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Martires chinos de la persecución de los «Bóxer»

La época moderna de las misiones de China comienza a mediados del siglo XIX, ya que el tratado de Nankín y otros acuerdos internacionales abrieron al mundo exterior las puertas de China y garantizaron la tolerancia del cristianismo en dicho país. Inmediatamente, empezó un período de gran actividad y expansión, tanto desde el punto de vista misional como comercial, ya que a fines del siglo, los ingleses tenían en su manos el ochenta por ciento del comercio exterior de China. Las autoridades chinas se alarmaron entonces ante la perspectiva de ver a su país en manos de los comerciantes europeos, como había sucedido a la India, y reaccionaron contra los «demonios extranjeros», a los que había sostenido hasta entonces el primer ministro Li Hungehang.

Con la ayuda de la emperatriz madre, Tzu-hsi, se formó una sociedad secreta para expulsar a los europeos. Los ingleses dieron el nombre de «Boxers» a los miembros de dicha sociedad. En 1900, los boxers se levantaron en armas, pusieron sitio a las legaciones de los países extranjeros y asesinaron a gran número de comerciantes y misioneros. Entre las víctimas había cinco obispos, veintinueve sacerdotes, nueve religiosas (todos europeos) y de veinte mil a treinta mil católicos. En Roma se estudia actualmente la causa de cerca de tres mil de esos mártires: veintinueve de ellos fueron beatificados en 1946, y varias decenas más lo fueron bajo el pontificado de SS Juan Pablo II, principalmente en la ceremonia del 1 de octubre del 2000; los beatificados en 1946 fueron canonizados también por SS Juan Pablo II. En la época del levantamiento de los boxers, el vicario apostólico de Shansi era san Gregorio Grassi, obispo titular de Ortosias. Mons. Grassi, que tenía entonces sesenta y siete años, era originario del Piamonte y pertenecía a la Orden de los Frailes Menores. Había trabajado como misionero en China durante cuarenta años. En 1900, se hallaba en Taiyuanfú, en el seminario de su vicariato. En mayo de ese mismo año, había sido nombrado gobernador de Taiyuanfú un tal Yu Hsien, enemigo declarado de los cristianos. La situación de éstos se hacía más peligrosa de día en día. Entre los frailes menores había un hermano lego de constitución hercúlea, llamado Andrés Bauer, de origen alsaciano, quien había formado parte del séptimo regimiento de coraceros de su patria. Dicho hermano había querido organizar la resistencia armada, junto con el mandarín cristiano Li Fu, pero sus superiores se lo habían prohibido. San Francisco Fogolla había respondido a san Andrés Bauer: «Si Dios quiere que seamos mártires, aceptemos su voluntad». Mons. Fogolla, que era coadjutor de Mons. Grassi, había nacido en Toscana en 1839 y era también franciscano.

El 27 de junio, los boxers atacaron las misiones protestantes de los alrededores. Aquella misma noche, Mons. Grassi clausuró el seminario y ordenó a los seminaristas que volviesen a sus casas. Sólo cinco de ellos no lo lograron; eran éstos los santos Juan Zhang, Patricio Tong, Felipe Zhang, otro Juan Zhang y Juan Wang. El de mayor edad tenía veintitrés años y el más joven dieciseis. Los cinco fueron arrestados en las puertas de la ciudad y conducidos ante el prefecto, quien los exhortó a abjurar del cristianismo. Los jóvenes se negaron firmemente. Después de algunos días de prisión, fueron trasladados al patio de la casa de Yu Hsien.

Entre tanto, Mons. Grassi estaba muy angustiado por la suerte de las misioneras franciscanas de María, una congregación fundada hacía poco tiempos, que estaban bajo su protección. Para conseguir que escaparan, les ordenó que vistiesen como las mujeres de la región. Pero las religiosas no tenían ningún deseo de escapar y dijeron al vicario apostólico: «No nos impidáis morir con vos, Monseñor; si somos demasiado débiles, Dios se encargará de darnos fuerzas». La superiora era santa María Herminia Grivot, nacida en Baume, en Borgoña, en 1866, que sólo llevaba quince meses en China. Los testigos afirman que el valor que mostró la superiora dio ánimo a todas las religiosas para soportar la terrible prueba. Entre las religiosas había dos italianas, María Giuliani y Clara Nanettt; dos francesas, María Saint Just Moreau y Natalia Kerguin; una belga, Amandina Jeuris, y una holandesa, Adolfina Dierkx. Todas tenían entre veinticinco y treinta y ocho años de edad. Mons. Grassi consiguió prestadas varias carretas y ordenó a las religiosas que trasladasen a los niños del orfanato a las casas de los cristianos; pero los soldados impidieron el cumplimiento de esa orden y, dos días después, sacaron por la fuerza a todos los niños huérfanos. Yu Hsien promulgó entonces un edicto por el que prohibía a los cristianos reunirse para el culto. La madre Herminia quería hacer algo para proteger a los huérfanos, pero las religiosas le aconsejaron que se tomase algún descanso. La superiora respondió: «¿Descansar? ¡Ya lo haremos en la eternidad!» Los soldados pusieron fuego a las casas vecinas, y el grupo de las religiosas con Mons. Grassi quedaron aislados del mundo exterior.

