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Santa María de la Cruz Jugan, virgen y fundadora

Nació en Bretaña, en Cancale (Francia), el 25 de octubre de 1792, en plena tormenta revolucionaria. Fue la sexta de una familia de ocho hijos, de los cuales cuatro morirán de pequeños. Su padre, pescador, desaparece en el mar cuando ella tiene solamente cuatro años. Su madre, a partir de entonces, se encuentra sola para cuidar y mantener a sus cuatro hijos. Será de su madre y de su tierra nativa que Juana heredará una fe viva y profunda, un carácter afirmado, una fuerza de alma que ninguna dificultad podrá hacer titubear. Se dijo de la fe de los Cancaleses: «A pesar de la persecución, el pueblo Cancalés conservó su fe. Avanzada la noche, en un desván o en un granero, incluso en medio del campo, los fieles se reunían y, en el silencio de la noche, el sacerdote ofrecía el Santo Sacrificio y bautizaba a los niños. Pero, a causa de los numerosos peligros, esa felicidad era poco común».

Como consecuencia del clima político y de las dificultades económicas, Juana no puede ir a la escuela. Aprenderá a leer y a escribir, gracias a las terciarias eudistas, muy extendidas en la región, que le enseñan el catecismo. Juana hacía parte de ese mundo de pobres y de pequeños, en donde, muy pronto, se conoce la ley del trabajo. Siendo aún niña, rezaba el rosario mientras guardaba el ganado en los altos acantilados que dominan la bahía de Cancale, en un marco de belleza que eleva y engrandece el alma. De vuelta a su casa, ayudaba a su madre en las tareas domésticas. A los 15 años, se va a trabajar a 5 km de Cancale a una casa señorial, en donde, con la propietaria, irá al encuentro de los más necesitados. Siendo ella misma pobre, percibía la humillación que sienten los pobres a los que «asiste». Juana entra así en contacto con un medio social diferente al suyo.

El año 1801 marca una etapa importante para la Iglesia de Francia. Al firmar el Concordato, el 16 de julio, Bonaparte autoriza de nuevo la libertad de culto. Es un verdadero despertar espiritual. En 1803, en St Servan (municipio de St Malo), el obispo de Rennes administra el sacramento de la confirmación a más de 1500 personas. Se predican muchas misiones parecidas a las que tenían lugar en siglos anteriores por San Vincente de Paul, San Juan Eudes o San Luis-María Grignion de Montfort, para ayudar al renacimiento religioso. En Cancale, tuvo lugar una misión en 1816, otra en Saint Servan en 1817. «La elocuencia de los sacerdotes era tan fuerte, tan apremiante, tan persuasiva, que pronto, desde las 5 h de la mañana hasta las 7 h de la tarde, nuestras Iglesias quedaban pequeñas». En este clima de fervor, Juana tuvo la certeza de que Dios la llamaba a su servicio. Dejando así, sin ninguna esperanza a un joven que la pide en matrimonio y al que dijo: «Dios me quiere para Él. Me reserva para una obra desconocida, para una obra que aún no está fundada». Y como respuesta inmediata, divide en dos partes toda su ropa, deja la mejor a sus hermanas y se va a St Servan, en donde, durante 6 años, su trabajo de ayudante-enfermera la pondrá en contacto con la miseria física y moral. Ella entra a formar parte de la Orden Tercera del Corazón de la Madre Admirable (eudista), donde descubre el cristianismo del corazón: «No tener más que una vida, un corazón, una alma, una voluntad con Jesús». Hará la experiencia de una vida a la vez activa y contemplativa centrada en Jesús. Desde entonces, no tendrá más que un deseo: «ser humilde como Jesús lo ha sido». Siendo esta su gracia personal, la nota que la caracteriza y a la que responderá con todo su corazón. Por motivos de salud, Juana deja el hospital y es acogida por una amiga terciaria, la señorita Lecoq, a la que servirá durante 12 años, hasta su muerte en 1835.

