BN,E

Beato Nevolone, eremita

La Tercera Orden fue fundada por san Francisco para aquellos laicos que no podían o no querían renunciar a su condición en el mundo, y querían seguir la regla franciscana y «el secreto de la santidad», y sembrar en todos los estratos de la población los ideales de pobreza, castidad y obediencia. Para dar una idea de la vitalidad del movimiento franciscano basta citar los nombres de terciarios, como el beato Luquesio, san Luis rey de Francia, santa Isabel Langravia de Turingia, san Fernando rey de Castilla, santa Rosa de Viterbo, san Ivo de Bretaña, santa Margarita de Cortona, la beata Humiliana de Cerchi, el beato Contardo Ferrini y también figuras pintorescas como Pedro Pettinaio y Bartolo Bompedoni. A estos nombres se añade el curioso y simpático de Novelón o Nevolone, terciario franciscano de Faenza.

Hijo de artesanos y artesano él mismo, Nevolone de Faenza ejercía el oficio de zapatero y vivió en su juventud una vida que los biógrafos definen como «desordenada», pero que quizás fue solamente despreocupada; una vida dedicada al trabajo para ganar lo más posible, para seguir disfrutando de los placeres del mundo: buen vino, buena cocina, bellas mujeres, alegres compañías.

Una grave enfermedad indujo al despreocupado zapatero a ceñirse la cuerda de la Tercera Orden Franciscana y sobre todo a hacer que este gesto no fuera meramente simbólico. En efecto, sin abandonar su oficio, volteó por completo la medalla de su vida, y se volvió gran ayunador e insaciable penitente, caritativo y rigurosamente pobre. Muchas veces peregrinó a pie y descalzo, a pesar de su profesión de zapatero, convirtió a su mujer, antes compañera de sus despreocupaciones. Sobre todo trabajó fabricando zapatos y más zapatos, no ya para ganar más, sino para regalar todo a los pobres, hasta reducirse a la extrema indigencia. Al quedar solo, vivió en la celda de un ermitaño camaldulense pobre como él y como él, devoto.

Once veces fue en peregrinación a Santiago de Compostela. Oración, obras de caridad y penitencias fueron la síntesis de su vida. Murió hacia la medianoche del 27 de julio de 1280 a la edad de 80 años y en cuanto expiró las campanas comenzaron a tocar a fiesta. Su cuerpo fue llevado con grandes honores a la iglesia catedral de San Pedro de Faenza y sepultado en un arca de mármol. Numerosos milagros lo hicieron popular. Era tal la afluencia de peregrinos a su tumba, que, para mantener el orden, fue necesario colocar guardia en 1282. Los faentinos lo veneran con culto público, que fue aprobado por Pío VII el 4 de junio de 1817.