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Beata Catalina Mattei, virgen

En 1486, Racconi era una aldehuela del Piamonte donde malvivían unos cuantos cientos de trabajadores. Por aquellas fechas, nació ahí, de la pareja formada por un pobre jornalero y su mujer, una niña a la que se bautizó con el nombre de Catalina. El hecho de que llegara al mundo en una choza miserable, un mero cobertizo abierto a todos los vientos, pareció simbólico, puesto que durante toda su vida, la joven tuvo que luchar contra la indigencia, las enfermedades, el egoísmo y la incomprensión; pero en el orden espiritual, en cambio, se vio enriquecida por algunos de los favores más extraordinarios que Dios haya concedido a los hombres. Se afirma que ya desde la edad de cinco años, Catalina creía sinceramente que se hallaba desposada con el Niño Jesús, por una promesa hecha por la Santísima Virgen, y que el propio Niño le había dado como patrones y protectores especiales a san Jerónimo, santa Catalina de Siena y san Pedro Mártir. Cierto día, a la edad de nueve años, se echó a llorar de pronto sin hallar consuelo, simplemente por el cansancio que le producía el trabajo continuo y el estado deplorable de su hogar; pero entonces fue visitada de nuevo por el Niño Dios, que la dejó consolada y aun feliz con su suerte.

En la fiesta de San Esteban del año 1500, oraba la joven ante la imagen de ese santo y recordaba que, como diácono en los primeros días de la Iglesia, los apóstoles le habían confiado el cuidado de las mujeres cristianas, cuando el propio Esteban se le apareció, le habló con palabras de aliento y le prometió que el Espíritu Santo vendría sobre ella en alguna forma. Entonces pareció que tres rayos de luz penetraban en ella, al tiempo que decía una voz misteriosa: «He venido a tomar mi morada en ti; a limpiar, iluminar, encender y animar tu alma». Luego de que Catalina hizo voto de virginidad, se repitieron los místicos esponsales, sobre el dedo de la muchacha apareció la marca de un anillo y sufrió los dolores físicos de la coronación de espinas y otros estigmas de la Pasión de Nuestro Señor, sin que por ello llegasen a ser visibles.

En estas y otras cosas que se relatan sobre la beata Catalina, hay una marcada semejanza con lo que le sucedía a santa Catalina de Siena y no sólo en los hechos hay parecidos, sino también en las palabras, puesto que muchas de las que la santa escribió en su breviario se hallan reproducidas en el de la beata. Estas similitudes se registran con tanta frecuencia, que muchos de los biógrafos han señalado que «entre Racconi y Siena no hay otra diferencia que la canonización». No debe tomarse esto al pie de la letra, sin embargo, ya que sólo después de haber cumplido los veintiocho años, Catalina comenzó a imitar a su santa patrona, al convertirse, como ella, en terciaria de los frailes predicadores, sin abandonar el mundo ni el rudo trabajo del hogar. También se dice que los ángeles bajaron a ceñirle un cinturón de castidad, como a santo Tomás de Aquino. A menudo, Catalina imploraba a Dios, en sus oraciones, que clausurase definitivamente las puertas del infierno; tras de hacer consultas, supo que eso era indebido y entonces se ofreció como víctima por otros y, por sus penitencias y austeridades, alivió las penas de muchas almas en el purgatorio.

Diversas maravillas se relatan sobre ella, como por ejemplo, que era trasladada de un lugar a otro con increible rapidez para llevar el necesario auxilio espiritual. Catalina quedó profundamente entristecida con las calamidades que cayeron sobre su país como consecuencia de las guerras y también para eso se ofreció al cielo en holocausto. Se tiene entendido que una larga y penosa enfermedad que padeció, fue la señal de que su sacrificio había sido aceptado. La beata murió en Carmagnola a los sesenta y dos años de edad, abandonada por sus amigos y sin un sacerdote que la asistiera. Cinco meses más tarde, sus restos fueron trasladados a la ciudad de Garezzu, y en aquella ocasión se produjeron numerosos milagros que dieron pie para que se extendiera el culto que, hasta ahora, no ha cesado. En 1810 fue confirmado por la Santa Sede.

Es lamentable que no se tengan pruebas más satisfactorias en relación con esta mística tan interesante. Nuestra fuente principal de información es el relato proporcionado por Juan Francisco Pico della Mirandola y por el dominico Pedro Mártir Morelli. Ambos la conocían íntimamente, pero está claro que aceptaron sin titubeos lo que ella les dijo sobre sí misma, por ejemplo que, para hacer una caridad, se tornó invisible y se trasladó a un lugar a 160 kilómetros de distancia y que regresó cuatro horas después. Probablemente el mejor estudio sobre Catalina es el de M. C. de Ganay, Les Bienheureuses Dominicaines (1913) pp. 475-502. Cf. Miscellanea di storia eclesiastica e di theologia, vol. II (1904), pp. 185-191. Ver la bibliografía de Catalogus hagiographicus O. P. de Taurisano.