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Beato Luis María Monti, fundador

Luigi Monti, religioso laico, a quien sus discípulos veneraban llamándole «padre» debido a su irrebatible paternidad espiritual, nació en Bovisio, el 24 de julio de 1825, octavo de una familia con once hijos. Huérfano de padre a los 12 años, se hizo carpintero para ayudar a su madre y a sus hermanos pequeños. Joven apasionado, reunió en su taller a muchos artesanos de su edad así como a campesinos para dar vida a un oratorio vespertino. El grupo se denominó la Compañía del Sagrado Corazón de Jesús, pero el pueblo de Bovisio no tardó en apodarlo «La Compañía de los Hermanos».

Dicha compañía se caracterizaba por la austeridad de vida, la dedicación al enfermo y al pobre, y el tesón para evangelizar a los que se hallaban alejados del camino. Luigi capitaneaba el grupo. En 1846, a los 21 años de edad, se consagró a Dios y emitió votos de castidad y obediencia en manos de su padre espiritual. Fue un fiel laico consagrado a la Iglesia de Dios, sin convento y sin hábito. Sin embargo, no todo el mundo supo acoger el don que el Espíritu había infundido en él. De hecho, algunas personas del pueblo, junto al párroco, se opusieron de forma rastrera e implacable, lo cual desembocó en una denuncia calumniosa en la que se le acusaba de conspiración politica contra la autoridad austríaca de ocupación. En 1851, Luigi Monti y sus compañeros fueron encarcelados en Desio (Milán) y fueron puestos en libertad gracias a un proceso verbal que, sin embargo, no se celebró hasta pasados 72 días de cárcel.

Dócil con su padre espiritual, el sacerdote Luigi Dossi, entró con él en la congregación de los Hijos de María Inmaculada que el beato Ludovico Pavoni había fundado hacía cinco años. Se quedó seis años de novicio. Este tiempo supuso para Luigi Monti un periodo de transición, en el que se enamoró de las constituciones de Pavoni, se ejercitó como educador, y aprendió la teoría y la práctica de la profesión de enfermero, que puso al servicio de la comunidad y de los afectados por el cólera durante la epidemia de 1885, encerrándose voluntariamente en la leprosería local.

A los 32 años, Luigi Monti todavía estaba buscando la realización concreta de su vocación. En una carta con fecha de 1896, cuatro años antes de fallecer, evocó la noche del espíritu, vivida en este periodo: «Transcurría horas ante Jesús Sacramentado. Y, sin embargo, eran horas sin pizca de rocío celestial. Mi corazón permanecía árido, frío, insensible. Estaba a punto de abandonarlo todo cuando, de repente, mientras me hallaba en mi celda, sentí una voz en mi fuero interno, clara y comprensible, que me decía: 'Luigi, dirígete al sagrario de la iglesia y expónle tus tribulaciones de nuevo a Jesús Sacramentado'. Así que haciendo caso de la inspiración, me voy para allá, me arrodillo, y al cabo de poco ¡maravilla! veo a dos personajes con forma humana. Los conozco. Son Jesús y su Madre Santísima. Se me acercan y me dicen en voz alta: 'Luigi, te queda mucho que sufrir todavía, te quedan luchas mayores que librar. Sé fuerte. Saldrás vencedor de todo. Nuestra ayuda poderosa no te faltará nunca. Sigue el camino que empezaste'. Así dijeron, y desaparecieron.»

Inspirado en el testimonio de caridad de santa María Crucificada de Rosa, el sacerdote Luigi Dossi planteó a Monti la idea de crear una congregación para el servicio de los enfermos, en Roma. Luigi Monti aceptó y sugirió llamarla «Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción». Varios amigos suyos de la época de la «Compañía» compartieron dicha idea y, además, se sumó un joven enfermero experto y muy apasionado, llamado Cipriano Pezzini.

Una fundación en la Roma de Pío IX no era cosa sencilla y menos todavía en uno de los hospitales más famosos de Europa, el hospital de Santo Spirito. Mientras tanto, los capellanes capuchinos, en el seno de dicho hospital iniciaron una asociación de terceros de San Francisco para la asistencia corporal a los enfermos. Cuando Luigi Monti llegó a Roma, en 1858, halló una realidad distinta a la que se imaginaban tanto él como su amigo Pezzini, quien le precedió para entablar las negociaciones que eran menester con el Comendador, máxima autoridad del hospital.

Comprendió que Dios, en ese momento, lo quería sencillamente como el «Hermano Luigi de Milán», enfermero del hospital Santo Spirito. De manera que solicitó humildemente formar parte del grupo organizado por los PP. Capuchinos. Al principio, se encargó de todos los servicios reservados en la actualidad al personal sanitario asistente, y posteriormente la tarea de flebotomiano (sangrador), tal y como consta en el diploma que le concedió la Università La Sapienza di Roma.

En 1877, por designación unánime de sus congregantes, Pío IX le encomendó capitanear su propia Congregación y así siguió hasta su muerte. Pío IX prefirió desde un primer momento la Congregación de los Hijos de la Inmaculada Concepción tanto por su gran anhelo de ver bien asistidos a los enfermos de los hospitales romanos como por el hecho de que llevaba el nombre de la Inmaculada. Convertido en Superior general, Luigi Monti preparó para la Congregación un código de vida que reflejaba las experiencias para las que el Espíritu de Dios le había conducido. Los Hermanos, nutriéndose con la Eucaristía y la meditación del privilegio de la Completamente Pura, se dedicaron a la asistencia de forma heroica. En los hospicios en masa por epidemias de malaria, de tifus o tras episodios bélicos, los Hermanos no dudaban en prestar su propio colchón. Se declaraban todos ellos dispuestos a asistir a los enfermos de todas las formas de enfermedad, se les enviase a donde se les enviase. Luigi Monti constituyó otras pequeñas comunidades en la zona norte de la región del Lacio, en donde él mismo había trabajado anteriormente brindando servicios médicos de todo tipo asó como en calidad de enfermero itinerante por los caseríos desperdigados en el campo de Orte, en la provincia de Viterbo.

En 1882, recibió en Santo Spirito la visita de un monje cartujo que declaró haber recibido de la Virgen Inmaculada la inspiración para presentarse ante él. Venía de Desio. El cartujo le presentó un caso límite: se trataba de cuatro sobrinillos suyos, huérfanos de padre y madre. Era una señal del Espíritu de Dios y Luigi Monti amplió su obra asistencial a los menores totalmente huérfanos. Para ellos inauguró una casa de acogida en Saronno. Su principio pedagógico básico se basaba en la paternidad del educador. La comunidad de los religiosos acoge al huérfano como en familia, para «vivir juntos el día», para crear juntos las perspectivas de inserción en la sociedad con una formación humana y cristiana que sea la base para todas las vocaciones: a la vida civil, a la familia y al estado de consagración especial.

La muerte le halló en Saronno, exánime, casi ciego, con 75 años de edad, en 1900. Su proyecto no había recibido todavía la aprobación eclesiástica. La obtuvo en 1904 de san Pío X, quién aprobó el nuevo modelo de comunidad previsto por el fundador, concediendo el sacerdocio ministerial como complemento esencial para desempeñar una misión apostólica dirigida a todos los hombres, tanto en el servicio de los enfermos como en la acogida de la juventud marginada. Fue beatificado por SS Juan Pablo II en 2003.