El 5 de julio, los dos obispos y las religiosas fueron trasladados a una casa contigua a la de Yu Hsien, junto con los padres franciscanos Elias y Teodorico y el hermano Andrés, del que hicimos ya mención. San Elías Facchini, que era ya anciano, había nacido en Bolonia y había sido profesor del seminario en Shansi durante más de treinta años. San Teodorico Balat, un francés originario de Albi, era un hombre de carácter bondadoso y reservado que conocía perfectamente el chino y había trabajado durante diez años en una alejada y difícil misión.

El 9 de julio, los boxers atacaron a los protestantes que se hallaban reunidos en una casa vecina (En ese ataque murieron treinta y tres protestantes) y los misioneros comprendieron que había llegado su última hora. En efecto, los boxers irrumpieron en el preciso instante en que Mons. Grassi daba la última absolución a su pequeña grey. No hubo ninguna clase de juicio. El mismo Yu Hsien decapitó al punto a los dos obispos. Entonces las monjas se arrodillaron a cantar el «Te Deum» y se descubrieron el cuello para recibir el golpe de la espada. La madre Clara, que había predicho su martirio desde tiempo atrás, fue la primera en morir. Los tres franciscanos y los cinco seminaristas chinos perecieron por la espada. Junto con ellos, dieron también la vida por Cristo nueve humildes criados de la misión, que habrían podido escapar. Sus nombres, inscritos por la Iglesia en el libro de los santos, son: Tomás Shen Jihe, Simón Chen Ximan, Pedro Wu Anpeng, Francisco Zhang Rong, Matías Feng De, Santiago Yan Guodong, Pedro Zhang Banniu, Santiago Zhao Quanxin y Pedro Wang Erman. Los seminaristas y las religiosas fueron respectivamente los protomártires de los seminaristas chinos y de las misioneras franciscanas de María. Los católicos chinos, con gran propiedad, dieron a la casa en que se llevó a cabo el martirio el nombre de «Mansión de Paz Celestial».

Unos días antes (4 de julio), en Hengchufú, de la provincia de Honán, otro franciscano, el P. Cesidio Giacomantonio, fue capturado por los boxers en el momento en que retiraba el Santísimo Sacramento del tabernáculo, antes de abandonar su iglesia. Tras de golpearle brutalmente, los boxers le bañaron en aceite y le quemaron a fuego lento. San Cesidio había llegado a China siete meses antes. Fue el primer mártir y el primer beato del colegio franciscano de San Antonio de Roma. En cuanto se enteró del martirio del P. Cesidio, el vicario apostólico del sur de Honán, Mons. Antonio Fantosati, se dirigió a Hengchowfú, acompañado del P. José Gámbaro. Los boxers los reconocieron cuando navegaban poi el río, los obligaron a desembarcar y los apedrearon en la orilla (7 de julio). San José murió primero. San Antonio agonizó durante dos horas, hasta que un golpe de lanza puso fin a su vida.

Para que las canonizaciones y beatificaciones pudiesen llevarse a cabo, había que probar que habían sido asesinados por causa de la fe (in odium fidei) y no simplemente por razones políticas o porque la mayoría de ellos eran extranjeros, coo puede parecer a una mirada rápida. La principal prueba fue un edicto del gobernador Yu Hsien, que decía textualmente: «La religión europea es cruel y malvada, desprecia al hombre y oprime al pueblo. Todos los cristianos (chinos) que no abjuren de su religión, serán ejecutados [...] ¡ Oíd, cristianos y temblad! ¡Renunciad a esa religión perversa! ¡Temed y obedeced! Los boxers no odian a ningún ser humano, lo que odian es la religión».

La ceremonia de la beatificación de los primeros mártires de 1900 tuvo lugar en la basílica de San Pedro de Roma, el 24 de noviembre de 1946. Entre los presentes se hallaban dos religiosas chinas de la congregación de las misioneras de María, que habían sido testigos de la ejecución de algunos de los mártires. Una de ellas, que tenía setenta años, había estado colgada durante una hora por los pulgares y en consecuencia, había perdido el uso de esos dedos; además, los boxers la habían obligado a beber la sangre de una de las víctimas. La otra religiosa era nieta de uno de los mártires.

Se conserva el testimonio escrito de varios testigos presenciales de la ejecución de estos mártires. En 1902, se publicó en Roma la «Vie de la Mere Marie-Hermine de Jésus et de ses compagnes», se trata de un volumen "in octavo" de 580 páginas, en el que se narra detalladamente la vida de las siete religiosas. M. T. de Blarer publicó en París, en 1946, un resumen de dicha obra (146 páginas). En ambos libros hay algunos detalles sobre los mártires franciscanos. Véase también Les vingt-neuf martyrs de Chine... (1946). En Missions de Scheut (1924), hay una lista completa de los misioneros europeos martirizados en China entre 1815 y 1923. Artículo del Butler-Guinea (México, 1964), 9 de julio: «Mártires de China II», con las correspondientes actualizaciones.