En 1839, Juana tiene 47 años y comparte con dos amigas, Françoise Aubert, llamada Fanchon, de 71 años, y Virginie Trédaniel, joven huérfana de 17 años, un pequeño apartamento de dos habitaciones. En este momento, St Servan se encuentra en una mala situación económica. De los 10.000 habitantes, 4.000 viven de mendicidad. La administración local abre una oficina de beneficencia, donde sólo podrán acudir los pobres del municipio que lleven un documento escrito con la indicación «Pobre de St Servan». Juana penetrará en lo más profundo de esa miseria. Dios la espera en el pobre, y ella lo encontrará en el pobre. Una tarde de invierno de 1839, Juana, conmovida, encuentra a una pobre anciana, ciega y enferma, que acaba de perder su único apoyo. Juana no duda ni un segundo, la coge en sus brazos, le da su cama y ella se instala en el desván.

Ésta es la chispa inicial de un gran fuego de caridad. A partir de entonces, nada la detiene. En 1841 alquila un local en donde acoge a 12 ancianas. Varias jóvenes se unen a ella. En 1842, adquiere -sin dinero- un antiguo convento en ruinas, donde muy pronto albergarán a 40 ancianos. Para poder hacer frente al problema financiero y animada por un Hermano de San Juan de Dios, Juana sale a la calle con el cesto en el brazo, se hace mendiga para los pobres y funda su obra abandonada a la Providencia de Dios. En 1845, recibe el Premio Montyon, que la Academia Francesa atribuye como recompensa al «francés pobre que haya hecho durante el año, la acción más virtuosa». Siguen las fundaciones de Rennes y de Dinan en 1846, la de Tours en 1847, de Angers en 1850. Sólo mencionamos las fundaciones en las que Juana participó, ya que pronto, la Congregación se extenderá por Europa, por América y por África y, poco después de su muerte, por Asia y Oceanía.

Esta fecundidad es el fruto de un despojo total, radical. En 1843, cuando Juana vuelve a ser elegida superiora, inesperadamente y con su sola autoridad, el Padre Le Pailleur, consejero desde los comienzos de la obra, anula la elección y nombra a Marie Jamet (21 años) en su lugar. Juana ve en ello la voluntad de Dios y se somete. Desde este momento y hasta 1852, ella sostendrá su obra por medio de la colecta, yendo de casa en casa, animando con su ejemplo a las jóvenes hermanas, sin experiencia, y obteniendo las autorizaciones oficiales necesarias para la marcha del Instituto. En 1852, el obispo de Rennes reconoce oficialmente la Congregación y nombra al Padre Le Pailleur superior general del Instituto. Su primer acto será el de llamar definitivamente a Juana Jugan a la Casa Madre donde estará retirada los 27 últimos años de su vida. ¡Misterio de ocultamiento! Todo ese tiempo, las jóvenes hermanas ni siquiera saben que ella es la fundadora. Pero Juana, al vivir entre las novicias y postulantes, cada vez más numerosas a causa de la extensión de la obra, transmitirá con su serenidad, su sabiduría y sus consejos el carisma que la habita y que ella misma ha recibido del Señor, y todo esto en un constante espíritu de alabanza.

Ella podía decir con toda verdad: «Pequeñas, sean muy pequeñas. Es tan hermoso ser pobre, no tener nada, esperarlo todo del buen Dios». «Amen mucho al buen Dios, es tan bueno. Confiemos en Él». «No olviden nunca que el Pobre es nuestro Señor». «No rechacen nada al buen Dios». «Miren al Pobre con compasión y Jesús las mirará con bondad». El 29 de agosto de 1879, se duerme apaciblemente en el Señor después de haber pronunciado estas últimas palabras: «Padre eterno, abrid vuestras puertas, hoy, a la más miserable de vuestras hijas, pero que tiene tantos deseos de veros... Oh María, mi buena Madre, venid a mí. Vos sabéis que os amo y que tengo grandes deseos de veros».

Fue beatificada `pr SS Juan Pablo II el 3 de octubre de 1982 y canonizada por SS Benedicto XVI el 11 de octubre de 2009.