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San Mateo Correa Magallanes, presbítero y mártir

Mateo Correa Magallanes nació en Tepechitlán, Zacatecas, el 22 de julio de 1866, hijo de Don Rafael Correa y Doña Concepción Magallanes. El 12 de enero de 1888, dejó Guadalajara y regresó a Zacatecas para ingresar al Seminario donde fue admitido de caridad, aunque posteriormente -por su buena conducta y aplicación al estudio- se le concedió una beca y así pudo ser admitido como alumno interno. Fue ordenado sacerdote el 20 de agosto de 1893, y el 1º de septiembre cantó su primera misa en la parroquia de Fresnillo, Zacatecas. Durante varios años fue capellán de diferentes lugares de Zacatecas y Jalisco, hasta que en 1926 llegó a Valparaíso, Zacatecas. Su llegada coincidió con la labor que el grupo de la A.C.J.M. (Asociación Católica de la Juventud Mexicana, fundada en 1913) hacía en el pueblo, ya que daban a conocer el Manifiesto que el Comité General de la Acción Católica había enviado y juntaban firmas para pedir al Congreso la derogación de las leyes anticatólicas.

El día 2 de marzo llegó a Valparaíso el General Eulogio Ortíz, quien al enterarse de los trabajos de los acejotaemeros en el pueblo, lleno de ira mandó que ante él se presentaran los sacerdotes Correa y Arroyo, a quienes luego de interrogarlos, les dijo: "prepárense porque los voy a llevar a Zacatecas para ponerlos presos por sediciosos ¿Tienen en qué ir?"; "No", contestaron los sacerdotes, "Pues irán a pie", agregó el general. "Como guste, mi general", dijo el Sr. Cura Correa. El día ocho, a las ocho de la noche, el Sr. Cura, su vicario y los tres muchachos de la A.C.J.M. se pusieron en camino y llegaron a Zacatecas el día nueve a las diez de la mañana. El General Ortíz, al tener en su presencia a los sacerdotes y a los jóvenes, preguntó: "¿Por qué no habían venido?". "Por falta de dinero", respondió el Sr. Cura. "Pobrecito clero mexicano, ¡Tan pobre está!", dijo Ortíz con marcada ironía. El general ordenó a su secretario que fueran consignados al Agente del Ministerio Público bajo el cargo de sedición, sin embargo, el juez de Distrito ordenó su libertad al no encontrar delito que perseguir. De nuevo en su parroquia, el Sr. Cura se entregó con renovados bríos a su ministerio y también se intensificó la fundación de grupos de la A.C.J.M.

Con el fin de descansar, el Sr. Cura Correa fue invitado a la Hacienda de San José de Sauceda; estando ahí, el domingo 30 de enero de 1927, un señor rogó al Sr. Cura que fuera al rancho de La Manga para que atendiera a su señora madre que estaba gravemente enferma. Acompañado del Sr. Miranda, su anfitrión, salieran a atender el llamado, pero en su camino el Sr. Miranda divisó una tropa, por lo que sugirió al Cura que se regresaran para ocultarse. "Nos pueden ver y nos hacemos de delito", fue la respuesta del Sr. Cura, por lo que solamente tomaron cierta precaución. El Sr. Cura tomó las riendas del carro como si fuera un servidor del Sr. Miranda y siguieron adelante. Ya habían pasado parte de la tropa y nadie los había molestado, pero entre los soldados iba un agrarista, quien conocía perfectamente al Sr. Cura y al Sr. Miranda. Le comunicó al mayor que allí iba el Sr. Cura de Valparaíso, y el Mayor inmediatamente mandó a un oficial para que los aprehendiera.

Fueron encarcelados y trasladados a Durango. En el camino, el Sr. Cura se mostró muy amable con los soldados y les hizo algunos regalos. Ya en Durango, compartió su comida con los presos y al terminar de tomar los alimentos los hacía dar gracias a Dios. Por la noche todos rezaban el santo rosario. El día 5, como a las 9 de la mañana, llegó por él, el sargento de guardia para llevarlo ante el General Ortiz, quien ordenó al Sr. Cura: "Primero va usted a confesar a esos bandidos rebeldes que ve allí, y que van a ser fusilados enseguida; después ya veremos qué hacemos con usted" ... El Sr. Cura confesó a aquellos cristianos y los adelantó a bien morir. Al terminar, se acercó al General Ortiz y dijo al Sr. Cura; "Ahora va usted a decirme lo que esos bandidos le han dicho en confesión". "Jamás lo haré" dijo el Sr. Cura... "¿Cómo que jamás?", vociferó el general. Inmediatamente y muy irritado gritó: "Voy a mandar que lo fusilen inmediatamente". "Puede hacerlo", dijo el Sr. Cura, "Pero no ignora usted General, que un sacerdote debe guardar el secreto de la confesión... Estoy dispuesto a morir".

El día 6 de febrero, de madrugada, los soldados sacaron al Sr. Cura de la Jefatura militar, y llevándolo rumbo al panteón oriental, hasta un lugar solitario, lleno de hierba silvestre, lejos de la ciudad, le quitaron la vida. En el mismo lugar de la muerte quedó el cadáver insepulto durante tres días. Hoy los restos del llorado Sr. Cura D. Mateo Correa Magallanes, se encuentran en la Catedral de Durango, depositados en la Capilla de San Jorge Mártir.