarnos una anécdota ocasional sobre Felipe, sino enseñarnos una actitud de discípulo en el ejemplo de uno de los Doce, que podría ser quizás que Felipe, lejos de desesperar por lo imposible del asunto, constata que humanamente no cabe hacer nada, y deja el espacio abierto a la actuación de Jesús.

Lo siguiente que sabemos de él nos viene en el capítulo 12 y en el 14, y a mi entender los dos episodios están relacionados: en el 12 unos griegos le piden a Felipe que les muestre a Jesús (12,21), y en el 14, Felipe le pide a Jesús que les muestre al Padre (14,8). El primer pedido, el de los griegos, no parece tener respuesta, sin embargo se dice allí una frase que viene bien acopiar: «donde yo esté, allí estará también mi servidor», porque luego, en el planteo del capítulo 14 Jesús nos enseña que quien lo ve a él ya ha visto al Padre. Quizás debamos concluir de todo este encadenamiento de pedidos, que así como el Padre está allí donde está el Hijo, también está allí el Hijo donde están los servidores del Hijo, motivo por el cual aquellos griegos del capítulo 12 no obtuvieron una respuesta inmediata de Jesús, porque en realidad ya estaban viendo a Jesús: cuando estaban viendo a sus servidores, a su Iglesia. Tal vez sea una lectura aventurada, pero no lo creo, máxime teniendo en cuenta que es raro que Juan cuente una anécdota aparentemente ocasional, como es la presencia de Felipe en los dos pedidos, si no es para establecer una relación que el lector debe buscar.

Aquí se acaba todo lo que sabemos de primera mano sobre Felipe, y comienzan las tradiciones que tratan de completar las lagunas y la sed de datos más concretos que nos dejan los siempre escuetos evangelios. Eusebio, basándose en Clemente de Alejandría, incluye a Felipe entre los apóstoles de los que se sabe fehacientemente que eran casados, y que tuvo hijas, a las que a su vez entregó en matrimonio (Hist. Ecl. III,30), pero tengamos en cuenta que Eusebio está en el contexto de la polémica antimatrimonio que llevaban adelante desde el siglo II algunas sectas, por lo que los datos pueden ser puramente apologéticos. También cita (III,31) una carta de Polícrates de Éfeso al papa Víctor en al que dice: «Felipe; uno de los doce apóstoles, que reposa en Hierápolis, dos de sus hijas que envejecieron vírgenes y otra hija suya que, tras vivir en el Espíritu Santo, duerme en Éfeso.», y poco más adelante, trae sobre el mismo asunto el testimonio de Proclo: «Después de Felipe, hubo en Hierápolis (la de Asia) cuatro profetisas que eran hijas de éste. Su sepulcro y el de su padre se hallan en aquel lugar». Es posible que este último testimonio -aunque Eusebio está hablando del apóstol- se refiera en realidad a Felipe el diácono quien, segun Hechos 21,9, tuvo cuatro hijas vírgenes y profetisas. El mismo Eusebio (III,39) testimoniando sobre Papías de Hierápolis, cita un escrito de éste en el que dice haber conocido a las hijas del apóstol Felipe, y que por boca de ellas supo que se atribuía a Felipe la resurrección de un muerto. Hacia el año 180, Heracleón, el gnóstico, sostuvo que los Apóstoles Felipe, Mateo y Tomás, habían tenido una muerte natural; pero Clemente de Alejandría afirmó lo contrario y, la opinión que ha prevalecido es la de que Felipe fue crucificado, cabeza abajo, durante la persecución de Domiciano, es decir, cerca del final de su reinado, que llegó hasta el año 96.

Santiago, como es sabido, es la forma aglutinada de San Jacobo o San Jaime, que son el mismo nombre latinizado del muy bíblico, y muy frecuente, Iaacov, que a través de su transcripción Yago da Sant'Yago, y de allí Santiago. Como en la España levantina abundan los Vicentes, en Palestina abundaban los Iaacov. Sólo entre los apóstoles tenemos dos que se llaman así, y que para distinguirlos los señalamos como "el mayor" y "el menor". Pero hay más Santiagos en el Nuevo Testamento:
-Mateo 13,55 nos dice que los «hermanos» de Jesús (es decir, hermanastros o primos quizás) se llamaban Santiago, José, Simón y Judas;
-Mt 27,56 menciona a una María «madre de Santiago y de José»;
-en Marcos 16,1 se habla de «María la de Santiago», que vuelve a mencionarse igual en Lucas 24,10;
-en Lucas 6,16 y Hechos 1,13 se habla de un «Judas de Santiago», a quien habitualmente identificamos con Judas Tadeo; ese «de Santiago» es más probable que se refiera a «hijo de Santiago» y no a «hermano de Santiago», como arbitrariamente se ha leído a veces;
-naturalmente las menciones de Hechos a «Santiago y los hermanos [de Jesús]» (12,17);
-una de las epístolas del NT se atribuye a un Santiago, aunque es difícil saber a cuál.

