SCB,O

San Carlos Borromeo, obispo

Entre los grandes hombres de la Iglesia que, en los d铆as turbulentos del siglo XVI, lucharon por llevar a cabo la verdadera reforma que tanto necesitaba la Iglesia y trataron de suprimir, mediante la correcci贸n de los abusos y malas costumbres, los pretextos que aprovechaban en toda Europa los promotores de la falsa reforma, ninguno fue, ciertamente, m谩s grande ni m谩s santo que el cardenal Carlos Borromeo. Junto con san P铆o V, san Felipe Neri y san Ignacio de Loyola, es una de las cuatro figuras m谩s grandes de la contrarreforma. Era un noble de alta alcurnia. Su padre, el conde Gilberto Borromeo, se distingui贸 por su talento y sus virtudes. Su madre, Margarita, pertenec铆a a la noble rama milanesa de los M茅dicis. Un hermano menor de su madre lleg贸 a ce帽ir la tiara pontificia con el nombre de P铆o IV. Carlos era el segundo de los dos varones entre los seis hijos de una familia. Naci贸 en el castillo de Arona, junto al lago Maggiore, el 2 de octubre de 1538. Desde los primeros a帽os, dio muestras de gran seriedad y devoci贸n. A los doce a帽os, recibi贸 la tonsura, y su t铆o, Julio C茅sar Borromeo, le cedi贸 la rica abad铆a benedictina de San Graci谩n y San Felino, en Arona, que desde tiempo atr谩s estaba en manos de la familia. Se dice que Carlos, aunque era tan joven, record贸 a su padre que las rentas de ese beneficio pertenec铆an a los pobres y no pod铆an ser aplicadas a gastos seculares, excepto lo que se emplease en educarle para llegar a ser, un d铆a, digno ministro de la Iglesia. Despu茅s de estudiar el lat铆n en Mil谩n, el joven se traslad贸 a la Universidad de Pav铆a, donde estudi贸 bajo la direcci贸n de Francisco Alciati, quien m谩s tarde ser铆a promovido al cardenalato a petici贸n del santo. Carlos ten铆a cierta dificultad de palabra y su inteligencia no era deslumbrante, de suerte que sus maestros le consideraban como un poco lento; sin embargo, el joven hizo grandes progresos en sus estudios. La dignidad y seriedad de su conducta hicieron de 茅l un modelo de los j贸venes universitarios, que ten铆an la reputaci贸n de ser muy dados a los vicios. El conde Gilberto s贸lo daba a su hijo una parte m铆nima de las rentas de su abad铆a y, por las cartas de Carlos, vemos que atravesaba frecuentemente por per铆odos de verdadera penuria, pues su posici贸n le obligaba a llevar un tren de vida de cierto lujo. A los veintid贸s a帽os, cuando sus padres ya hab铆an muerto, obtuvo el grado de doctor. En seguida retorn贸 a Mil谩n, donde recibi贸 la noticia de que su t铆o, el cardenal de M茅dicis, hab铆a sido elegido Papa en el c贸nclave de 1559, a ra铆z de la muerte de Pablo IV.

