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San Hermelando, abad

San Hermelando nació en la diócesis de Noyon y desde su más temprana juventud aspiró a la vida religiosa. Sus padres, sin embargo, tenían mundanas ambiciones respecto a él y lo enviaron a la corte del rey Clotario III, donde fue nombrado escanciador. Se dispuso casarlo y ya se hacían los preparativos para la boda, cuando convencido de que esa no era la voluntad de Dios para él, Hermelando abrió su corazón al rey que, aunque entristecido ante la idea de separarse de él, consintió en que siguiera su verdadera vocación. Se traslado a la abadía de Fontanelle, en Normandía, y recibió el hábito de manos de san Lamberto. Cuando san Pascario, obispo de Nantes, solicitó monjes del monasterio para que tomaran parte en la evangelización de su diócesis, Lamberto escogió a Hermelando y le nombró superior de los doce hermanos que fueron enviados. Pascario les dio para que se establecieran un monasterio que él había construido en el estuario del río Loira, en la isla llamada Aindré; allí observaron la regla de san Columbano, como la habían observado en Fontenelle.

En aquella soledad, san Hermelando y sus hermanos vivieron una vida de gran austeridad y, a pesar de su aislamiento, su fama se extendió rápidamente entre los habitantes de tierra firme. Los padres llevaban a sus hijos para que fueran educados por los monjes, que les enseñaban a ser buenos cristianos así como el amor al estudio. El abad procuraba escapar a veces de la afluencia de visitantes que frecuentaban el monasterio y en ciertas épocas, especialmente en Cuaresma, se retiraba con otros varios monjes a Aindrette, una pequeña isla vecina para pasar allí unos días de retiro y especial austeridad. San Hermelando tuvo el don de profecía y podía leer los pensamientos de los hombres. También fue famoso como obrador de portentos. Se dice que cierta vez cuando uno de sus monjes hablaba del exquisito sabor de una lamprea que había gustado a la mesa del obispo de Nantes, Hermelando preguntó: «¿No creéis que Dios sea capaz de enviarnos una aquí?» Al terminar de hablar, una ola arrojó una lamprea a sus pies y, ese pequeño pez, distribuido por el abad, alimentó a la comunidad entera de monjes. Otra leyenda refiere que, cuando el santo tuvo ocasión de visitar Coutances, recibió hospitalidad de un ciudadano al que le quedaba solamente un poco de vino para agasajar a sus huéspedes. Aunque un gran número de gente participó del vino, el barril, en lugar de agotarse, se encontró lleno milagrosamente. Cuando el santo envejeció, renunció a su oficio y se retiró a Aindrette, donde pasó los últimos años de su vida en la soledad.

La «Vida de san Hermelando», atribuida al monje Donato, que había sido previamente publicada por los bolandistas y por Mabillon ha tenido una edición crítica en la época actual, hecha por W. Levison. Él sostiene que no es el trabajo de un contemporáneo, sino que fue escrita por lo menos cincuenta años después de la muerte del santo y que tiene poco valor como documento histórico: ver Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov. vol. V, pp. 674-710, y cf. Analecta Bollandiana, vol. XXIX (1910) p. 451.