Ya he señalado otras veces la tradición armonizadora que se pone en movimiento a fines del siglo I, pero que se intensifica sobre todo con la crisis gnóstica, en el siglo II (ver, por ejemplo, Santas María de Cleofás y Salomé, San Simón, obispo (pariente del Señor), San Bartolomé, apóstol), y que trata de suplir con una supuesta equivalencia de personajes, basados en evidencias por completo secundarias, el desconocimiento -que ya a esa altura era semejante al nuestro- con respecto a situaciones y personas que habían sido, o tan cotidianas que los Evangelios no necesitaron explicarlos a sus contemporáneos, o tan poco relevantes, que se ahorraron las digresiones. Así, y en especial respecto de los Santiagos, todos los que se mencionan en el NT, que a lo mejor fueron tres o más, quedaron reducidos a dos: los dos apóstoles. Naturalmente, hubo que forzar un poco el panorama, porque con una lectura atenta de Hechos de los Apóstoles poco puede sostenerse que los «hermanos de Jesús» hayan sido apóstoles, cuando más bien los evangelios dicen que en vida de Jesús no creyeron en él (cfr. Mc 3,21.31; y sobre todo Jn 7,5, que lo afirma rotundamente).

 

Hoy ya es imposible sostener que no hay, por lo menos, tres Santiagos:
-El llamado Mayor, Apóstol del grupo de tres más cercanos a Jesús, testigo de la transfiguración y Getsemaní, según afirma la tradición (la terna «Pedro, Santiago y Juan» que se menciona en los evangelios estaría formada por este Santiago), cuya fiesta celebramos el 25 de julio, y que es a la vez el Apóstol de España y el que murió en martirio hacia el 44, el primero de los Doce, dos hechos que no parecen del todo compatibles...
-El que Hechos llama «el hermano del Señor», que es, según parece, el único de los hermanos que tuvo gran importancia en la iglesia primitiva, a pesar de que se mencionen cuatro en Mateo (aunque Simón también fue luego Obispos de Jerusalén, y la tradición lo identifica con otro de los hermanos). Este hermanastro está asímilado en la tradición armonizadora al que hoy nos ocupa, es decir, al «Menor», y por lo tanto no tiene fecha de celebración propia, aunque es dudoso que deba ser considerado apóstol. Este Santiago es quizás el integrante de la terna «Pedro, Juan y Santiago» de Hechos, es decir, las «Columnas de la Iglesia», que lo más probable es que no sea la misma terna de los evangelios, donde claramente se mencionaba a tres apóstoles.
-Finalmente el que celebramos hoy, el «Menor», del que muy cautamente el elogio del Martirologio Romano aclara: «considerado en Occidente como el pariente del Señor». Lamentablemente, si el pariente del Señor no es el Apóstol -y esto es más que probable: es dato que puede afirmarse con certeza razonable-, sobre Santiago el menor no poseemos casi datos, ya que la tradición se ha limitado a transferirle a este apóstol lo que posiblemente deba decirse del pariente del Señor: que fue el primer obispo de Jerusalén, que fue columna de la Iglesia, que tuvo muchísima influencia en los primeros años de la Iglesia, y que quizás deba atribuirse a él la epístola que lleva su nombre.

El Martirologio se encuentra tironeado por dos lados, por una parte, el santoral no es ni debe ser una caja de resonancia de leyendas y tradiciones espurias; desde el principio, ya con el Cardenal Baronio en el siglo XVI, se procuró que lo que entrara al santoral -en cada época con los medios disponibles- tuviera no sólo la plausibilidad de lo bien narrado, sino la solidez del dato históricamente cierto, o al menos probable. El planteo teórico del Martirologio actual mantiene y acrecienta esta línea de rigurosidad. Por otra parte, en lo que hace a los primeros siglos de la Iglesia, y en especial al primero, en muchos casos las tradiciones legendarias están tan firmemente arraigadas que hasta hay creyentes que creen que todos esos «datos» (la cantidad de Marías, de Santiagos, las listas de apóstoles, etc.) son parte del depósito de la fe, cuando son sólo expresión de recuerdos necesariamente imprecisos del momento en que sólo devinieron importantes cuando ya no quedaba nadie a quien preguntarle. El Butler-Guinea, edición castellana del 64 que se basa en la inglesa de 1954, dice, por ejemplo: «Ordinariamente se considera al Apóstol Santiago el Menor (o el joven), a quien la liturgia asocia con san Felipe, como el personaje designado con los nombres de «Santiago, el hijo de Alfeo» (Mat. 10,3 ; Hechos 1,13) y «Santiago, el hermano del Señor» (Mat. 13,55; Gal. 1,19). Tal vez se identifica también con Santiago, hijo de María y hermano de José (Marc. 15,40). Pero no vamos a discutir aquí el complicado problema de los "hermanos del Señor", ni las cuestiones que se relacionan con él»; de parecido tenor nos encontramos en otras publicaciones prestigiosas; prácticamente lo que se refiere a divulgar estas cuestiones, se despacha con «no vamos a discutir aquí», lo que todos saben que es, no sólo discutible, sino casi incuestionable: que la tradición armonizadora ha achicado la tradición para dar un panorama de conocimiento y certeza que no es tal; ha reemplazado auténtica tradición por seguridad.