A principios de 1560, el nuevo Papa hizo a su sobrino cardenal di谩cono y, el 8 de febrero siguiente, le nombr贸 administrador de la sede vacante de Mil谩n, pero, en vez de dejarle partir, le retuvo en Roma y le confi贸 numerosos cargos. En efecto, Carlos fue nombrado, en r谩pida sucesi贸n, legado de Bolonia, de la Roma帽a y de la Marca de Ancona, as铆 como protector de Portugal, de los Pa铆ses Bajos, de los cantones cat贸licos de Suiza y adem谩s, de las 贸rdenes de San Francisco, del Carmelo, de los Caballeros de Malta y otras m谩s. Lo extraordinario es que todos esos honores y responsabilidades reca铆an sobre un joven que no hab铆a cumplido a煤n veintitr茅s a帽os y era simplemente cl茅rigo de 贸rdenes menores. Es incre铆ble la cantidad de trabajo que san Carlos pod铆a despachar sin apresurarse nunca, a base de una actividad regular y met贸dica. Adem谩s, encontraba todav铆a tiempo para dedicarse a los asuntos de su familia, para o铆r m煤sica y para hacer ejercicio. Era muy amante del saber y lo promovi贸 mucho entre el clero, para lo que fund贸 en el Vaticano, con el objeto de instruir y deleitar a la corte pontificia, una academia literaria compuesta de cl茅rigos y laicos, algunas de cuyas conferencias y trabajos fueron publicados entre las obras de san Carlos con el t铆tulo de 芦Noctes Vaticanae禄. Por entonces, juzg贸 necesario atenerse a la costumbre renacentista que obligaba a los cardenales a tener un palacio magn铆fico, una servidumbre muy numerosa, a recibir constantemente a los personajes de importancia y a tener una mesa a la altura de las circunstancias: pero en su coraz贸n estaba profundamente desprendido de todas esas cosas. Hab铆a logrado mortificar perfectamente sus sentidos y su actitud era humilde y paciente. Muchas almas se convierten a Dios en la adversidad; san Carlos tuvo el m茅rito de saber comprobar la vanidad de la abundancia al vivir en ella y, gracias a eso, su coraz贸n se despeg贸 cada vez m谩s de las cosas terrenas. Hab铆a hecho todo lo posible por proveer al gobierno de la di贸cesis de Mil谩n y remediar los des贸rdenes que hab铆a en ella; en este sentido, el mandato del papa de que se quedase en Roma le dificult贸 la tarea. El beato Bartolom茅 de los M谩rtires, arzobispo de Braga, fue por entonces a la Ciudad Eterna y san Carlos aprovech贸 la oportunidad para abrir su coraz贸n a ese fiel siervo de Dios, a quien indic贸: 芦Ya veis la posici贸n que ocupo. Ya sab茅is lo que significa ser sobrino, y sobrino predilecto, de un papa, y no ignor谩is lo que es vivir en la corte romana. Los peligros son inmensos. 驴Qu茅 puedo hacer yo, joven inexperto? Mi mayor penitencia es el fervor que Dios me ha dado y, con frecuencia, pienso en retirarme a un monasterio a vivir como si s贸lo Dios y yo existi茅semos禄. El arzobispo disip贸 las dudas del cardenal, asegur谩ndole que no deb铆a soltar el arado que Dios le hab铆a puesto en las manos para el servicio de la Iglesia, sino que deb铆a, m谩s bien, tratar de gobernar personalmente su di贸cesis en cuanto se le ofreciese oportunidad. Cuando san Carlos se enter贸 de que Bartolom茅 de los M谩rtires hab铆a ido a Roma precisamente con el objeto de renunciar a su arquidi贸cesis, le pidi贸 explicaciones sobre el consejo que le hab铆a dado, y el arzobispo hubo de usar de todo su tacto en tal circunstancia.

P铆o IV hab铆a anunciado poco despu茅s de su elecci贸n que ten铆a la intenci贸n de volver a reunir el Concilio de Trento, suspendido en 1552. San Carlos emple贸 toda su influencia y su energ铆a para que el Pont铆fice llevase a cabo su proyecto, a pesar de que las circunstancias pol铆ticas y eclesi谩sticas eran muy adversas. Los esfuerzos del cardenal tuvieron 茅xito, y el Concilio volvi贸 a reunirse en enero de 1562. Durante los dos a帽os que dur贸 la sesi贸n, el santo tuvo que trabajar con la misma diplomacia y vigilancia que hab铆a empleado para conseguir que se reuniese. Varias veces estuvo a punto de disolverse la asamblea, dejando la obra incompleta, pero, con su gran habilidad y con el constante apoyo que prest贸 a los legados del Papa, logr贸 que la empresa siguiese adelante. As铆 pues, en las nueve reuniones generales y en las numeros铆simas reuniones particulares se aprobaron muchos de los decretos dogm谩ticos y disciplinarios de mayor importancia. El 茅xito se debi贸 a san Carlos m谩s que a cualquier otro de los personajes que participaron en la asamblea, de suerte que puede decirse que 茅l fue el director intelectual y el esp铆ritu rector de la tercera y 煤ltima sesi贸n del Concilio de Trento. En el curso de las reuniones muri贸 el conde Federico Borromeo, con lo cual san Carlos qued贸 como jefe de su noble familia y su posici贸n se hizo m谩s dif铆cil que nunca. Muchos supusieron que iba a abandonar el estado clerical para casarse, pero el santo ni siquiera pens贸 en ello. Renunci贸 a sus derechos en favor de su t铆o Julio y se orden贸 sacerdote en 1563. Dos meses m谩s tarde, recibi贸 la consagraci贸n episcopal, aunque no se le permiti贸 trasladarse a su di贸cesis. Adem谩s de todos sus cargos, se le confi贸 la supervisi贸n de la publicaci贸n del Catecismo del Concilio de Trento y la reforma de los libros lit煤rgicos y de la m煤sica sagrada; 茅l fue quien encomend贸 a Palestrina la composici贸n de la 芦Missa Papae Marcelli禄.

