Dios, infinitamente perfecto y bienaventurado en sí mismo, en un designio
de pura bondad ha creado libremente al hombre para hacerle partícipe de su
vida bienaventurada. En la plenitud de los tiempos, Dios Padre envió a su
Hijo como Redentor y Salvador de los hombres caídos en el pecado,
convocándolos en su Iglesia, y haciéndolos hijos suyos de adopción por
obra del Espíritu Santo y herederos de su eterna bienaventuranza.