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Santa Hilda, abadesa

Seguramente que el culto de esta santa abadesa comenzó muy poco después de su muerte, pues su nombre figura ya en el calendario de san Wilibrordo, escrito a principios del siglo VIII. Hilda era hija de Hererico, sobrino de Edwino, rey de Nortumbría. Fue bautizada por san Paulino junto con Edwino, a los trece años de edad. Según dice Beda, los primeros treinta y tres años de su vida «los pasó noblemente en el estado secular y, todavía más noblemente, dedicó la otra mitad de su vida al servicio de Dios en la religión». Santa Hilda se trasladó al reino de Anglia del este. Tenía la intención de retirarse al monasterio de Celles, en Francia, donde se hallaba su hermana Hereswita, pero san Aidán la convenció para que volviese a Nortumbría, donde fundó una pequeña abadía junto al río Wear. Más tarde, fue nombrada abadesa del monasterio mixto de Hartlepool, donde lo primero que hizo fue establecer el orden, guiada «por su prudencia innata y su amor al servicio divino». Unos diez años después fue trasladada a Streaneshalch (que se llamó más tarde Whitby), ya fuese para reformar una abadía o para fundarla. Se trataba también de una abadía mixta. Los religiosos y las religiosas vivían completamente separados, pero se reunían en la iglesia para el canto del oficio divino. Según la costumbre, la abadesa era superiora en todo, excepto en lo estrictamente espiritual. Beda escribe que Santa Hilda desempeñó su oficio con tanto tino, «que no sólo las gentes del pueblo, sino aun los reyes y príncipes solían consultarla y seguir sus consejos. A aquéllos que estaban bajo su dirección, los obligaba a leer con asiduidad la Sagrada Escritura y a ejercitarse constantemente en las buenas obras, de suerte que llegasen a ser aptos para las funciones eclesiásticas y el servicio del altar».

Algunos de los monjes de santa Hilda llegaron a ser obispos, como san Juan de Beverly. El poeta Caedmon, que servía en el monasterio, tomó finalmente el hábito por consejo de la santa y fue venerado localmente como santo, después de su muerte. Santa Elfleda, discípula de Hilda, fue su sucesora en el gobierno de la abadía. El éxito con que la santa supo gobernar la abadía y ganarse el afecto de sus súbditos puede verse en las páginas que le dedica Beda en su Historia Ecclesiástica. Probablemente por razón de su magnífica situación, se escogió la abadía de Whitby para el sínodo convocado en el año 664 para discutir la fecha en que debía celebrarse la Pascua y otros problemas espinosos. Santa Hilda y sus súbditos se aliaron con los escoceses en favor de las costumbres célticas, pero triunfó el partido opuesto, encabezado por san Wilfrido, y el rey Oswy impuso en Nortumbría la costumbre romana. Sin duda que santa Hilda obedeció a la decisión del sínodo, pero es posible que haya quedado un poco resentida por la actitud de San Wilfrido, ya que más tarde apoyó decididamente a san Teodoro de Canterbury contra él en la cuestión de las diócesis del norte. Siete años antes de su muerte, Santa Hilda contrajo una enfermedad de la que no volvió a sanar. Sin embargo, en ese lapso «no dejó nunca de dar gracias al Creador y de instruir en privado y en público a sus súbditos. Con su ejemplo exhortaba a todos a servir fielmente a Dios en la salud y a darle gracias en la enfermedad y en la adversidad». Santa Hilda murió probablemente al amanecer del 17 de noviembre de 680. Como dice Beda, una religiosa «que la amaba apasionadamente» y que no pudo asistir a su muerte porque estaba encargada de las postulantes, tuvo una visión de lo sucedido y lo refirió a las religiosas que estaban con ella. Otra religiosa, llamada Begu, que se hallaba en la casa de Hackness, a veinte kilómetros de distancia, oyó en sueños el tañido de unas campanas y vio el alma de su abadesa partir al cielo. Inmediatamente, convocó a sus hermanas y pasaron toda la noche orando en la iglesia. Al amanecer «llegaron los hermanos desde el sitio en que la santa había pasado a mejor vida, con la noticia de su muerte». Cuando los daneses destruyeron el monasterio de Whitby, las reliquias de santa Hilda se perdieron o fueron trasladadas a un sitio desconocido. Su fiesta se celebra todavía en la diócesis de Middlesbrough.

Casi todo lo que sabemos sobre Santa Hilda se reduce a lo que cuenta Beda en su Historia Ecclesiastica. Véanse, sin embargo, las notas de la edición de C. Plummer y también Howorth, The Golden Days of Early English Church, vol. III, pp. 186-195 y passim, Cf. Stanton, Menology, pp. 551-552.