Mil谩n, que hab铆a estado durante ochenta a帽os sin obispo residente, se hallaba en un estado deplorable. El vicario de san Carlos hab铆a hecho todo lo posible por reformar la di贸cesis con la ayuda de algunos jesuitas, pero sin gran 茅xito. Finalmente, san Carlos consigui贸 permiso para reunir un concilio provincial y visitar su di贸cesis. Antes de que partiese, el Papa le nombr贸 legado a latere para toda Italia. El pueblo de Mil谩n le recibi贸 con el mayor gozo y el santo predic贸 en la catedral sobre el texto 芦Con gran deseo he deseado comer esta Pascua con vosotros禄. Diez obispos sufrag谩neos asistieron al s铆nodo, cuyas decisiones sobre la observancia de los decretos del Concilio de Trento, sobre la disciplina y la formaci贸n del clero, sobre la celebraci贸n de los divinos oficios, sobre la administraci贸n de los sacramentos, sobre la ense帽anza dominical del catecismo y sobre muchos otros puntos, fueron tan atinados, que el Papa escribi贸 a san Carlos para felicitarle. Cuando el santo se hallaba en el cumplimiento de su oficio como legado en Toscana, fue convocado a Roma para asistir a P铆o IV en su lecho de muerte, donde tambi茅n le asisti贸 san Felipe Neri. El nuevo Papa, san P铆o V, pidi贸 a san Carlos que se quedase alg煤n tiempo en Roma para desempe帽ar los oficios que su predecesor le hab铆a confiado, pero el santo aprovech贸 la primera oportunidad para rogar al Papa que le dejase partir y, supo hacerlo con tal tino, que P铆o V le despidi贸 con su bendici贸n.

San Carlos lleg贸 a Mil谩n en abril de 1566 y, en seguida empez贸 a trabajar en茅rgicamente en la reforma de su di贸cesis. Su primer paso fue la organizaci贸n de su propia casa. Puesto que consideraba el episcopado como un estado de perfecci贸n, se mostr贸 sumamente severo consigo mismo. Sin embargo, supo siempre aplicar la discreci贸n a la penitencia para no desperdiciar las fuerzas que necesitaba en el cumplimiento de su deber, de suerte que aun en las mayores fatigas conservaba toda su energ铆a. Las rentas de que disfrutaba eran ping眉es, pero dedicaba la mayor parte a las obras de caridad y se opon铆a decididamente a la ostentaci贸n y al lujo. En cierta ocasi贸n en que alguien orden贸 que le calentasen el lecho, el santo dijo, sonriendo: 芦La mejor manera de no encontrar el lecho demasiado fr铆o es ir a 茅l m谩s fr铆o de lo que pueda estar禄. Francisco Panigarola, arzobispo de Asti, dijo en la oraci贸n f煤nebre por san Carlos: 芦De sus rentas no empleaba para su propio uso m谩s que lo absolutamente indispensable. En cierta ocasi贸n en que le acompa帽茅 a una visita del valle de Mesolcina, que es un sitio muy fr铆o, le encontr茅 por la noche estudiando, vestido 煤nicamente con una sotana vieja. Naturalmente le dije que, si no quer铆a morir de fr铆o, ten铆a que cubrirse mejor y 茅l sonri贸 al responderme: `No tengo otra sotana. Durante el d铆a estoy obligado a vestir la p煤rpura cardenalicia, pero 茅sta es la 煤nica sotana realmente m铆a y me sirve lo mismo en el verano que en el invierno'禄. Cuando san Carlos se estableci贸 en Mil谩n, vendi贸 la vajilla de plata y otros objetos preciosos en 30.000 coronas, suma que consagr贸 铆ntegramente a socorrer a las familias necesitadas. Su limosnero ten铆a orden de repartir entre los pobres 200 coronas mensuales, sin contar las limosnas extraordinarias, que eran muy numerosas. La generosidad de san Carlos dej贸 un recuerdo imperecedero. Por ejemplo, supo ayudar tan liberalmente al Colegio ingl茅s de Douai, que el cardenal Allen sol铆a llamar a san Carlos, fundador de la instituci贸n. Por otra parte, el santo organiz贸 retiros para su clero. El mismo hac铆a los Ejercicios Espirituales dos veces al a帽o y ten铆a por regla confesarse todos los d铆as antes de celebrar la misa. Su confesor ordinario era el Dr. Crifiith Roberts, de la di贸cesis de Bangor, autor de la famosa gram谩tica galesa. San Carlos nombr贸 a otro gal茅s (el Dr. Owen, quien m谩s tarde lleg贸 a ser obispo de Calabria) vicario general de su di贸cesis, y llevaba siempre consigo una peque帽a imagen de san Juan Fisher. Ten铆a el mayor respeto por la liturgia, de suerte que jam谩s dec铆a una oraci贸n ni administraba ning煤n sacramento apresuradamente, por grande que fuese su prisa o por larga que resultase la funci贸n.

