BLÍAB,R

Beata Lucía Brocadelli, religiosa

Nicolás Brocadelli, tesorero en Narni de Umbría en la segunda mitad del siglo XV, se casó con Gentilina Cassio. Dios les concedió once hijos, de los cuales la mayor fue Lucía, que nació en Narni, en 1476. Desde muy niña, Lucía decidió consagrarse a Dios. Pero su padre murió pronto, y los tutores de la joven, que veían las cosas de otro modo, trataron de casarla por la fuerza a los catorce años. Lucía arrojó el anillo de los esponsales al suelo, abofeteó al pretendiente y salió corriendo de la habitación. Al año siguiente, se presentó otro pretendiente, un tal conde Pedro. Lucía resistió al principio, pero una aparición de la Santísima Virgen y los consejos de su confesor la convencieron de que debía ceder. La Sagrada Congregación de Ritos determinó en 1729, que el día de la fiesta de la beata se rezasen la misa y el oficio de las vírgenes, lo cual prueba que aceptó la tradición de que Pedro y Lucía vivieron como hermano y hermana. A los tres años de matrimonio, Pedro dejó a su mujer en libertad de hacer lo que quisiese. La beata volvió a la casa de su madre, tomó el hábito de la tercera orden de Santo Domingo, e ingresó en una comunidad de terciarias regulares en Roma. Poco después, pasó a otro convento semejante en Viterbo. Dios le concedió ahí la gracia de los estigmas y una participación sensible en la Pasión de Cristo. Durante los tres años que estuvo en Viterbo, sus heridas sangraban todos los miércoles y viernes, de suerte que no podía ocultarlas. El inquisidor del lugar, el maestre del sacro palacio, un obispo franciscano y el médico del papa Alejandro IV, examinaron los estigmas y quedaron convencidos de que se trataba de un fenómeno sobrenatural. El conde Pedro acudió también a verlos y quedó tan convencido que, según se dice, ingresó en la orden de San Francisco.

La fama de la beata Lucía llegó a oídos del duque de Ferrara, Hércules I, quien recordaba con veneración a santa Catalina de Siena y era muy amigo de las beatas Estefanía Quinzani, Columba de Rieti y Osanna de Mántua. Con el permiso del Papa y el consentimiento de Lucía, construyó el duque un convento para ésta en Ferrara. Como el pueblo se oponía a que la beata saliese de Viterbo, tuvo que ser sacada oculta en un cesto de ropa a lomos de una mula. Lucía, que tenía apenas veintitrés años, no tenía aptitudes para dirigir una comunidad. Por otra parte, Hércules d'Este, que era un hombre que lo proyectaba todo en grande y había gastado sumas enormes en la construcción y decoración del convento, quería que hubiese en él nada menos que cien religiosas. Pidió a Lucrecia Borgia (que acababa de convertirse en nuera suya), que le ayudase a reunir religiosas. Como las monjas venían de diferentes conventos y no todas eran muy virtuosas, el superiorato de Lucía se tornó cada vez más difícil, hasta que finalmente fue depuesta del cargo. La sucedió María de Parma, que no era terciaria, sino dominica de una segunda orden a la que quería afiliar a toda su comunidad. En 1505, murió el protector de Lucía, con lo que la beata dejó de ser una «mística de moda», protegida por el duque de Ferrara, y cayó en una oscuridad total que duró treinta años. Por otra parte, la nueva superiora la trató con una severidad que se asemejaba a la persecución: no la dejaba ir al recibidor, le prohibió hablar con alguien, aparte del confesor que le había designado y mandó que una de las religiosas la vigilase constantemente. En esos años fue cuando Lucía, despreciada por las religiosas del convento que con tanto trabajo había venido a fundar desde Viterbo, se santificó verdaderamente. Jamás se le oyó una palabra de impaciencia, ni siquiera cuando estaba enferma y abandonada. La beata había caído en tal olvido que, cuando murió, el 15 de noviembre de 1544, el pueblo de Ferrara quedó atónito al enterarse de que había vivido hasta entonces, pues la creía muerta desde tiempo atrás. El culto de Lucía se popularizó muy pronto. Sus reliquias fueron trasladadas a un sitio más público y se le atribuyeron muchos milagros. El culto fue confirmado en 1710.

Existen muchos documentos sobre los primeros años de la vida mística de Lucía. Edmundo Gardner, en su obra Dukes and Poets in Ferrara (1904), refiere gráficamente los principales incidentes relacionados con la beata (pp. 366-381; 401-404 y 465-467). Dicho relato se basa en la obra de L. A. Gandini, Sulla venuta in Ferrara della beata Lucia da Narni (1901), y la Vita della beata Lucia di Narni de Domenico Ponsi (1711) . En 1740, se publicó un curioso suplemento a esta última obra, titulado Aggiunta al libro della Vita della B. Lucia; hay en él una biografía de los primeros escritos sobre Lucía, pero el libro se refiere sobre todo al intento que hicieron los franciscanos de Mayorca por suprimir una imagen en la que se representaba a la beata con los estigmas. Los franciscanos alegaban que Sixto IV (que era también franciscano) había prohibido bajo pena de excomunión que se representase a los santos con los estigmas, excepto a San Francisco. La causa se llevó a Roma, donde se falló en 1740 en favor de los dominicos. El duque Hércules de Ferrara había investigado personalmente muy a fondo la cuestión de la estigmatización de Lucía; la carta que escribió sobre ello puede verse en el folleto «Spiritualium personarum facta admiratione digna» (1501). Se trata de un documento muy interesante. Hay otra carta del duque en Narratione della nascita, etc., della b. Lucia di Narni (1616) de G. Marcianese.