SJÚSMÉNM,PÍTYMÁR

San Jesús Méndez Montoya, presbítero y mártir

Nacido en Tarímbaro, Michoacán, el 10 de junio de 1880 y ordenado sacerdote, le fue encomendada la población de Valtierrilla, en donde se dedicó a su ministerio sacerdotal y veneró especialmente a la Santísima Virgen. Su vida, sin embargo, no transcurrió tranquila. Pobladores de Valtierrilla quisieron sumarse a los cristeros y fijaron la fecha del 5 de febrero de 1928 para su levantamiento; sin embargo, fueron delatados y acudieron los soldados de Sarabia para sofocar al grupo, con el que el padre Méndez nada tuvo que ver, pues jamás empuñó las armas. Durante la persecución callista, muchos sacerdotes se escondieron o se alejaron de sus parroquias buscando lugares más seguros, pero el Padre Méndez siguió ejerciendo su ministerio, aunque ocultamente: celebraba su misa muy temprano, bautizaba, confesaba. Por la noche salía a bautizar a las casas, y durante el día atendía a los enfermos.

No abandonó a sus ovejas en el tiempo de la persecución, y en varias ocasiones expresó su deseo de ser mártir. El 5 de febrero de 1928, a eso de las cinco de la mañana, estaba terminando de celebrar la Misa, cuando se escucharon los primeros disparos de los federales, que venían entrando al pueblo en busca de los que se iban a levantar en armas. Entonces tomó el copón de hostias consagradas y lo escondió bajo su tilma con la que se cobijaba cuando hacía frío, pero queriendo buscar una mayor seguridad para el Santísimo, se brincó por una ventana de la Notaría que daba a la torre. Unos soldados había ya subido al campanario para poder ver la dirección que tomaban los cristeros que huían y cuando vieron al sacerdote bajaron con rapidez, pensando posiblemente que sería alguien armado. Al revisarlo encontraron al copón que apretaba contra su pecho y le preguntaron: «¿Es usted cura?», a lo cual les respondió: «¡Si, soy cura!». Esto bastó para que lo aprehendieran. Él les dijo: «A ustedes no les sirven las hostias consagradas; dénmelas». Pidió a los soldados unos momentos para recogerse en oración, se puso de rodillas y comulgó. Dijeron después los soldados: «Déles esa joya [el copón] a las viejas», refiriéndose a su hermana Luisa y a la sirvienta María Concepción, que trataban de arrebatarles el padre a los soldados. Él entregó el copón diciéndoles: «Cuídenlo y déjenme, es la voluntad de Dios».

Seis u ocho soldados lo llevaron al lugar del sacrificio, distante una media cuadra de la plaza, lo sentaron en un palo que había allí, en medio de dos soldados. El capitán Muñiz intentó dispararle con una pistola que no funcionó. Ordenó entonces a los soldados que le dispararan. Tres veces los hizo cada soldado con su rifle, pero ningún disparo hizo blanco; o porque no quisieron o porque no pudieron atinarle. Entonces el oficial ordenó al prisionero que se pusiera de pie; lo examinó, le quitó un crucifico y unas medallas; lo colocó junto a unos magueyes, le disparó y cayó al suelo. Poco más o menos a las siete de la mañana, estaba ya muerto. Como a las tres de la tarde del mismo día 5, se llevaron el cuerpo a Cortázar en una camioneta de redilas, propiedad del Gobierno. Los soldados lo pusieron junto a la vía del tren con el fin de que fuera despedazado, e hicieron desfilar ante el cuerpo a todas las gentes de Valtierrilla que se habían llevado en calidad de detenidos. Las mujeres de los oficiales, sin embargo, quitaron el cuerpo de allí y se lo llevaron a un portalillo. Entonces los soldados cavaron una fosa en el machero de los caballos para enterrarlo, pero las soldaderas se opusieron, y como el señor Elías Torres les pidiera el cuerpo para sepultarlo, se lo concedieron. Un carpintero de Sarabia, Alberto Delgado, hizo el ataúd y fue velado el cuerpo en el portal de los Carmona y sepultado en Cortázar por Elías Torres.

Cinco años después, el Padre Segoviano, Vicario fijo de Valtierrilla, con su feligresía, fue a Cortázar y exhumó los restos, que fueron identificados por el señor Elías Torres; los familiares también los identificaron por un mechón blanco que tenía en el pelo y por la ropa que vestía. Además, el sitio de la sepultura era conocido por la gente del lugar. El Padre Segoviano depositó la urna con los restos en el piso del presbiterio de la iglesia parroquial y sobre ellos una lápida de mármol con los datos del nombre y fecha de su sacrificio. Al ser construida la nueva iglesia parroquial, el Padre Alberto Campos colocó los restos en la esquina izquierda del presbiterio. En 1987 los restos fueron nuevamente exhumados, dado que se estaban realizando los trabajos de ampliación de la iglesia, y fueron guardados bajo llave y custodia del señor Cura D. Antonio Meza.