Su esp铆ritu de oraci贸n y su amor de Dios dejaban en los otros un gran gozo espiritual, le ganaban los corazones, e infund铆an en todos el deseo de perseverar en la virtud y de sufrir por ella. Tal fue el esp铆ritu que san Carlos aplic贸 a la reforma de su di贸cesis, empezando por la organizaci贸n de su propia casa. Su casa estaba compuesta de unas cien personas; la mayor parte eran cl茅rigos, a los que el santo pagaba generosamente para evitar que recibiesen regalos de otros. En la di贸cesis se conoc铆a mal la religi贸n y se la comprend铆a a煤n menos; las pr谩cticas religiosas estaban desfiguradas por la superstici贸n y profanadas por los abusos. Los sacramentos hab铆an ca铆do en el abandono, porque muchos sacerdotes apenas sab铆an c贸mo administrarlos y eran indolentes, ignorantes y de mala vida. Los monasterios se hallaban en el mayor desorden. Por medio de concilios provinciales, s铆nodos diocesanos y m煤ltiples instrucciones pastorales, san Carlos aplic贸 progresivamente las medidas necesarias para la reforma del clero y del pueblo. Aquellas medidas fueron tan sabias, que una gran cantidad de prelados las consideran todav铆a como un modelo y las estudian para aplicarlas. San Carlos fue uno de los hombres m谩s eminentes en teolog铆a pastoral que Dios enviara a su Iglesia para remediar los des贸rdenes producidos por la decadencia espiritual de la Edad Media y por los excesos de los reformadores protestantes. Empleando por una parte la ternura paternal y las ardientes exhortaciones y, poniendo rigurosamente en pr谩ctica, por la otra, los decretos de los s铆nodos, sin distinci贸n de personas, ni clases, ni privilegios, dobleg贸 poco a poco a los obstinados y lleg贸 a vencer dificultades que habr铆an desalentado aun a los m谩s valientes. San Carlos tuvo que superar su propia dificultad de palabra, a base de paciencia y atenci贸n, pues ten铆a un defecto en la lengua. A este prop贸sito, dec铆a su amigo Aquiles Gagliardi: 芦Muchas veces me he maravillado de que, aun sin poseer elocuencia natural alguna, sin tener ning煤n atractivo especial en su persona, haya conseguido obrar tales cambios en el coraz贸n de sus oyentes. Hablaba brevemente, con suma seriedad y apenas se pod铆a o铆r su voz; sin embargo, sus palabras produc铆an siempre efecto禄. San Carlos orden贸 que se atendiense especialmente a la instrucci贸n cristiana de los ni帽os. No contento con imponer a los sacerdotes la obligaci贸n de ense帽ar p煤blicamente el catecismo todos los domingos y d铆as de fiesta, estableci贸 la Cofrad铆a de la Doctrina Cristiana, que lleg贸 a contar, seg煤n se dice, con 740 escuelas, 3.000 catequistas y 40.000 alumnos. San Carlos se vali贸 particularmente de los cl茅rigos regulares de San Pablo (芦barnabitas禄), cuyas constituciones 茅l mismo hab铆a ayudado a revisar y, en 1578, fund贸 una congregaci贸n de sacerdotes seculares, llamados Oblatos de San Ambrosio que, por un voto simple de obediencia a su obispo, se pon铆an a disposici贸n de 茅ste para que los emplease a su gusto en la obra de la salvaci贸n de las almas. P铆o XI form贸 parte m谩s tarde de esa congregaci贸n, cuyos miembros se llaman actualmente Oblatos de San Ambrosio y de San Carlos.

