SCDL,PÍT

San Camilo de Lelis, presbítero

Camilo de Lelis nació en 1550, en una localidad de los Abruzos llamada Bocchianico. Su madre era ya sexagenaria cuando tuvo al hijo. A los diecisiete anos de edad, Camilo, que era un coloso de 1.90 m de estatura, se enroló con su padre en eI ejército veneciano para luchar contra los turcos. Pero pronto contrajo una dolorosa y repulsiva enfermedad en la pierna, que había de hacerle sufrir toda su vida. En 1571 ingresó, como paciente y criado, en el hospital de incurables de San Giacomo, en Roma. Pero nueve meses después fue despedido a causa de su temperamento revoltoso, y volvió al servicio activo en la guerra contra los turcos. En su vida posterior, Camilo decía que había sido un gran pecador; en realidad el peor de sus vicios era el del juego, que le ponía con frecuencia en situaciones difíciles. Los `receptos de la moral natural y religiosa prohiben arriesgar sumas enormes en los juegos de azar, pues no puede considerarse justo un contrato irrazonable en el que no se guarda la medida de la justa proporción. En caso de que Camilo haya caído en la cuenta de las consecuencias de su pasión dominante, no por ello cambió de vida y, en 1574, apostó en las calles de Nápoles sus ahorros, sus armas, todo lo que poseía y perdió hasta la camisa que llevaba puesta.

Obligado por la miseria y recordando un voto hecho mucho tiempo atrás de ingresar en la orden de San Francisco, entró a trabajar en la construcción de un convento capuchino en Manfredonia. La conmovedora exhortación que hizo a los obreros el guardián del convento, completó la conversión de Camilo. Mientras reflexionaba sobre las palabras del sacerdote, el futuro santo cayó de rodillas, pidió perdón de sus pecados con muchas lágrimas y se encomendó a la misericordia de Dios. La conversión tuvo lugar en 1575, cuando Camilo tenía veinticinco años y, en ese mismo instante empezó su carrera de penitencia. Camilo ingresó, poco después, en el noviciado de los capuchinos, pero la enfermedad de la pierna le impidió hacer la profesión. Entonces volvió al hospital de San Giacomo, donde se consagró al cuidado de los enfermos. Los administradores, viendo su caridad y habilidad, le nombraron, al cabo de algún tiempo, superintendente del hospital.

Es difícil imaginar actualmente las condiciones espirituales y materiales de los hospitales de la época, pues con frecuencia había que emplear como enfermeros a la peor gentuza. Ante la negligencia y falta de escrúpulos de los enfermeros, Camilo concibió el proyecto de fundar una asociación de personas deseosas de consagrarse, por caridad, al cuidado de los enfermos. Pronto encontró a algunos compañeros dispuestos a seguirle en ese camino; pero su proyecto se estrelló, al principio, contra las envidias y sospechas que provocan todas las grandes obras. Para poder ayudar más a los enfermos, desde el punto de vista espiritual, Camilo, después de consultar a su confesor, san Felipe Neri, decidió recibir las órdenes sagradas; en efecto, poco después recibió el sacerdocio de manos del vicario de Roma, Tomás Goldwell, obispo de Saint Asaph, que estaba desterrado de su diócesis inglesa. Un caballero romano llamado Fermo Calvi le asignó una renta el día de su ordenación.

San Camilo decidió entonces independizarse del hospital de San Giacomo y empezar la tarea por su cuenta, contra la opinión de san Felipe Neri. Con otros dos compañeros, dio principio a la nueva congregación. Los tres amigos, que observaban una regla común, iban todos los días al gran hospital del Espíritu Santo, donde asistían a los enfermos con tanto cariño y cuidado, que parecía que estaban curando las heridas del mismo Jesucristo. Visitaban a todos los pacientes, los servían con una caridad inmensa y, con sus exhortaciones, los preparaban para recibir los sacramentos y aceptar con resignación la muerte. El fundador tuvo que enfrentarse con adversarios muy poderosos y grandes dificultades. Pero su confianza en Dios le sacó adelante. En 1585, alquiló una casa y el éxito le movió a extender sus actividades. Así pues, prescribió que los miembros de la congregación hicieran un voto de atender a los prisioneros, a los enfermos infecciosos y a los enfermos graves de las casas particulares. En 1595 y en 1601, envió a algunos de sus religiosos con las tropas que iban a Hungría y Croacia. Tal fue el comienzo de los enfermeros de guerra. No pretendemos disminuir la gloria de Enrique Dunant, el fundador de la asociación de la Cruz Roja Internacional, pero sería injusto olvidar a los que, antes que él, se ocuparon de los heridos en el campo de batalla, como san Camilo de Lelis y Florencia Nightingale.

