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San Gregorio «Taumaturgo», obispo

Teodoro, quien más tarde cambió su nombre por el de Gregorio y recibió el sobrenombre de «el Taumaturgo» por sus milagros, nació en Neocesarea del Ponto. Sus padres pertenecían a la nobleza y eran paganos. Cuando Gregorio tenía catorce años, murió su padre. El joven continuó su carrera de leyes. La hermana de Gregorio hizo un viaje a Cesarea de Palestina para ir a reunirse con su esposo, quien ocupaba ahí un cargo oficial. En dicho viaje la acompañaron Gregorio y su hermano Atenodoro, el cual fue más tarde obispo y sufrió mucho por la fe. Poco antes, Orígenes, establecido en Cesarea, había abierto ahí una escuela. Desde la primera entrevista que tuvo con Gregorio y con su hermano, Orígenes cayó en la cuenta de que ambos poseían buenas aptitudes para los estudios y disposiciones para la virtud, por lo que se sintió impulsado a infundirles el amor de la verdad y el deseo de alcanzar el soberano bien del hombre. Fascinados por las palabras de Orígenes, los jóvenes renunciaron a su proyecto de proseguir su carrera de leyes en la escuela de Beirut, e ingresaron en la de Orígenes. Gregorio hace justicia a su maestro, pues asegura que los guiaba por el camino de la virtud, no sólo con sus palabras sino también con su ejemplo. También afirma que les inculcó la idea de que en todas las cosas lo importante es conocer la primera causa, con lo cual los orientó hacia la teología. Orígenes los hizo leer todo lo que los filósofos y los poetas habían escrito sobre Dios, haciéndoles caer en la cuenta de lo que había de falso y de verdadero en cada uno y recalcándoles la impotencia de la mente humana para alcanzar la plenitud de la verdad en el terreno más importante, que es el de la religión. Los dos hermanos acabaron por convertirse plenamente al cristianismo y prosiguieron sus estudios bajo la dirección de tan excelente maestro durante varios años. El año 238 regresaron a su patria. Antes de separarse de Orígenes, Gregorio le dio las gracias en un discurso que pronunció ante un nutrido auditorio, donde alabó los métodos de su maestro y la prudencia con que los había guiado en sus estudios, aparte de dar detalles muy interesantes sobre la pedagogía de Orígenes:
«Como una centella que se encendiera en mi alma, prendió y se inflamó mi amor, tanto hacia Aquel que sobrepuja todo deseo por su inefable belleza, el Verbo santo y totalmente amable, como hacia este hombre [Orígenes], que es su amigo y profeta. Profundamente impresionado, abandoné todo lo que hubiera debido interesarme: negocios, estudios, incluso aquellos por los que sentía más predilección: el derecho, mi casa y mis parientes, hasta aquellos con quienes vivía. Solamente una cosa amaba y me afectaba: la filosofía y su maestro, aquel hombre divino» (Panegírico, 6).

También se conserva una carta de Orígenes a su discípulo, en la que llama a Gregorio su «respetado hijo» y le exhorta a emplear en servicio de la religión los talentos que había recibido de Dios; también le aconseja que aproveche todos los elementos de la filosofía pagana que puedan servir para ese fin, como los judíos aprovecharon los despojos de los egipcios para construir el tabernáculo del verdadero Dios. Gregorio tenía la intención de practicar la abogacía en su patria; pero poco después de su llegada fue elegido obispo de Neocesarea, aunque en la ciudad sólo había diecisiete cristianos. Sabemos muy poco acerca del largo episcopado del santo. Es cierto que san Gregorio de Nissa, en el panegírico de su homónimo, da muchos datos sobre los milagros que valieron a éste el sobrenombre de «el Taumaturgo», pero está probado que la mayoría son legendarios. Como quiera que fuese, Neocesarea era por entonces una ciudad rica y populosa, en la que reinaban la idolatría y el vicio. San Gregorio, consumido par el celo y la caridad, se entregó enérgicamente al cumplimiento de sus deberes pastorales, y Dios le concedió un don extraordinario de milagros. San Basilio dice que «con la ayuda del Espíritu Santo, tenía un poder formidable sobre los malos espíritus. En cierta ocasión, secó un lago que era causa de pleitos entre dos hermanos. Su capacidad de predecir el futuro le elevaba a la altura de los profetas. Los milagros que obraba eran tan notables, que amigos y enemigos le consideraban como un nuevo Moisés».

