SGÁNDA,O

San Germán de Auxerre, obispo

Aunque no existe ningún santo al que se pueda llamar propiamente «el apóstol de Inglaterra», san Germán fue quien consolidó la Iglesia en el país cuando terminó el imperio romano; además de luchar contra la herejía, el santo convirtió a numerosos ingleses. Por otra parte, la influencia que san Germán ejerció sobre san Patricio dejó también huella en Irlanda. Sin embargo, nada hacía presagiar en los años mozos del santo el futuro que Dios le tenía reservado. Germán nació en Auxerre, de padres cristianos. Después de estudiar en las Galias, se trasladó a Roma a estudiar leyes y retórica. En dicha ciudad practicó con éxito su profesión. Tras de contraer matrimonio con una joven llamada Eustoquia, fue enviado a la Galia como «dux» de las Provincias Armóricas. Desempeñó con gran acierto su cargo de gobernador y, a la muerte de san Amador, en 418, fue elegido obispo de Auxerre, muy contra su voluntad. Ese súbito cambio de estado le hizo tomar conciencia de las obligaciones de su nueva dignidad. Renunció a su posición en el mundo y abrazó una vida de pobreza y austeridad. Era muy hospitalario con todos, lavaba los pies a los pobres, les servía personalmente y ayunaba con frecuencia. Construyó un monasterio cerca de Auxerre, en la otra orilla del Ionne, en honor de los santos Cosme y Damián, y concedió rentas a la catedral y otras iglesias de Auxerre, que eran muy pobres.

Por entonces, el pelagianismo hacía estragos en Inglaterra. Pelagio era inglés de nacimiento y, durante sus años de enseñanza en Roma, había rechazado la doctrina del pecado original y la necesidad de la gracia para salvarse. Agrícola, uno de sus discípulos, había difundido esas herejías en Inglaterra, y los obispos se vieron obligados a intervenir. El Papa San Celestino y los obispos de las Galias designaron a san Germán para que fuese a Inglaterra, el año 429, acompañado por el obispo de Troyes, san Lupo. Poco después de la llegada de los dos prelados, ya se había extendido por toda Inglaterra la fama de su santidad, doctrina y milagros. Ambos confirmaron en el bien a los fieles y convirtieron a numerosos herejes, pues predicaban incesantemente. En cierta ocasión, se organizó una reunión de herejes y católicos y se concedió a aquéllos el permiso de hablar antes que éstos. Después de escucharlos durante largo tiempo, los obispos católicos contestaron con tanta elocuencia y con citas de la Biblia y de los Santos Padres tan oportunas que dejaron a los herejes sin palabra. Después de esa reunión, san Germán y su compañero fueron a dar gracias a Dios en la tumba de san Albano y a pedirle que les concediese buen viaje de retorno a su patria. San Germán mandó abrir el sepulcro de san Albano y depositó en él su propio relicario, con el que acababa de devolver la vista a una niña ciega; en cambio, se llevó consigo uu poco de polvo de los restos del santo y construyó en su honor una iglesia en Auxerre.

A su regreso, vio al pueblo abrumado bajo el peso de los impuestos y se trasladó a Arles a fin de interceder por sus hijos ante el prefecto Auxiliaris, una vez allí devolvió la salud a la esposa del prefecto y éste le concedió el favor que solicitaba. El año 440 fue nuevamente a Inglaterra, pues continuaban los estragos del pelagianismo en el país. El santo convirtió a muchos de los católicos que se habían dejado seducir por los herejes, desterró a los principales pelagianos y, con su predicación y milagros, consiguió desarraigar la herejía. Pero san Germán sabía muy bien que es imposible desterrar la ignorancia con un decreto y que la única manera de hacer durable la reforma era educar al clero; así pues, fundó varias escuelas para clérigos y, de ese modo, según dice Beda, «dichas Iglesias conservaron desde entonces la pureza de la fe y no volvieron a caer en la herejía». Si exceptuamos el rápido paso de la herejía de Wiclif, que no dejó huella profunda, las Islas Británicas conservaron la pureza de la fe durante once siglos, hasta que en el siglo XVI los errores del protestantismo echaron raíces con la protección de los monarcas.

