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San Sabino, eremita

Se venera a san Sabino como el apóstol del Lavedán, región de los Pirineos en cuyos confines se halla situada Lourdes. Según la leyenda, Sabino, que nació en Barcelona, fue educado por su madre. A los pocos años, el niño pasó a Poitiers a continuar su educación bajo la dirección de su tío Eutilio, quien le nombró tutor de su primo, más joven que él. El ejemplo y las palabras de Sabino hicieron tanto bien a su primo, que el joven escapó de su casa e ingresó en el monasterio de Ligugé. Eutilio y su esposa rogaron a Sabino que emplease su influencia para hacer volver a su hijo; pero Sabino se negó a ello, citando las palabras del Evangelio en las que el Señor nos manda amarle más que a nuestro padre y a nuestra madre. Acto seguido, Sabino comunicó a sus tíos que él también estaba decidido a tomar el hábito en Ligugé.

Más tarde, san Sabino abandonó el monasterio para vivir en la soledad. Primero estuvo en Tarbes, y más tarde se dirigió al monasterio de Palatium Aemilianum, en el Lavedán. Fronimio, el abad del monasterio, le designó un sitio en las montañas de los alrededores y el santo se construyó allí una celda. Luego se metió a vivir a un pozo, y cuando Frominio le dijo que sus austeridades rayaban en la exageración, el santo le respondió que cada cristiano debía hacer penitencia por sus pecados en la forma particular que Dios le pide. San Sabino predicaba a los campesinos de los alrededores, tanto con la palabra como con el ejemplo de su vida penitente, y obró numerosos milagros. Por ejemplo, en cierta ocasión en que un campesino le reprendió ásperamente porque cruzaba su campo para ir a traer agua de la fuente, el santo la hizo brotar de la roca para no ofender a su vecino. Y una noche, como la yesca se le había acabado, encendió una tea, con el fuego de su propio corazón. Sólo tenía una túnica, que le duró doce inviernos y doce veranos.

Al recibir el aviso del cielo acerca de su próxima muerte, Sabino mandó llamar a los monjes y entregó el alma rodeado por ellos y por los campesinos de los alrededores. Su cadáver fue sepultado en la abadía, que más tarde tomó su nombre, así como la aldea próxima, que todavía se llama Saint-Savin-de-Tarves.

El relato reproducido en Acta Sanctorum, oct., vol. TV, que es de fecha incierta, no merece crédito alguno (cf. Mabillon, Annales Benedictini, vol. I, p. 575). Ni siquiera sabemos con certeza en qué siglo vivió san Sahino; la cronología de nuestro artículo es la de A. Poncelet. Para que el lector caiga en la cuenta de cómo escriben ciertos hagiógrafos, mencionaremos el hecho siguiente: Fundándose en los escasos datos que hemos expuesto en nuestro artículo, cierto autor publicó en Petits Bollandistes una biografía de san Sabino que ocupa siete páginas bien llenas (más de 4500 palabras), y que habla con la misma precisión y seguridad que si se tratara de un resumen de la vida de Napoleón (ni que decir que esta misma crítica que hacía el Butler a mediados del siglo XX se multiplica «ad infinitum» en estos tiempos en los que internet ha permitido el intercambio generalizado de información, pero ha embotado el sentido crítico de mucha gente).