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Santa Alicia, virgen y reclusa

He aquí la historia de una vida sin complicación alguna, escrita con un estilo muy sencillo que deja la impresión de absoluta sinceridad, por un contemporáneo, posiblemente un monje del Císter, confesor de la comunidad. Alicia era una niña frágil y encantadora, natural de Schaerbeek, villa cercana a Bruselas, que, por voluntad propia, desde la edad de siete años, quedó al cuidado de la comunidad de monjas del Císter, en un convento cercano llamado «Camera Sanctae Mariae», nombre éste que aún subsiste en el bosque de la Cambre, en las afueras de la ciudad. Entre las virtudes de la niña, destacaban la humildad, la mansedumbre y una decidida inclinación a la piedad. Se relatan algunos milagros sencillos realizados por ella, como el encendido espontáneo de una vela que se había apagado al caer.

Por otra parte, desde su ingreso al convento se entregó por entero a servir a sus hermanas en religión. Cuando era todavía muy joven contrajo la lepra y, para gran pena de toda la comunidad, tuvo que ser separada. Sin embargo, aquella fue una fuente de consuelo para Alicia, puesto que, según dijo ella misma con simplicidad, pudo refugiarse más completamente en los sufrimientos de Cristo. Su mayor felicidad era recibir diariamente la Sagrada Comunión. En estas ocasiones, no se le permitía recibirla en las dos especies como todas las demás religiosas, a causa del posible contagio si sus labios tocaban el cáliz. Aquello era motivo de gran contrariedad para Alicia, hasta que el mismo Señor le aseguró que no perdía nada con ello. «Donde está una parte -se le dijo- está el todo». El día de la fiesta de San Bernabé del año 1249, Alicia estuvo tan enferma, que recibió los Santos Óleos, pero en una visión se le reveló que permanecería en la tierra precisamente un año más. Continuó su existencia de siempre, aunque en medio de grandes sufrimientos: quedó completamente ciega y su cuerpo se cubrió de llagas. Ella ofrecía todos sus dolores por las ánimas del purgatorio y, a medida que se acercaba su fin, recibía cada vez con mayor frecuencia, el alivio de los éxtasis y las revelaciones. Precisamente un año más tarde, un viernes 10 de junio, estuvo tan enferma, que de nuevo le pusieron la extremaunción, pero recién al amanecer del día siguiente, la fiesta de San Bernabé, entregó su alma al Señor.

La biografía está impresa en Acta Sanctorum, junio, vol. III. En 1907, el Papa Pío X autorizó oficialmente su culto. La orden del Císter celebra su fiesta lo mismo que la diócesis de Malinas, el 15 de junio.