Pero no en todas partes se acogi贸 bien la obra reformadora del santo, quien en ciertos casos tuvo que hacer frente a una oposici贸n violenta y sin escr煤pulos. En 1567, tuvo una dificultad con el senado. Ciertos laicos que llevaban abiertamente una vida poco edificante y se negaban a prestar o铆dos a las exhortaciones del santo, fueron aprisionados por orden suya. El senado amenaz贸, por ese motivo, a los funcionarios de la curia del arzobispo, y el asunto lleg贸 hasta el Papa y Felipe II de Espa帽a. Entre tanto, el alguacil episcopal fue golpeado y expulsado de la ciudad. San Carlos, despu茅s de considerar la cosa maduramente, excomulg贸 a los que hab铆an participado en el ataque. Finalmente, el fallo sobre este conflicto de jurisdicci贸n favoreci贸 a san Carlos, ya que en la ley de la 茅poca un arzobispo gozaba de cierto poder ejecutivo; pero el gobernador de Mil谩n se neg贸 a aceptar esa decisi贸n. San Carlos parti贸 por entonces a visitar tres valles alpinos: el de Levantina, el de Bregno y La Riviera, que los anteriores arzobispos hab铆an dejado completamente abandonados y donde la corrupci贸n del clero era todav铆a mayor que la de los laicos, con los resultados que pueden imaginarse. El santo predic贸 y catequiz贸 por todas partes, destituy贸 a los cl茅rigos indignos y los reemplaz贸 por hombres capaces de restaurar la fe y las costumbres del pueblo y de resistir a los ataques de los protestantes zwinglianos. Pero sus enemigos de Mil谩n no le dejaron mucho tiempo en paz. Como la conducta de algunos de los can贸nigos de la colegiata de Santa Maria della Scala (que pretend铆an estar exentos de la jurisdicci贸n del ordinario) no correspondiese a su dignidad, san Carlos consult贸 a san P铆o V, quien le contest贸 que ten铆a derecho a visitar dicha iglesia y a tomar contra los can贸nigos las medidas que juzgase necesarias. San Carlos se present贸 entonces en la iglesia a hacer la visita can贸nica; pero los can贸nigos le dieron con la puerta en las narices y alguien hizo un disparo contra la cruz que el santo hab铆a alzado con la mano durante el tumulto. El senado se puso en favor de los can贸nigos y present贸 a Felipe II de Espa帽a las m谩s virulentas acusaciones contra el arzobispo, diciendo que se hab铆a arrogado los derechos del rey, porque la colegiata estaba bajo el patronato regio. Por otra parte, el gobernador de Mil谩n escribi贸 al Papa, amenazando con desterrar al cardenal Borromeo por traidor. Finalmente, el rey escribi贸 al gobernador para que apoyase al arzobispo y los can贸nigos ofrecieron resistencia alg煤n tiempo, pero acabaron por doblegarse.

