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San Pacífico de San Severino, religioso presbítero

En el año de 1653, en la ciudad de San Severino de la Marca de Ancona, nació del matrimonio formado por Antonio Divini y María Bruni, un hijo, al que bautizaron con el nombre de Carlos Antonio. Cuando éste tenía cinco años murieron su padre y su madre y quedó al cuidado de su tío, que era un hombre rudo y desagradable. En aquella casa, el niño era sencillamente un criado al que no se le tenía ninguna consideración. Durante mucho tiempo, Carlos soportó con paciencia y humildad extraordinarias aquella vida miserable hasta que, al cumplir los diecisiete años, se ofreció a los Frailes Menores de la Observancia, quienes le aceptaron inmediatamente. En el año de 1670, recibió los hábitos franciscanos y el nombre de Pacífico, en el monasterio de Forano. Tras el acostumbrado curso de estudios, fue ordenado sacerdote a la edad de veinticinco años. Inmediatamente se le dedicó a enseñar filosofía a los frailes más jóvenes y, al cabo de dos años, convenció a sus superiores de que la predicación era una tarea más adecuada a sus condiciones y fue enviado a las aldeas y caseríos de la comarca a predicar.

Sus sermones, tiernos y sencillos, fueron bien recibidos en todas partes y, su don particular para leer en la conciencia de sus penitentes, le dio gran ascendencia entre las gentes. Se cuenta que a un tal Giacomo Sconochia, de la localidad de Cignoli, le recordó que había omitido la confesión de dos graves culpas de blasfemia y, otro penitente afirmó que el santo fraile trajo a su memoria varias ocasiones en que había sido rudo con su madre y otras en que había consentido los malos pensamientos. El apostolado público del hermano Pacífico sólo duró seis o siete años, porque a la edad de treinta y cinco quedó sordo y ciego. Al mismo tiempo, una extraña enfermedad que le producía dolorosas úlceras en las piernas, le condenó a la casi completa inmovilidad. Permaneció en el convento de Forano, dedicado a la plegaria y a la penitencia. Durante algún tiempo se le confió el oficio de vicario y guardián en San Severino, hasta que, en el año de 1705, regresó a Forano, donde pasó el resto de su vida.

En varias ocasiones, San Pacífico dio muestras de poseer el don de profecía, como por ejemplo en 1717, cuando vaticinó la victoria del príncipe Eugenio de Saboya en la batalla de Belgrado contra los turcos. Como si no tuviese bastantes sufrimientos con los males de su cuerpo, se entregaba a mayores mortificaciones en el uso de disciplinas y camisas de cerdas y, sus superiores debieron intervenir para aliviar sus ayunos. Con frecuencia caía en raptos cuando oficiaba la misa y a veces, sus éxtasis se prolongaban durante varias horas. En el mes de julio de 1721, recibió la visita del obispo de San Severino y, cuando el prelado se retiraba, terminada la entrevista, el hermano Pacífico gritó intempestivamente: «¡Mi señor! ¡El cielo, el cielo! Yo os seguiré pronto ...» Dentro de los quince días siguientes murió el obispo y, el 24 de septiembre, el hermano Pacífico lo siguió a la tumba. Si durante su vida obró milagros, éstos se multiplicaron en su tumba y, en 1752, se abrió su proceso de canonización, en el que fueron ponentes el cardenal Enrique de York y Mons. Erskine, quien también llegó a cardenal. El hermano Pacífico fue canonizado en 1839.

Se han publicado varias biografías desde la fecha de la canonización y se pueden destacar la de Melchiori (1839), la de Bernardino da Gajioli (1898) y la de Diotalevi (1910). Ver también a Léon, en Auréole Séraphique, vol. III, pp. 224-229.