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San Ebrulfo, abad

Ebrulfo creció y se educó en la corte del rey Childeberto I. Allí contrajo matrimonio, pero al cabo de algún tiempo, la pareja consintió en la separación. La esposa tomó el velo en un convento y el marido distribuyó todos sus bienes entre los pobres. Sin embargo, pasó un tiempo bastante considerable antes de que pudiera obtener el permiso del rey para abandonar la corte. A la larga, pudo ingresar en un monasterio en la diócesis de Bayeux, donde sus virtudes le granjearon la estima y la veneración de sus hermanos. Pero el respeto con que se vio tratado le pareció una tentación y, para evitarla, se retiró con otros tres monjes, a fin de ocultarse en un rincón remoto del bosque de Ouche, en Normandía. Aquellos ermitaños improvisados no habían tomado medida alguna para asegurar su mantenimiento, pero se las ingeniaron para establecerse junto a un manantial, donde construyeron una represa para almacenar las aguas, cultivaron un huerto y se construyeron chozas.

Poco después, un campesino descubrió, con el consiguiente asombro, el floreciente establecimiento en lo más remoto del bosque. El campesino advirtió a los ermitaños que corrían grave peligro en aquel lugar, porque los montes de las cercanías eran guaridas de bandidos. «Hemos venido aquí», repuso Ebrulfo, «a llorar por nuestros pecados. Tenemos puesta nuestra confianza en la misericordia de Dios, que alimenta y cuida los pajarillos del aire. A nadie tememos». Al día siguiente el campesino les trajo panes y jarros con miel y no trascurrió mucho tiempo sin que se uniera a los ermitaños para imitar su santa existencia. Más tarde, un asaltante se presentó en el lugar para advertirles que estaban en peligro. Ebrulfo se apresuró a responderle igual a como le había contestado al campesino. El bandido se convirtió también y atrajo a muchos de sus compañeros, de tan buena disposición como él, para que hablasen con el santo. Ebrulfo les dio buenos consejos y muchas enseñanzas, de suerte que los bandidos decidieron establecerse cerca de los ermitaños y trabajar honradamente para ganarse la vida. Las dos comunidades trataron de cultivar más tierras, pero el lugar resultaba demasiado árido y pedregoso para producir buenas cosechas. Sin embargo, ninguno se mostró dispuesto a abandonar aquel sitio y todos declararon estar conformes con lo poco que obtuviesen. Los habitantes de los caseríos y poblaciones de la comarca, les llevaban con frecuencia provisiones de toda especie, que san Ebrulfo aceptaba como limosnas.

Los beneficios y consuelos de la contemplación no interrumpida hicieron nacer en Ebrulfo el deseo de vivir para siempre como un anacoreta, sin tener que soportar la carga de cuidar a los demás. Sin embargo, consideró que no podía permanecer indiferente a la salvación del alma de sus vecinos y, por lo tanto, recibió a todos los que querían vivir bajo su dirección y, para hospedarlos dignamente, construyó un monasterio que, más tarde, llevó su nombre. En vista de que su comunidad comenzó a crecer en forma extraordinaria, y como muchas gentes le ofrecían terrenos, fundó otros monasterios para hombres y para mujeres. San Ebrulfo acostumbraba exhortar a sus religiosos para que se dedicaran particularmente a los trabajos manuales a fin de que se ganaran el pan con sus labores y el cielo con el servicio a Dios en el trabajo. San Ebrulfo murió en 596, a los ochenta años de edad, y se afirma que, durante las últimas seis semanas de su vida, no pudo tragar absolutamente nada, a excepción de la hostia consagrada y un poco de agua.

Existe una biografía bastante completa, compuesta por un escritor anónimo del siglo nueve, que fue impresa por Surio con sus acostumbradas correcciones a la fraseología latina. La versión abreviada o modificada de esta biografía, se encuentra en Mabillon, vol. I, pp. 354.361, con agregados complementarios de Orderico Vitalis. Véase también el prefacio de Leopold Delisle a su edición de la Historia Ecclesiastica de Orderico Vitalis, pp. LXXIX-LXXXIV. En el Bulletin de la soc. hist. arch. de l'Orne, vol. VI (1887), pp. 1-83, J. Blin editó un poema francés del siglo XII, en el que se relata la historia de san Ebrulfo.