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Beato Jacobo Benfatti, religioso y obispo

La difícil sucesión del Papa Bonifacio VIII -el grande y tempestuoso Pontífice en tiempos del Dante- tocó al suave cardenal Nicolás Boccasino, elegido en 1303 bajo el nombre de Benedicto XI, luego proclamado beato, último y breve pontificado antes del exilio de Avignón. Nicolás Boccasino era fraile dominico, y era Maestro General de la Orden cuando fue elegido cardenal, y poco después Papa. Gustaba rodearse de dominicos, e incluso el cardenal Nicolás de Prato, enviado como un pacificador a Florencia en 1304, era dominico. Dominico era también el consejero íntimo del cardenal Boccasino, Jacobo Benfatti o Benefatti, a quien hoy veneramos. Era de Mantua, y provenía de una familia noble; al alma devota unió un temperamento estudioso, doctorándose como Maestro de Teología en la Universidad de París. No por favoritismo, sino como homenaje a sus méritos, especialmente en lo espiritual, Benedicto XI, en su breve pontificado, tomó la iniciativa de consagrar a su consejero y amigo como obispo de la ciudad de Mantua. Fue una elección más que acertada, incluso aunque el Papa no tuvo tiempo de ver la confirmación de su correcto juicio.

Con su elevada altura moral, su sabiduría, su conocimiento de los hombres, el obispo Benfatti podría haber ejercido au ascendencia en los círculos diplomáticos e incluso políticos, de los cuales, sin embargo, no quiso aprovecharse. Por el contrario, se mantuvo deliberadamente fuera de las cuestiones más espinosas de la época, y especialmente de las amargas disputas que dividían a las principales ciudades italianas, y que podrían atribuirse, en esencia, el contraste entre la antigua aristocracia y la nueva burguesía. Entre las diversas partes, Jacobo Benfatti prefiere la de los pobres, cuyo único color era la miseria y cuya bandera era la necesidad. Y los pobres de Mantua, no sólo como una «manera de hablar», llamaron al obispo su padre.

Las crónicas de la época hablan también, por supuesto, de sus actividades oficiales, tales como la presencia en la coronación de Enrique VII en Milán, o la participación en el Concilio de Vienne, en Francia. Pero la sustancia de su episcopado, que duró veintiocho años, fue especialmente la caridad, que le ganó el afecto de la gente en vida, y el culto después de su muerte, en torno a las reliquias conservadas en la hermosa catedral de la ciudad.

Traducido para ETF de un artículo sin mención de autor de Santi e Beati.