En el propio de la misa de san Germán que se usaba antiguamente en la diócesis de París, el Ofertorio rezaba así: «Oí la voz de una gran muchedumbre del cielo que decía: ¡Aleluya! Y repetía una y otra vez: ¡Aleluya!» (Apoc. 19,1-3) . Se trataba de una alusión a un hecho que cuenta Constancio, el biógrafo de san Germán: Durante el primer viaje del santo a Inglaterra, una expedición de pictos y sajones asoló el país. Los habitantes reunieron un ejército para defenderse y pidieron al santo que los acompañase en la campaña, pues tenían gran confianza en sus oraciones. San Germán aceptó y aprovechó la ocasión para predicar la fe y llevar a la penitencia a los cristianos. Muchos idólatras pidieron el bautismo durante la cuaresma, y la ceremonia quedó fijada para la Pascua. Así pues, se construyó con ramas una especie de iglesia en el campamento, dónde los catecúmenos recibieron el bautismo; todo el ejército asistió con gran devoción. Después de la Pascua, san Germán ideó una estratagema que permitió a sus amigos obtener la victoria sin derramar sangre. En efecto, el santo condujo al pequeño ejército a un estrecho valle entre dos altas montañas. Cuando llegó la noticia de que se aproximaba el enemigo, san Germán dio al ejército la orden de gritar «Aleluya» al unísono, y todo el valle resonó con el eco poderoso de ese grito. Al oír el estruendo, los bárbaros pensaron que los aguardaba un ejército muy numeroso y huyeron aterrados. Según la tradición, dicha «batalla» tuvo lugar en Mold, en Flintshire, en un valle llamado Maes Garmon, pero el hecho es muy dudoso.

El general romano Aecio envió a un ejército de bárbaros al mando de Goaro para acabar con una rebelión que había estallado en Armórica. San Germán, temía que los bárbaros cometiesen excesos y salió al encuentro de Goaro y detuvo por la brida el corcel del general. Goaro se negó al principio a escuchar al obispo, pero éste insistió y consiguió arrancarle la promesa de que no proseguiría el avance hasta que Aecio se lo mandase nuevamente. Por su parte, Aecio dijo al santo que no era imposible que obtuviese el perdón del emperador. Así pues, san Germán emprendió el viaje a Ravena. Aunque llegó de noche a la ciudad, su fama le había precedido, de suerte que todo el pueblo salió a recibirle. San Pedro Crisólogo, obispo de Ravena, el emperador, Valentiniano III y su madre, Gala Placidia, acogieron amablemente al visitante; pero precisamente cuando él se hallaba en Ravena, llegó la noticia de que había ocurrido un nuevo levantamiento en Armórica y la embajada fracasó. Ese fue el último acto de caridad de su vida, pues Dios le llamó a Sí en Ravena, el 31 de julio de 449. La translación del cuerpo de san Germán a Auxerre fue uno de los funerales más solemnes de que se conserva memoria. El santuario consagrado a san Germán en la gran iglesia abacial que lleva su nombre, llegó a ser uno de los sitios de peregrinación más famosos. Saint German's de Cornwall debe su nombre al santo, a quien un sacramentario del siglo X llama «predicador de la verdad, luz y columna de Cornwall». Una leyenda medieval narra, entre otras muchas maravillas, que san Germán, se apareció a un monje llamado Benito y le ordenó que fundase la gran abadía de Selby.

En Acta Sanctorurn, julio, vol. VII, puede verse la biografía de san Germán escrita por Constancio. Pero todos los textos resultan anticuados cuando se los compara con la edición crítica que publicó W. Levison en 1920. Como tantas otras de las biografías publicadas en MGH., Scriptores Merov. (vol. vii, pp. 225-283), el texto de la Vita S. Cermani de Constancio sufrió numerosas interpolaciones. Sin embargo, se conserva lo sustancial, y está fuera de duda que Constancio escribió menos de treinta años después de la muerte de San Germán. Cf. Levison, Bischof Germanus von Auxerre, en Neues Archiv, vol. XXIX (1904).