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Beata María Teresa de Soubiran La Louvière, virgen y fundadora

La familia Soubiran pertenecía a la antigua nobleza. Sus orígenes datan por lo menos del siglo XIII, emparentada con buena parte de las familias reales de Europa. En el segundo cuarto del siglo XIX, el jefe de la familia Soubiran era José de Soubiran la Louviére, quien vivía en Castelnaudary, cerca de Carcassonne. José se casó con Noemí de Gélis de l'Isle d'Albi. Sofía Teresa Agustina María, segunda hija de este matrimonio, nació el 16 de mayo de 1835. Los Soubiran mantenían las tradiciones religiosas de la familia, aunque en una forma que reflejaba más la severidad que la alegría del cristianismo. Sofía, dirigida por su tío, el canónigo Luis de Soubiran, se sintió pronto llamada a la vida religiosa. En la congregación mariana que proyectaba el canónigo había otras jóvenes que se sentían también llamadas por Dios. Cuando Sofía tenía diecinueve años, Don Luis determinó fundar una comunidad de «beguinas», es decir, de mujeres que viviesen en comunidad con votos temporales de castidad y obediencia. Pero Sofía no creía que ésa fuese su vocación, ya que las «beguinas» gozaban de mucha libertad y podían volver al mundo en el momento en que lo deseasen. Ella se sentía más bien inclinada a la austeridad y la vida retirada del Carmelo. Sin embargo, al cabo de un período de vacilaciones y de solicitar consejos, decidió finalmente plegarse a los deseos de su tío. Así pues, se trasladó a Gante para estudiar el género de vida de las «beguinas» y, a su vuelta, fue nombrada superiora de la comunidad de Castelnaudary, que entonces inauguró su tío el canónigo. Estos acontecimientos tuvieron lugar entre 1854 y 1855.

En los años siguientes, la nueva fundación prosperó, aunque en una forma bastante diferente a la de los «beguinatos» belgas, ya que Sofía y sus compañeras renunciaron a sus propiedades, establecieron un orfelinato y practicaron por regla la adoración nocturna al Santísimo Sacramento. A pesar de los progresos, fue aquélla una época tan difícil para la comunidad y su superiora, que la casa en que habitaban recibió el nombre de «el convento del sufrimiento». En 1863, la madre María Teresa, como la llamaremos en adelante, consultó acerca de su vocación a la superiora del convento de Nuestra Señora de la Caridad, en Toulouse y a algunas personas de su confianza, quienes le aconsejaron que hiciese los Ejercicios de San Ignacio. Así lo hizo bajo la dirección del famoso jesuita, P. Pablo Ginhac. Dios le manifestó entonces claramente que debía llevar adelante su propósito de fundar la congregación de María Auxilidaora, tal como lo tenía planeado. El fin de dicha congregación consistía en que sus miembros practicasen la vida religiosa en toda su plenitud y trabajasen por «la empresa más divina y más humana que existe: la salvación de las almas». Ningún trabajo debería parecer demasiado grande ni demasiado pequeño a las religiosas, sobre todo si otras congregaciones no podían o no querían tomarlo entre manos. El canónigo de Soubiran acabó por plegarse a los deseos de su sobrina. El «beguinato» no se disolvió; simplemente, en septiembre de 1864, la madre María Teresa y unas cuantas hermanas se mudaron al convento de la Rué des Büchers de Toulouse, que iba a ser la residencia de la nueva congregación. A partir del año siguiente, los escritos de la beata nos permiten seguir de cerca su evolución interior hasta su muerte, ocurrida un cuarto de siglo más tarde.

Las nuevas religiosas siguieron dedicándose al cuidado de los huérfanos y a la instrucción de los niños pobres e inauguraron en Toulouse la primera casa de huéspedes para jóvenes trabajadoras a la que se dio el nombre de Maison de famille, porque era un verdadero hogar para las jóvenes que no lo tenían o que vivían lejos del suyo. Las auxiliadoras practicaban diariamente la adoración nocturna, en tanto que las «beguinas» sólo lo hacían una vez al mes. La madre Teresa calcó las constituciones de su congregación sobre las de la Compañía de Jesús. El P. Ginhac, que tomó parte muy activa en la nueva fundación, se encargó de revisar las constituciones. En 1867, el arzobispo de Toulouse aprobó a las auxiliadoras y la Santa Sede publicó, en 1868, un breve laudatorio. En 1869, se inauguraron los conventos de Amiens y de Lyon, en los que las religiosas siguieron consagrándose al cuidado de las jóvenes trabajadoras. Durante la guerra franco-prusiana, las religiosas de los tres conventos se refugiaron primero en Southwark y después, en Brompton, donde los padres oratorianos las ayudaron mucho. Más tarde, establecieron una "casa de familia" en Kennington. Tal fue la primera fundación inglesa de las auxiliadoras.

