SGÁS,E

San Gerásimo, eremita

San Gerásimo nació en Licia de Asia Menor, donde abrazó la vida eremítica. Después pasó a Palestina y, durante algún tiempo cayó en los errores eutiquianos [es decir, el monofisismo, la afirmación de que Jesús sólo era de naturaleza divina], pero san Eutimio le devolvió a la verdadera fe. Más tarde, parece que estuvo en varias comunidades de la Tebaida y finalmente, retornó a Palestina, donde se hizo íntimo amigo de san Juan el Silencioso, de san Sabas, de san Teoctisto y de san Atanasio de Jerusalén. Tan numerosos fueron sus discípulos, que el santo fundó una «laura» de sesenta celdas, cerca del Jordán, y un convento para los principiantes. Sus monjes guardaban silencio casi completo, dormían en lechos de juncos y jamás encendían fuego dentro de las celdas, a pesar de que las puertas tenían que estar siempre abiertas. Se alimentaban ordinariamente de pan, dátiles y agua y dividían el tiempo entre la oración y el trabajo manual. A cada monje se asignaba un trabajo determinado, que debía estar listo el sábado siguiente. Aunque la regla ya era de suyo severa, san Gerásimo la hacía todavía más rigurosa para sí y nunca cesó de hacer penitencia por su caída en la herejía eutiquiana. Según se cuenta, durante la Cuaresma su único alimento era la Sagrada Eucaristía. San Eutimio le profesaba tal estima, que le enviaba, por medio de los discípulos, a aquellos de sus seguidores a quienes consideraba llamados a la más alta perfección. La fama de san Gerásimo sólo cedía a la de san Sabas. El año 451, durante el Concilio de Calcedonia, su nombre sonó en todo el Oriente. La «laura» que él había fundado florecía todavía un siglo después de su muerte.

En el «Prado Espiritual» Juan Mosco nos ha dejado una anécdota encantadora: un día en que el santo se hallaba a orillas del Jordán, se le acercó cojeando penosamente un león. Gerásimo examinó la zarpa herida, extrajo de ella una aguda espina y lavó y vendó la pata de la fiera. El león se quedó desde entonces con el santo y fue tan manso como cualquier otro animal doméstico. En el monasterio había un asno, que los monjes utilizaban para ir a traer agua, y éstos hacían que el león cuidara del asno cuando iba a pastar; pero un día, unos mercaderes árabes se lo robaron y el león volvió sólo y muy deprimido al convento. A las preguntas de los monjes, el león respondía con miradas lastimeras. El abad le dijo: «Tú te comiste al asno. Bendito sea Dios por ello. Pero de ahora en adelante tú harás el trabajo del asno». El león tuvo que acarrear agua para la comunidad. Poco tiempo después, los mercaderes árabes pasaron de regreso con el asno y tres camellos; el león les puso en fuga, cogió entre los dientes la brida del asno y lo llevó triunfalmente al monasterio, junto con los camellos. San Gerásimo reconoció su error y dio al león el nombre de Jordán. Cuando murió el anciano abad, el león estaba desconsolado. El nuevo abad le dijo: «Jordán, nuestro amigo nos ha dejado huérfanos para ir a reunirse con el Amo a quien servía; pero tú tienes que seguir comiendo». Pero el león siguió rugiendo tristemente. Finalmente el abad, que se llamaba Sabacio, condujo al león a la tumba de Gerásimo y, arrodillándose junto a ella, le dijo: «Aquí está enterrado tu amo». El león se echó sobre la tumba y empezó a golpearse la cabeza contra la tierra; nadie pudo apartarle de ahí y pocos días más tarde le encontraron muerto. Según algunos autores, el león que se ha convertido en el símbolo de san Jerónimo era en realidad el de san Gerásimo; la confusión se habría originado en la grafía "Geronimus" de ciertos documentos.

El Acta Sanctorum, marzo, vol. I, cita algunos extractos de la Vida de san Eutimio escrita por Cirilo de Escitópolis, en la que se menciona frecuentemente a Gerásimo; también cita algunos párrafos de Juan Mosco. Además de estas fuentes, existe una biografía griega de Gerásimo, publicada por Papadópulos Kerameus, en el cuarto volumen de sus Analecta. Dicho autor atribuye esa biografía a Cirilo de Escitópolis, pero H. Grégoire en Bqzantinische Zeitschrift (vol. XIII, pp. 114-135), ha demostrado que la opinión de Papadópulos es insostenible.