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San Leobardo, recluso

Leobardo (vulgarmente Liberto), nació en Auvernia. Se entregó al estudio y consagraba su tiempo libre a estudiar algunos salmos de David. Se preparaba así para el servicio de Dios, con la práctica de la oración. Sus padres le convencieron para que adoptara el estado matrimonial, pero la muerte repentina de su padre y de su madre, suspendió la realización efectiva del contrato. Pasado el período de duelo, Leobardo traspasó a su hermano los compromisos contraídos y, contando con la intervención de la Providencia para la realización de sus designios, marchó a la tumba de san Martín. Después de haber orado allí prolongadamente, se fue a encerrar cerca de la abadía de Marmoutier, y se instaló en una celda que dejó vacante un recluso llamado Alarico. Se dedicó a fabricar membranas o pergaminos para escribir los pasajes de la Sagrada Escritura y de los salmos que comenzaban a escapársele de la memoria. Como encontraba la celda un poco estrecha, la agrandó cavando en la roca con sus manos. Tuvo algunas dificultades con otro solitario de las cercanías, y ya meditaba en trasladarse más lejos, cuando Gregorio de Tours, quien vino a visitarle, le dijo que todos aquellos trastornos eran artimañas del demonio. Al mismo tiempo, le dejó las vidas de los padres del desierto y algunos libros más que trataban de la vida religiosa: «Encontraréis -le dijo- los modelos a seguir para la dirección de vuestra conducta».

Leobardo sacó de aquellas lecturas tanto provecho, que pasó veintidós años en su celda, llevando una vida útil para su salvación y para la santificación de los demás, pues Dios le concedió el don de los milagros, en favor de quienes venían a visitarlo. Sintiendo que se avecinaba su fin, hizo venir a Gregorio de Tours y le pidió los Eulogios (bendiciones), es decir, el santo viático. «Ha llegado el tiempo -dijo- en que, por orden del Señor, voy a ser separado de los lazos de este cuerpo mortal; sin embargo, todavía viviré algunos días y el Señor me llamará antes de Pascua». «Hombre dichoso -comentó Gregorio de Tours-, su fidelidad a Dios le permitió conocer, por divina revelación, el momento de su muerte. Estábamos entonces en el décimo mes y, dos meses más tarde, Leobardo tuvo una recaída». Habiendo llegado el domingo, despidió al hermano que le servía, porque deseaba morir sin testigos. Sin duda que los ángeles, a falta de los hombres, recogieron su último suspiro.

Los detalles que da Gregorio de Tours bastan para indicar que el 18 de enero no fue el día en que Leobardo murió, pero algunos lo creyeron así y situaron su muerte en el año 593, que fue cuando el 18 de enero cayó en domingo. Con mayor probabilidad esa fecha, que fue la tradicional de su celebración, fue el aniversario de la traslación de su cuerpo. En la actualidad el nombre de Leobardo está inscrito en el Martirologio Romano en el más probable mes de muerte, marzo, el día tradicional del 18. La ciudad de Tours tiene una iglesia construida en su honor, donde iban a curarse los atacados por la fiebre. La capilla de San Leobardo dependía del rey de Francia por hallarse comprendida en el castillo de Tours. Cada año, el Viernes de Pasión, el capítulo de la catedral hacía una estación en la mencionada capilla. Estas peregrinaciones se interrumpieron en el año 1793 y, desde entonces, el santuario perdió el afecto de las gentes.

Ver Acta sanctorum, 18 de enero. Gregorio de Tours, obras en P.L., vol. LXXI, col. 1092, y la ed. B. Krusch, en Mon. Germ. Hist. Scriptores rerum merovingicarum, vol. I, p. 741.