En 1588, san Camilo fundó una nueva casa en Nápoles, a petición de las autoridades de la ciudad. Como se había prohibido que entrasen en el puerto unos navíos en los que había algunos apestados, los Siervos de los Enfermos (como se llamaba a los compañeros de san Camilo) subieron a asistirlos a bordo. En la empresa perecieron dos de los compañeros del santo, los primeros «mártires» del nuevo instituto. San Camilo tuvo ocasión de mostrar también su heroica caridad, durante una epidemia de peste que causó gran mortandad en Roma y durante una época de carestía que asoló a la misma ciudad. En 1591, Gregorio XIV elevó la congregación de san Camilo a la categoría de orden religiosa. En la actualidad, los Siervos de los Enfermos, que desde el punto de vista canónico son clérigos regulares, cuentan con sacerdotes y hermanos legos y siguen consagrados al cuidado de los enfermos en hospitales e instituciones privadas.

Como lo indicábamos más arriba, el fundador de la orden estuvo enfermo toda su vida: durante cuarenta y seis años padeció el mal de su pierna que, además, tuvo fracturada desde los treinta y seis años y también tenía dos llagas muy dolorosas en la planta del pie. Desde mucho antes de morir, padeció de náuseas y apenas podía comer. Sin embargo, en vez de permitir que sus hermanos le cuidasen, los enviaba a asistir a los otros enfermos. Cuando sus propias enfermedades le impedían caminar, encontraba manera de arrastrarse, noche y día, por los hospitales para ver si los enfermos necesitaban alguna cosa. Entre los males que se evitaron gracias al celo de san Camilo, se cuenta el remedio a los trágicos descuidos de enterrar a los moribundos sin cerciorarse de que estuviesen muertos. Ordenó el santo a sus religiosos que continuasen las oraciones de los agonizantes por lo menos un cuarto de hora después de la muerte aparente y que no tolerasen que se cubriese demasiado pronto el rostro de los muertos. San Camilo fundó quince casas religiosas y ocho hospitales. Dios premió su celo y caridad con los dones de profecía y milagros y le concedió innumerables gracias extraordinarias.

En 1607 san Camilo renunció a la dirección de su orden. Sin embargo, asistió al capítulo general que tuvo lugar en Roma, en 1613 y acompañó después al superior general en la visita de las casas del instituto para despedirse de sus hermanos con una última exhortación. Recibió el santo viático de manos del cardenal Ginnasi. Después de la extremaunción, dirigió unas conmovedoras palabras a los presentes y expiró éI 14 de julio de 1614, a los sesenta y cuatro años de edad. Fue canonizado en 1746. El Papa León XIII le proclamó patrono de los enfermos junto con san Juan de Dios, y Pío XI le nombró patrono de los enfermeros y de sus asociaciones.

La biografía más antigua es la que escribió el P. S. Cicatelli un año después de la muerte de San Camilo, en 1615 (de la que se lee un fragmento en el Oficio de Lecturas de la memoria litúrgica). El P. Cicatelli había sido compañero del santo durante veintiséis años. Entre las numerosas biografías modernas citaremos la de Bäumker, en alemán, y las de Blanc y Latarche, en francés. Pero la obra más documentada es la de Mario Vanti, S. Camillo de Lellis (1929); el autor se basa en un detallado estudio de las cartas del santo y de todas las fuentes disponibles. Ver también San Giacomo degl'Incurabili di Roma (1938). N.ETF: todas las biografías que he consultado repiten que la madre era sexagenaria cuando lo tuvo, sin que parezca necesario a los biógrafos hacer alguna aclaración respecto de tal hecho extraordinario.