Antes de que ese asunto se solucionase, la vida de san Carlos corri贸 un peligro todav铆a mayor: la orden religiosa de los humiliati, que contaba ya con muy pocos miembros pero pose铆a a煤n muchos monasterios y tierras, se hab铆a sometido a las medidas reformadoras del arzobispo, pero los humiliati estaban totalmente corrompidos y su sumisi贸n hab铆a sido aparente. En efecto, intentaron por todos los medios conseguir que el Papa anulase las disposiciones de san Carlos y, al fracasar sus intentos, tres priores de la orden tramaron un complot para asesinar a san Carlos. Un sacerdote de la orden, llamado Jer贸nimo Donati Farina, acept贸 hacer el intento de matar al santo por veinte monedas de oro. Se obtuvo esa suma con la venta de los ornamentos de una iglesia. El 26 de octubre de 1569, Farina se apost贸 a la puerta de la capilla de la casa de san Carlos, en tanto que 茅ste rezaba las oraciones de la noche con los suyos. Los presentes cantaban un himno de Orlando di Lasso y, precisamente en el momento en que entonaban las palabras 芦Ya es tiempo de que vuelva a Aqu茅l que me envi贸禄, el asesino descarg贸 su pistola contra el santo. Farina consigui贸 escapar en el tumulto que se produjo, en tanto que san Carlos, pensando que estaba herido de muerte, encomendaba su alma a Dios. En realidad la bala s贸lo hab铆a tocado sus ropas y su manto cardenalicio hab铆a ca铆do al suelo, pero el santo estaba ileso. Despu茅s de una solemne procesi贸n de acci贸n de gracias, san Carlos se retir贸 unos d铆as a un monasterio de la Cartuja para consagrar nuevamente su vida a Dios.

Al salir de su retiro, visit贸 otra vez los tres valles de los Alpes y aprovech贸 la oportunidad para recorrer tambi茅n los cantones suizos cat贸licos, donde convirti贸 a cierto n煤mero de zwinglianos y restaur贸 la disciplina en los monasterios. La cosecha de aquel a帽o se perdi贸 y, al siguiente, Mil谩n atraves贸 por un per铆odo de carest铆a. San Carlos pidi贸 ayuda para procurar alimentos a los necesitados y, durante tres meses, dio de comer diariamente a tres mil pobres con sus propias rentas. Como hab铆a estado bastante mal de salud, los m茅dicos le ordenaron que modificase su r茅gimen de vida, pero el cambio no produjo ninguna mejor铆a. Despu茅s de asistir en Roma al c贸nclave que eligi贸 a Gregorio XIII, el santo volvi贸 a su antiguo r茅gimen y as铆, pronto se recuper贸. Al poco tiempo, tuvo un nuevo conflicto con el poder civil de Mil谩n, pues el nuevo gobernador, Don Luis de Requesens, trat贸 de reducir la jurisdicci贸n local de la Iglesia y de poner en mal al arzobispo con el rey. San Carlos no vacil贸 en excomulgar a Requesens quien, para vengarse, envi贸 un pelot贸n de soldados a patrullar las cercan铆as del palacio episcopal y prohibi贸 que las cofrad铆as se reuniesen cuando no estuviera presente un magistrado. Felipe II acab贸 por destituir al gobernador. Pero esos triunfos p煤blicos no fueron, por cierto, la parte m谩s importante del 芦cuidado pastoral禄 que ensalza el oficio de la fiesta de san Carlos. Su tarea principal consisti贸 en formar un clero virtuoso y bien preparado. En cierta ocasi贸n en que un sacerdote ejemplar se hallaba gravemente enfermo, las gentes comentaron que el arzobispo se preocupaba demasiado por 茅l. El santo respondi贸: 芦隆Bien se ve que no sab茅is lo que vale la vida de un buen sacerdote!禄 Ya mencionamos arriba la fundaci贸n de los oblatos de San Ambrosio, que tanto 茅xito tuvieron. Por otra parte, san Carlos reuni贸 cinco s铆nodos provinciales y once diocesanos. Era infatigable en la visita a las parroquias. Cuando uno de sus sufrag谩neos le dijo que no ten铆a nada que hacer, el santo le mand贸 una larga lista de las obligaciones episcopales, a帽adiendo despu茅s de cada punto: 芦驴C贸mo puede decir un obispo que no tiene nada que hacer?禄 El santo fund贸 tres seminarios en la arquidi贸cesis de Mil谩n, para otros tantos tipos de j贸venes que se preparaban al sacerdocio y exigi贸 en todas partes que se aplicasen las disposiciones del Concilio Tridentino acerca de la formaci贸n sacerdotal. En 1575, fue a Roma a ganar la indulgencia del jubileo y, al a帽o siguiente, la instituy贸 en Mil谩n. Acudieron entonces a la ciudad grandes multitudes de peregrinos, algunos de los cuales estaban contaminados con la peste, de suerte que la epidemia se propag贸 en Mil谩n con gran virulencia.