Aunque por desgracia no contemos por el momento con tres fiestas de Santiago, correspondientes a los tres Santiagos que fueron relevantes en la Iglesia inicial, contentémonos con saber que hoy celebramos no sólo al Santiago Apóstol, segundo mencionado en las listas de apóstoles, llamado «Menor», sino también a un personaje prominente de Jerusalén, indispensable para entender cómo la Iglesia de Cristo fue dejando de ser una secta judía para pasar, a ser, no sabemos exactamente cuándo, pero rondando las décadas del 70 u 80, una comunidad creyente con una identidad completamente propia. En ese largo proceso, el Santiago que gobernó la Iglesia de Jerusalén, fuera el pariente del Señor, fuera el Apóstol, fue determinante, como fue determinante su actuación en el llamdo «Concilio de Jerusalén» (Hechos 15), como lo recuerda el elogio de la celebración: «Al suscitarse la controversia sobre la circuncisión, se apartó del criterio de Pedro, a fin de que no se impusiese a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo.» este Santiago obispo de Jerusalén murió mártir, y, a creer al relato de Josefo (pero el hecho está atestiguado en distintas tradiciones), apedreado hacia el año 62, aunque otros dicen que arrojado desde lo alto del templo.

Bibliografía: La fuente principal de este artículo es el Butler-Guinea (pág 256ss), del que he tomado referencias, ideas, y algún fragmento de párrafo literal, sin embargo lo he desarrollado a mi manera, e incorporando datos de «Comentario Bíblico San Jerónimo», en especial del Tomo V, la cuestión de Los Doce (y los Santiagos), págs 752 y ss. Las citas de Eusebio están tomadas directamente, pero ya he hecho las referencias en el propio texto. Puede leerse con mucho provecho la elaboración histórica sobre los apóstoles en el cap. 27 (III vol.) de «Un judío marginal», de Meier, ed. Verbo Divino, 2003, también otras partes de la misma obra tratan el tema.
Cuadros: el de Felipe es de Durero, 1516, actualmente en Galería Degli Uffizi, en Florencia. El de Santiago el Menor es de Rubens, siglo XVII, y se encuentra en el Museo del Prado, Madrid. Puesto que lso orientales sí distinguen entre los dos Santiagos Apóstoles y Santiago el pariente (llamado por los ortodoxos «El Justo»), hay íconos específicos de ese Santiago, con los atributos propios del patriarcado, ya que fue el obispo de Jerusalén.

Nota sobre el elogio del Martirologio Romano (corr. 2023): la edición castellana de 2007 dice "Al suscitarse la controversia sobre la circuncisión, se apartó del criterio de Pedro, a fin de que no se impusiese a los discípulos venidos de la gentilidad aquel antiguo yugo." Cualquiera puede ver en el relato de Hechos 15 que es precisamente al revés: Santiago adhirió al criterio de Pedro, no se apartó de él.

Se trata evidentemente de un error de traducción (¡uno de los tantos!) que tiene la edición castellana. Ahora bien, lo interesante es ver que la formulación latina no carece de dificultad, dice: "controversia de circumcisione orta, in Petri sententiam discessit, ne illud vetus iugum discipulis ex gentibus imponeretur", es decir que verdaderamente utiliza el verbo apartarse (discedo), solo que no dice que se apartó del criterio de Pedro, sino que se apartó "hacia el criterio" ("in sententiam")... lo que ocurre (y que confundió al apurado traductor) es que nos dice que se apartó, pero no de quién se apartó. Es muy discreto y sutil: se apartó del partido de los que querían imponer la circuncisión, y adhirió al criterio de Pedro, con lo cual de paso nos dice algo más sobre Santiago: formaba parte del partido de los que querían imponer la circuncisión... hasta que se apartó. Ya lo sabíamos, pero vale la pena ver cómo se las arregla el elogio para contarnos esa parte incómoda de la historia del santo.