Arriano, prefecto de la Tebaida, en el Alto Egipto, aplicó con particular severidad los crueles edictos persecutorios de Diocleciano. Entre sus víctimas se contaron los jóvenes esposos Timoteo y Maura. Timoteo era lector en la iglesia de Penapeis, cerca de Antinoe y, tanto él como su esposa, se dedicaban con ardor al estudio de la Sagrada Escritura. Veinte días después de su matrimonio, Timoteo fue conducido ante el gobernador, quien le ordenó que entregase los libros sagrados para quemarlos públicamente. Como se negase a ello, los verdugos le introdujeron hierros candentes en las orejas, le cortaron los párpados y le aplicaron otras torturas. Al ver que permanecía inconmovible, el gobernador mandó llamar a Maura para que le hiciese flaquear en su resolución. En vez de obedecer al gobernador, Maura declaró que estaba pronta a morir con su esposo. Los verdugos le arrancaron los cabellos y después la clavaron a un muro junto con Timoteo; los mártires estuvieron clavados nueve días antes de morir.
En oriente se veneraba mucho a estos mártires, aunque su culto se introdujo en una época relativamente tardía en Constantinopla. Las actas griegas pueden verse en Acta Sanctorum, mayo, vol. I, (apéndice); ver también el Synaxarium Constantinopolitanum (ed. Delehaye), ce. 649-652.