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Beata María Adeodata Pisani, abadesa

Nació en Nápoles el 29 de diciembre de 1806. Era hija del noble Benedetto Pisani, barón de Frigenuini. En el bautismo recibió el nombre de María Teresa. A causa de conflictos familiares -sus padres se separaron- fue educada por su abuela paterna, la baronesa Elisabetta Mamo, que habitaba en Pizzofalcone (Nápoles). A la edad de diez años, cuando la abuela murió, fue internada en un colegio, donde le impartieron una buena formación humana y cristiana. Allí recibió la primera comunión y la confirmación.

En 1820-1821 su padre, implicado en el movimiento liberal partenopeo, fue arrestado y condenado a muerte. Habiéndosele conmutado la pena por el exilio, fue para siempre a Malta. María Teresa, también se trasladó a la isla, pero para vivir con su madre, en la ciudad de Rabat.

A pesar de que su madre se interesaba sobre todo por insertarla en la vida social, queriendo que se casara, María Teresa prefería una vida alejada del mundo, entregada totalmente a una profunda piedad e intensa oración, casi como si fuera monja. Sólo salía de casa para ir, diariamente, a la santa misa.

Su vocación religiosa se despertó con la predicación de un fraile franciscano que habló del juicio final. Ese sermón la sacudió profundamente y mientras oraba ante la Virgen del Buen Consejo percibió con certeza que estaba llamada a la vida religiosa. El 16 de julio de 1828, tras superar la oposición de sus padres, ingresó en el monasterio benedictino de San Pedro, en Mdina, tomando el nombre de María Adeodata. El 8 de marzo de 1830 hizo la profesión religiosa solemne.

De religiosa siguió viviendo la misma vida de humildad y sacrificio que la caracterizó durante su noviciado. No buscó nunca cargos, aunque los ejerció prácticamente todos. Fue tres veces sacristana y enfermera, oficios que le gustaban, porque el primero le permitía estar en contacto continuo con el Señor, y el segundo porque podía servir mejor a sus hermanas. También fue portera, aunque le costaba puesto que le dificultaba el silencio y el recogimiento. Aprovechaba esa oportunidad para ayudar a los pobres, a los cuales, con permiso de la superiora, reunía y catequizaba.

En 1847 fue nombrada maestra de novicias, oficio que desempeñó hasta 1851, día en que fue elegida abadesa. Como superiora destacó sobre todo por su ejemplo de fidelidad a la Regla y por su empeño en ayudar a las hermanas a progresar en el camino de la perfección. Corregía con prudencia, y era más severa consigo misma que con las hermanas.

Por su debilidad física y especialmente por las fuertes penitencias que practicaba, su salud fue debilitándose. Murió el 25 de febrero de 1855. A las cinco de la mañana bajó al coro para recibir la comunión. A la hermana enfermera, que la disuadía de bajar, le respondió:  «Bajaré porque es mi última comunión y hoy mismo moriré». Recibida la comunión, tuvo un infarto y fue llevada a la cama. Pidió la unción de los enfermos, y a las ocho de la mañana, expiró. El papa Juan Pablo II la beatificó en La Valetta el 9 de mayo de 2001.