El gobernador y muchos de los nobles abandonaron la ciudad. San Carlos se consagr贸 enteramente al cuidado de los enfermos. Como su clero no fuese suficientemente numeroso para asistir a las v铆ctimas, reuni贸 a los superiores de las comunidades religiosas y les pidi贸 ayuda. Inmediatamente se ofrecieron como voluntarios muchos religiosos, a quienes san Carlos hosped贸 en su propia casa. Despu茅s escribi贸 al gobernador, Don Antonio de Guzm谩n, ech谩ndole en cara su cobard铆a, y consigui贸 que volviese a su puesto, con otros magistrados, para esforzarse en poner coto al desastre. El hospital de San Gregorio resultaba demasiado peque帽o y siempre estaba repleto de muertos, moribundos y enfermos a quienes nadie se encargaba de asistir. El espect谩culo arranc贸 l谩grimas a san Carlos, quien tuvo que pedir auxilio a los sacerdotes de los valles alpinos, pues los de Mil谩n se negaron, al principio, a ir al hospital. La epidemia acab贸 con el comercio, lo cual produjo la carest铆a. San Carlos agot贸 literalmente sus recursos para ayudar a los necesitados y contrajo grandes deudas. Lleg贸 al extremo de transformar en vestidos para los pobres, los toldos y doseles de colores que sol铆an colgarse desde el palacio episcopal hasta la catedral, durante las procesiones. Se coloc贸 a los enfermos en las casas vac铆as de las afueras de la ciudad y en refugios improvisados; los sacerdotes organizaron cuerpos de ayudantes laicos, y se erigieron altares en las calles para que los enfermos pudiesen asistir a la misa desde las ventanas. Pero el arzobispo no se content贸 con orar, hacer penitencia, organizar y distribuir, sino que asisti贸 personalmente a los enfermos, a los moribundos y acudi贸 en socorro de los necesitados. Los altibajos de la peste duraron desde el verano de 1576 hasta principios de 1578. Ni siquiera en ese per铆odo dejaron los magistrados de Mil谩n de hacer intentos para poner en mal a san Carlos con el Papa. Tal vez algunas de sus quejas no eran del todo infundadas, pero todas ellas revelaban, en el fondo, la ineficacia y estupidez de quienes las presentaban. Cuando termin贸 la epidemia, san Carlos decidi贸 reorganizar el cap铆tulo de la catedral sobre la base de la vida com煤n. Los can贸nigos se opusieron y el santo determin贸 entonces fundar sus oblatos. En la primavera de 1580, hosped贸 durante una semana a una docena de j贸venes ingleses que iban de paso hacia la misi贸n de Inglaterra y uno de ellos predic贸 ante 茅l: era san Rodolfo Sherwin, quien un a帽o y medio m谩s tarde hab铆a de morir por la fe en Londres. Poco despu茅s, san Carlos le dio la primera comuni贸n a san Luis Gonzaga, que ten铆a entonces doce a帽os. Por esa 茅poca viaj贸 mucho y las penurias y fatigas empezaron a afectar su salud. Adem谩s, hab铆a reducido las horas de sue帽o y el Papa hubo de recomendarle que no llevase demasiado lejos el ayuno cuaresmal. A fines de 1583, san Carlos fue enviado a Suiza como visitador apost贸lico y en Grisons tuvo que enfrentarse no s贸lo contra los protestantes, sino tambi茅n contra un movimiento de brujas y hechiceros. En Roveredo, el pueblo acus贸 al p谩rroco de practicar la magia y el santo se vio obligado a degradarle y entregarle al brazo secular. No se avergonzaba de discutir pacientemente sobre puntos teol贸gicos con las campesinas protestantes de la regi贸n y, en cierta ocasi贸n, hizo esperar a su comitiva hasta que consigui贸 hacer aprender el Padrenuestro y el Avemar铆a a un ignorante pastorcito. Habi茅ndose enterado de que el duque Carlos de Saboya hab铆a ca铆do enfermo en Vercelli, fue a verle inmediatamente y le encontr贸 agonizante. Pero, en cuanto entr贸 en la habitaci贸n del duque, 茅ste exclam贸: 芦隆Estoy curado!禄 El santo le dio la comuni贸n al d铆a siguiente. Carlos de Saboya pens贸 siempre que hab铆a recobrado la salud gracias a las oraciones de san Carlos y, despu茅s de la muerte de 茅ste, mand贸 colgar en su sepulcro una l谩mpara de plata.

