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San Marcial de Limoges, obispo

Todo lo que en realidad se sabe acerca de san Marcial es que fue obispo de Limoges y que es objeto de veneración desde tiempos muy remotos, como apóstol de la región de Limousin y fundador de la sede que ocupó. Es muy probable que haya vivido hacia el año 250. De acuerdo con la tradición que data del siglo VI y fue registrada por san Gregorio de Tours, era uno de los siete misioneros enviados desde Roma a las Galias, poco antes del 250. San Gaitán fue a Tours, san Trófimo a Arles, san Pablo a Narbona, san Marcial a Limoges, san Dionisio a París, san Saturnino a Toulouse y san Austremonio a la Auvernia. Cada uno evangelizó el distrito que había elegido y fue el primer obispo de la sede. En las más antiguas letanías de Limoges aparece el nombre de san Marcial como el de un confesor, pero al cabo de cierto tiempo, los monjes de la abadía local de san Marcial (que conserva las reliquias del santo), iniciaron una campaña para que se le honrase como apóstol. Ya para entonces, su leyenda se había desarrollado bastante y se le tomaba, no sólo como el apóstol de la Aquitania, sino como a uno de los que conocieron a Jesucristo, tal vez el chiquillo que llevaba el cesto de panes cuando la multiplicación de los mismos, o bien alguno de los setenta y dos discípulos. La cuestión de su título se consideró de tanta importancia, que fue tema de discusión en varios sínodos. En el siglo XI, el culto a san Marcial recibió impulso como consecuencia de la reconstrucción de la abadía dedicada a su nombre, la traslación de sus restos a un santuario edificado en la propia abadía y la propagación de narraciones fantásticas que recopilaban las diversas leyendas y las ampliaban y, sin embargo, pretendían ser las «actas» auténticas del santo obispo, tal como las había escrito su sucesor en la sede de Limoges, Aureliano.

Que esta fábula extravagante, llena de anacronismos e improbabilidades, se haya tenido por cosa cierta en épocas de credulidad absoluta, no es cosa de extrañar; pero sí sorprende que, hasta hoy, se la tenga por cierta en algunos lugares: se nos dice que Marcial fue convertido al cristianismo a la edad de quince años por las predicaciones de Nuestro Señor; fue bautizado por su pariente san Pedro; estuvo presente en la resurrección de Lázaro; atendió a Jesús en la Última Cena y recibió al Espíritu Santo con los otros discípulos, en Pentecostés. San Pedro, a quien acompañó primero a Antioquía y luego a Roma, lo mandó a predicar el Evangelio en las Galias. En nombre de san Pedro, resucitó a su compañero, Austricliniano, quien había muerto en el viaje. Al llegar a Tulle, curó a la hija de la familia que le había dado hospedaje, al lanzar fuera un mal espíritu que la poseía, y resucitó al hijo del gobernador romano, que había sido estrangulado por un demonio. Estos milagros produjeron la conversión de 3.600 personas. Los sacerdotes paganos que se atrevían a atacarle, quedaban inmediatamente castigados con la ceguera, hasta que las plegarias del santo les devolvían la vista. Otros, que llegaron a golpearle y a encerrarle en la prisión de Limoges, quedaron fulminados por un rayo, pero Marcial les devolvió la vida a ruegos de los ciudadanos. Uno de los sacerdotes que resucitó, era Aureliano, el supuesto autor de estas «actas». Los bautismos en masa siguieron a estos prodigios. Entre los penitentes de san Marcial estaba una noble dama llamada Valeria. Esta anunció su decisión de consagrar su virginidad a Nuestro Señor y fue degollada por los esbirros enviados por el duque Esteban, que era su prometido. Después del asesinato, la doncella recogió su cabeza y la transportó hasta la iglesia donde se hallaba san Marcial. El propio duque Esteban se convirtió e hizo una peregrinación a Roma, donde encontró a san Pedro ocupado en instruir a las gentes en un sitio llamado el Vaticano. El duque informó a san Pedro sobre las actividades de san Marcial y los progresos de las misiones en las Galias. El año cuarenta después de la Resurrección -el 74 de nuestra era-, san Marcial tuvo una visión en que se le anunció su muerte y, quince días más tarde, lanzó el último aliento, rodeado por sus fieles.

Se ha declarado que el papa Juan XIX autorizó que se diera el título de «apóstol» a san Marcial, pero en 1854, la Congregación de Ritos se negó a ratificar esa denominación y decidió que, en la misa, en las letanías y los oficios se venerase a san Marcial como obispo y confesor. Sin embargo, en el mismo año, el obispo de Limoges reiteró la solicitud del título al Papa Pío IX y obtuvo una respuesta favorable, para que, en la diócesis, san Marcial fuese honrado con los usos y precedencias de un apóstol.

Hay tres relatos antiguos sobre la vida de san Marcial. El primero, con una brevísima biografía y una larga lista de sus milagros, se encuentra en el «De Gloria Confessorum» (cap. XXVII y cf. Hist. Francorum, i, 28) de san Gregorio de Tours. Ahí se establece el arribo de san Marcial, por el año 250. La segunda es más extensa y, posiblemente pertenece al siglo IX. En ella se dice que el santo fue enviado a Limoges por san Pedro, pero sus trabajos de misionero, coronados por un éxito instantáneo y acompañados de grandes maravillas, se limitan a la diócesis de Limoges. El mejor de los textos de esta biografía, fue el que editó C. F. Bellet, en su libro L'ancienne vie de St. Martial et la prose rythmée (1897). La tercera biografía, la más fantástica, pretende haber sido escrita por san Aureliano, el sucesor de Marcial, pero que tiene mucho de la Historia Apostólica, un documento apócrifo que fue impreso, bajo el nombre de Abdias. Ahí se presenta a san Marcial predicando en todo el sur de Francia, con el apoyo del duque Esteban. Hay razones para pensar que semejante historia fue fabricada por Adhemar de Chabannes, con el objeto de aumentar la gloria de la Abadía de San Marcial, donde había sido educado. Parece que fue Adhemar quien falsificó la bula del Papa Juan XIX, para autorizar el culto a san Marcial como a uno de los auténticos apóstoles; también se sospecha de él en la falsificación de otros documentos semejantes. El asunto fue debidamente investigado por Louis Saltet, en el Bulletin de Littératare ecclésiastique (Toulouse, 1925), pp. 181-186 y 279-302; 1926: pp. 117-139 y 145-160; 1931, pp. 149-165. Ver a Duchesne en Anuales da Midi, vol. iv (1892), pp. 289-339; y su Pastes Episcopaux, vol. n, pp. 104-117; y finalmente, un extenso artículo de Leclercq en «Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie», vol. IX, cl. 1063-1167, complementado con una amplísima bibliografía.
Cuadro: Juan de Miranda, «San Marcial, obispo», 1787, Catedral de Santa Ana, Las Palmas de Gran Canaria.