En 1868 ingresó en la congregación una novicia que tres años después fue elegida por voto casi unánime del capítulo, consejera y asistenta de la madre general. Se trataba de la madre María Francisca, una mujer muy hábil e inteligente, cinco años mayor que la madre María Teresa de Soubiran. A la vuelta de Inglaterra, la madre María Francisca presentó un proyecto sobre el desarrollo de la congregación; «con el brillo de sus discursos, la fuerza y claridad de sus argumentos, la precisión de sus juicios, su tacto, su habilidad en el manejo de los negocios y su fe ardiente y avasalladora», consiguió que el plan fuese aprobado. La cita anterior procede de los escritos de la beata María Teresa y muestra claramente la influencia que ejercía sobre ella su asistenta. Desgraciadamete, la beata no se dio cuenta durante mucho tiempo de que la madre María Francisca era «dominadora, inestable y ambiciosa», como el tiempo lo había de probar. El hecho fue que la congregación se desarrolló demasiado rápidamente y se abrieron nuevas casas sin recursos suficientes. A principios de 1874, la madre María Francisca declaró que la situación económica de la congregación era desesperada (actualmente sabemos que tal juicio era exagerado).

Al principio, la madre María Francisca se echó a sí misma la culpa; pero pronto empezó a atacar a la madre María Teresa, acusándola de ser orgullosa, débil, vacilante y de poco espíritu religioso. Al poco tiempo, empezó a correr en todos los conventos de la congregación el rumor de que el mal estado de cosas se debía a la fundadora. La madre María Teresa recordó entonces que muy poco antes le había parecido que el Señor le decía: «Tu misión ha terminado. Dentro de poco, no habrá sitio para ti en tu congregación. Pero mi poder y mi bondad estarán contigo». Ella había respondido: «Amén». Desde entonces, estuvo dispuesta a repetir nuevamente su «amén», pero antes quiso consultar al P. Ginhac. Este quedó un tanto desconcertado e, inmediatamente, mandó llamar a la madre María Francisca, quien le expuso a su modo la situación. Entonces, el siervo de Dios aconsejó a la madre María Teresa que renunciase. Su consejera fue nombrada superiora general.

La casa madre de la congregación era entonces la de Bourges. La nueva superiora general no quiso que su predecesora retornase ni residiese en ninguno de los conventos de la congregación. Así pues, la madre María Teresa se retiró al convento de las Hermanas de la Caridad de Clermont, so pretexto de descansar algunas semanas. El descanso se prolongó siete meses -«siete meses de angustia»-, en tanto que la madre María Francisca determinaba su destino. No hay para qué narrar en detalle las desagradables medidas que la madre María Francisca tomó para evitar que la madre María Teresa reconquistase su antigua influencia y su autoridad. Baste con decir que esas medidas culminaron con la expulsión de la fundadora de la congregación. La beata tuvo que abandonar el convento de Clermont y el hábito religioso en septiembre de aquel año. A fines de 1874, la madre María Teresa, fundadora de la Compañía de María Auxiliadora, volvió a ser simplemente Sofía de Soubiran la Louviére. Sofía estuvo veinte años en el convento y tuvo que empezar una nueva vida, una prueba muy dura para las personas que no viven «en el mundo». En vano solicitó ser admitida en la congregación de la Visitación y en la orden del Carmelo, «su primer amor». Entonces, pidió su admisión entre sus antiguas amigas del convento de Nuestra Señora de la Caridad en Toulouse, quienes se dedicaban a rescatar mujeres perdidas. Aquellas religiosas no le cerraron las puertas y comprendieron su deseo de ingresar más bien en el convento de París. Después de ciertas dilaciones debidas a algunas dificultades canónicas y a una enfermedad que casi costó la vida a la beata, ésta hizo finalmente la profesión en 1877, a los cuarenta y dos años de edad. Su diario muestra que entró entonces en un período de gran serenidad espiritual y que el poder y la bondad del Señor estaban con ella. El P. Hamon, su director espiritual, escribió: «La abnegación de la madre de Soubiran era tan extraordinaria, que consiguió olvidar completamente a su antigua familia religiosa, confiándola enteramente en manos de la providencia; en esa forma obligó al Divino Pastor a mirar por sus hijas huérfanas. La generosidad de ese sacrificio rayaba, a mi modo de ver, en el heroísmo».