En el a帽o de 1584 decay贸 m谩s la salud del santo. Despu茅s de fundar en Mil谩n una casa de convalecencia, san Carlos parti贸 en octubre, a Monte Varallo para hacer su retiro anual, acompa帽ado por el P. Adorno, S. J. Antes de partir, hab铆a predicho a varias personas que le quedaba ya poco tiempo de vida. En efecto, el 24 de octubre se sinti贸 enfermo y, el 29 del mismo mes, parti贸 de regreso a Mil谩n, a donde lleg贸 el d铆a de los fieles difuntos. La v铆spera hab铆a celebrado su 煤ltima misa en Arona, su ciudad natal. Una vez en el lecho, pidi贸 los 煤ltimos sacramentos 芦inmediatamente禄 y los recibi贸 de manos del arcipreste de su catedral. Al principio de la noche del 3 al 4 de noviembre, muri贸 apaciblemente, mientras pronunciaba las palabras 芦Ecce venio禄. No ten铆a m谩s que cuarenta y seis a帽os de edad. La devoci贸n al santo cardenal se propag贸 r谩pidamente. En 1601, el cardenal Baronio, quien le llam贸 芦un segundo Ambrosio禄, mand贸 al clero de Mil谩n una orden de Clemente VIII para que, en el aniversario de la muerte del arzobispo, no celebrasen misa de requiem, sino una misa solemne. San Carlos fue oficialmente canonizado por Paulo V en 1610.

Se puede decir, con verdad, que hasta la fecha no se ha publicado ninguna biograf铆a de san Carlos basada en un estudio serio de los materiales que se encuentran en los archivos privados, diplom谩ticos y eclesi谩sticos. Los lectores modernos conocen al santo, sobre todo, a trav茅s de la biograf铆a de Giussano (1610), cuya edici贸n latina anot贸 Oltrocchi en 1751 y la del P. Sylvain, Histoire de Saint Charles Borrom茅e (3 vols, 1884). Tal vez la m谩s valiosa de las fuentes, dado que se trata de la obra de un amigo que conoci贸 铆ntimamente a san Carlos, es el libro del barnabita Bascape, De vita et rebus gestis Caroli cardinalis (1592). En el siglo XX se han publicado muchos estudios hist贸ricos sobre los resultados del Concilio de Trento en materia de contrarreforma, y muchos de ellos arrojan luz sobre la vida y las actividades de san Carlos. En este sentido, podr铆amos dar aqu铆 una bibliograf铆a inmensa; pero nos contentaremos con citar las obras principales. Entre las obras de tipo general, conviene ver la Historia de los Papas de Pastor, y la vasta colecci贸n de documentos iniciada por Merkle y Ehses acerca de las sesiones del Concilio de Trento. J. A. Sassi edit贸 en 1747 los escritos de San Carlos en cinco vol煤menes; pero en aquella 茅poca, no se conoc铆a o no se pod铆a publicar, una gran parte de la correspondencia del santo. Acerca de la acusaci贸n que se hizo a San Carlos de perseguir despiadadamente a los herejes, cf. The Tablet, 29 de julio de 1905. Sobre la falla de precauciones sanitarias durante la gran epidemia, v茅ase el important铆simo estudio del P. A. Gemelli, en Scuola Cattolica (1910).
Cuadros:G. Lanfranchi: San Carlos Borromeo en 茅xtasis, s. XVII y Carlos Saraceni: San Carlos Borromeo asiste a un apestado, 1618.