Poco después de tomar posesión de la sede, san Gregorio fue a alojarse en casa de Musonio, un personaje importante de la ciudad, quien le había invitado a vivir con él. Ese mismo día, empezó el santo a predicar y, antes de caer la noche, había convertido ya a un número suficiente para formar una pequeña iglesia. Al día siguiente, se apretujaban ante la puerta de la casa de Musonio muchos enfermos, a los que Gregorio devolvió la salud y convirtió al cristianismo. Pronto, los cristianos llegaron a ser tan numerosos, que Gregorio pudo construir una iglesia, ya que todos colaboraron en la empresa con sus limosnas y su trabajo. En nuestro artículo del 11 de agosto referimos cómo consiguió san Gregorio que Alejandro el Carbonero fuese elegido obispo de Comana. La prudencia y el tacto de san Gregorio movían a las gentes a consultarle acerca de cuestiones civiles y religiosas y, en ese sentido, fueron muy útiles al santo sus estudios de leyes. San Gregorio de Nissa y su hermano san Basilio, se enteraron por su abuela, santa Macrina de lo que se decía del Taumaturgo, ya que la santa había vivido cuando era pequeña en Cesarea, más o menos en la época en que murió san Gregorio. San Basilio afirma que la vida del Taumaturgo reflejaba la sublimidad del fervor evangélico. En sus prácticas de devoción mostraba gran reverencia, recogimiento y jamás oraba con la cabeza cubierta. Amaba la sencillez y modestia en las palabras: el «sí» y el «no», constituían la médula de sus conversaciones. Aborrecía la mentira y la falsedad; en sus palabras, lo mismo que en su conducta, no había jamás la menor sombra de cólera o de amargura.

Cuando estalló la persecución de Decio, el año 250, San Gregorio aconsejó a los cristianos que se escondiesen para no exponerse al peligro de perder la fe. Él se retiró al desierto, en compañía de un antiguo sacerdote pagano, a quien había convertido y hecho diácono suyo. Los perseguidores se enteraron de que se había refugiado en cierta montaña, enviaron a un pelotón de soldados a buscarle, pero éstos volvieron sin la presa y dijeron que sólo habían encontrado árboles. Entonces, el hombre que había señalado el sitio en que se hallaba escondido san Gregorio, se dirigió al bosque y encontró al santo con su acompañante, entregados a la oración. A la vista de aquellos hombres santos, comprendió que Dios debía protegerlos y que Él había hecho que las soldados los confundiesen con los árboles. Así, el que había denunciado a los cristianos se convirtió al cristianismo.

A la persecución siguió una epidemia, y a la epidemia una invasión de los godos, por lo que no es de extrañar que san Gregorio haya tenido poco tiempo para escribir si, en semejantes circunstancias, debía dedicarse a sus tareas pastorales. Él mismo describe las dificultades de su ministerio en la «Carta Canónica» que escribió con motivo de los problemas suscitados por la invasión de los bárbaros. Se cuenta que el santo organizaba entretenimientos en los días de las fiestas de los mártires y que ello contribuyó a atraer a los paganos y a popularizar las reuniones religiosas entre los cristianos. Por lo demás, seguramente el santo estaba convencido de que también las diversiones sanas, además de las prácticas religiosas, constituían una manera de venerar a los mártires. En todo caso, san Gregorio es, a lo que sabemos, el único misionero que empleó los mencionados métodos en los tres primeros siglos y se debe advertir que era un griego muy culto.

Poco antes de su muerte, san Gregorio hizo investigaciones para averiguar cuántos infieles quedaban todavía en la ciudad y al enterarse de que sólo había diecisiete, exclamó lleno de gozo: «¡Gracias sean dadas a Dios! Cuando llegué a esta ciudad no había más que diecisiete cristianos». Después de orar por la conversión de los infieles y la santificación de los que ya creían en el verdadero Dios, rogó a sus amigos que no le sepultasen en un sitio distinguido, puesto que había vivido en el mundo como peregrino sin buscarse a sí mismo y quería también compartir la suerte de las gentes ordinarias después de la muerte. Según se dice, las reliquias del santo fueron trasladadas a un monasterio bizantino de Calabria. En todo caso, en el sur de Italia y en Sicilia se le venera especialmente y se le invoca contra los terremotos y las inundaciones, en recuerdo de la forma milagrosa en que detuvo las aguas desbordadas del río Lycus.

Los datos que poseemos sobre el santo son muy poco satisfactorios, si excluimos lo que el propio Gregorio cuenta de sus relaciones con Orígenes y las alusiones casuales que se encuentran en los escritos de san Basilio, san Jerónimo y Eusebio. San Gregorio de Nissa, en su panegírico, cuenta muchos milagros, pero habla muy poco de la vida del santo. Por otra parte, la biografía griega (cuyo mejor texto es el de Acta Martyrum de Bedjan, vol. VI, 1896, pp. 83-106), es todavía menos fidedigna. Existen además una biografía armenia y una latina, ambas de poco valor. Véase Ryssel, Gregorius Thaumaturgus, sein Leben und seine Schriften (1880); Funk, en Theologische Quartalschril (1898), pp. 81 ss.; Journal of Theological Studies (1930), pp. 142-155. Los críticos admiten generalmente la autenticidad del panegírico de Orígenes, del tratado sobre el Credo, de la epístola canónica y del estudio dedicado a Teopompo; este último sólo se conserva en sirio. La mayor parte de los escritos publicados en Migne, PG., vol. X, son ciertamente espurios, o por lo menos sospechosos. En castellano, puede verse Quasten, Patrología, BAC, tomo I.