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Beatas Magdalena Fontaine, Francisca Lanel, Teresa Fantou y Juana Gérard, vírgenes y mártires

Estas cuatro mártires eran Hermanas de la Caridad de San Vicente de Paul, en el convento de Arras. Fueron la madre superiora, beata Magdalena Fontaine, de 71 años; la beata Francisca Lanel, 42 años; la beata Teresa Fantou, una bretona de 47; y la beata Juana Gerard, de 42 años.

En plena Revolución Francesa, las cuatro hermanas, de acuerdo con el criterio de su regla, se negaron a prestar el juramento de fidelidad que exigía la Convención a clérigos y religiosas y, por lo tanto, se las apuntó en la lista de sospechosos. Pocos meses más tarde, el 14 de febrero de 1794, fueron detenidas por infidelidad. Con base en cierto documento que había sido introducido clandestinamente en el convento por alguno de sus enemigos, fueron interrogadas sobre «sus actividades contrarevolucionarias». El tristemente célebre sacerdote renegado Joseph Lebon, solicitó a la Convención el envío de las cuatro hermanas a la ciudad de Cambrai, para ser juzgadas por él. Las prisioneras llegaron a Cambrai el 26 de junio y, el mismo día, comparecieron ante el tribunal donde se acusó a la superiora Magdalena de ser «una piadosa contra-revolucionaria» y a las otras tres como sus cómplices, por lo que fueron condenadas a muerte, sin apelación.

Sin tardanza, las cuatro hermanas de la caridad fueron conducidas al cadalso y las gentes se detenían a mirarlas, conmovidas, porque todas ellas iban cantando a voz en cuello el Ave Maria. Sobre la plataforma de la guillotina se produjo un suceso notable: la madre Magdalena que fue la última en subir, luego de haber visto rodar las cabezas de sus tres hijas, se volvió hacia la multitud y gritó: «¡Oíd, cristianos! Nosotras hemos sido las últimas víctimas. La persecución se detendrá; las guillotinas serán destruidas y los altares de Jesucristo se levantarán de nuevo, llenos de gloria». La profecía se realizó al pie de la letra. Tras la ejecución de las cuatro religiosas y ante críticas tan violentas que amenazaban con transformarse en ataques armados, Lebon se vio obligado a detener la matanza y, menos de seis semanas después, su propia cabeza cayó en el cesto. Las cuatro hermanas de la caridad fueron beatificadas en 1920.