En todo caso, la madre María Francisca no permitía ningún trato, epistolar o personal, entre sus religiosas y la fundadora de la congregación. Sin embargo, al cabo de ocho años, el contacto se restableció de un modo dramático. La madre María Francisca despidió también de la congregación a la madre María Javier, hermana de la fundadora, pues temía que su presencia conservase vivo el recuerdo de la madre María Teresa. La madre María Javier ingresó también en el convento de Nuestra Señora de la Caridad de París y dio a su hermana noticias muy tristes sobre el estado de la congregación de María Auxiliadora. La madre María Teresa escribió por entonces: «Ahora sí que estoy segura de que esa pequeña compañía que Dios quiere tanto, sobre la cual ha velado tan amorosamente y en la cual había tantas almas fervorosas y verdaderamente virtuosas, estoy segura, digo, de que esa compañía está moralmente muerta, o sea que su fin, su forma y sus métodos han cesado de existir. Acepto amorosamente los planes de Dios, pues soy nada ante su santa e incomprensible voluntad». La beata María Teresa había contraído la tuberculosis. La larga enfermedad la obligó a pasar en la enfermería los últimos siete meses de su vida. Murió el 7 de junio de 1889, al murmurar estas palabras: «Ven, Señor Jesús». Trató de hacer la señal de la cruz, pero no llegó a signarse. Fue sepultada en el cementerio de Montparnase, en la cripta del convento de Nuestra Señora de la Caridad. Actualmente, sus reliquias se hallan en la casa madre de las auxiliadoras, en París. La madre María Teresa de Soubiran fue beatificada en 1946. La mejor síntesis de su espíritu queda expresada en las palabras que escribió en una carta, poco después de su expulsión de la congregación de María Auxiliadora: «Como podéis imaginaros, todo ello me ha hecho sufrir enormemente. Sólo Dios es capaz de medir la intensidad y la profundidad de mi dolor y sólo Él sabe hasta qué punto esa pena se ha convertido en una fuente de fe, esperanza y caridad. La gran verdad de que Dios es todo y el resto nada se va convirtiendo en la vida de mi alma y, sobre esa verdad me puedo apoyar con seguridad, en medio de los incomprensibles misterios de este mundo. Es éste un bien superior a todos los bienes de la tierra, porque en el amor omnipotente podemos confiar durante la vida y por toda la eternidad. No sé si hubiese podido aprender esa gran lección sin pasar por tantas angustias; no lo creo. El tiempo pasa y pasa de prisa; pronto veremos la razón de tantas cosas que sorprenden y desconciertan a nuestra inteligencia débil y miope».

Dado que la fundación forma parte de la vida de un fundador, añadiremos unas palabras sobre la historia de la congregación que fundó la madre de Soubiran. La beata había predicho que las cosas iban a cambiar totalmente en la compañía de María Auxiliadora, uno o dos años después de su muerte. Su profecía se verificó. La congregación estaba muy descontenta del gobierno de la madre María Francisca, y varias casas habían sido clausuradas. A partir de 1884, la inestabilidad administrativa se hizo intolerable. Por ejemplo, en menos de cinco años, la sede del noviciado cambió siete veces. La crisis estalló en 1889, cuando el capítulo general se negó a ratificar los nuevos cambios que la superiora proyectaba. El 13 de febrero de 1890, exactamente dieciséis años después de la expulsión de la fundadora, la madre María Francisca dejó de ser superiora y salió de la congregación.

El cardenal Richard, arzobispo de París, nombró a la madre María Isabel de Luppé superiora general. Bajo su gobierno, se hizo luz acerca de la verdarera historia de la fundadora, la madre María Javier ingresó nuevamente en la congregación y la compañía de María Auxiliadora recobró su forma original y empezó a adquirir las características que le han merecido el sitio tan distinguido que ocupa actualmente en la Iglesia. Este corto artículo basta para probar que la historia de la beata María Teresa de Soubiran fue realmente extraordinaria. Lo mismo puede decirse sobre la vida de la madre María Francisca, por más que no tenga cabida en una vida de santos: nos limitaremos simplemente a observar que murió en 1921, cuando la causa de beatificación de la madre María Teresa ya estaba introducida. Después de la muerte de María Francisca, se descubrió que era casada y que para entrar en la congregación de María Auxiliadora había abandonado a su esposo. Como su marido vivía aún y ella lo sabía, María Francisca no pudo hacer votos válidos, de suerte que su generalato fue también inválido y, por consiguiente, todos sus actos fueron nulos. Por la misma razón, la madre María Teresa no dejó nunca de pertenecer, canónicamente, a la congregación que había fundado. Nada sabemos acerca de los últimos treinta años de la vida de María Francisca; según parece, poseía fortuna personal y vivió sola en París.

La primera biografía de la Beata María Teresa fue la del canónigo Théloz (1894). En 1946, T. Delmás publicó una biografía admirable. La obra del P. Monier-Vinard. La Mere Marie-Thérése de Soubiran d'aprés ses notes intimes (2 vols.) constituye prácticamente una colección de los escritos y notas espirituales de la beata. Véase también la biografía del P. W. Lawson (1952); y la excelente semblanza biográfica del P. C. Hoare, Life out of Death (1946).
La vida de la beata es única en los anales de las congregaciones religiosas, pero presenta ciertas analogías con la de san Alfonso de Ligorio, san José Calasanz, santa Teresa Couderc y la recientemente canonizada santa María de la Cruz Jugan. Es extraordinario que hombres de la talla de Mons. Tour d'Auvergne, arzobispo de Bourges, y del P. Ginhac hayan procedido como procedieron: para evitar un escándalo público, contribuyeron a otro peor.