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Santa Vivina, abadesa

Casi todo lo que se cuenta de santa Vivina conviene igualmente a otras religiosas santas de la Edad Media. Vivina era una flamenca que había recibido buena educación. A eso de los quince años decidió abandonar el mundo y la casa de su padre. Tenía por entonces varios pretendientes entre los que se distinguía un joven noble llamado Ricardo, a quien los padres de Vivina veían con buenos ojos. Cuando Ricardo, que estaba profundamente enamorado de Vivina, se enteró de que ella no estaba dispuesta a casarse, cayó gravemente enfermo, con peligro de su vida. Sintiéndose responsable de aquella enfermedad, la joven oró y ayunó por él hasta que recobró la salud, en forma aparentemente milagrosa.

A los veintitrés años, Vivina abandonó la casa paterna furtivamente, llevándose un salterio. Con otra compañera construyó una ermita con ramas cerca de Bruselas, en el bosque de Grand-Bigard (Groot-Bijgaarden). Pero las gentes de la ciudad, movidas por la curiosidad, acudían a verla y no la dejaban en paz. El conde Godofredo de Brabante le ofreció tierras y dinero para que fundara un monasterio, y la santa aceptó de buen grado. Vivina y su comunidad se pusieron bajo la dirección del abad de Afflighem. Dicho monasterio, que todavía existe, se hallaba situado cerca de Alost y estaba entonces poblado de monjes «que más bien parecían ángeles que hombres», según el testimonio de san Bernardo. Bajo tales auspicios, el convento de Grand-Bigard empezó a prosperar, aunque la abadesa tuvo que hacer frente a muchas dificultades; en efecto, algunas de sus súbditas juzgaban que no era bastante discreta, sobre todo en cuestión de penitencia, y no supieron callarse su opinión. Santa Vivina les advirtió que se estaban dejando engañar por el demonio; pero tuvo que hacer un milagro para convencerlas de ello. Después de la muerte de santa Vivina, el convento se convirtió en un sitio de peregrinación. Dios obró numerosos milagros en el sepulcro de la santa; sus reliquias se hallan actualmente en Nuestra Señora de Sablon, en Bruselas.

Los bolandistas publicaron un relato legendario sobre la santa, en «Anecdota J. Gielemans» (1895), pp. 57-59. Véase también Van Ballaer, «Officium cum Missa» (1903).