De ese hecho, conocido por la historia eclesiástica general, da cuenta la memoria de hoy: cristianos anónimos que hacia el año 340 celebraban el regreso de su obispo legítimo, y por ello fueron aplastados por el poder eclesiástico, en manos arrianas. La mención de estos mártires en las «Actas» de san Pablo I de Constantinopla es genérica, es decir que no se recuerdan nombres en concreto, pero segura. Se habla de unos 3100 mártires, algunos obligados a pelear como gladiadores, mujeres masacradas y vejadas en las calles, y mil tormentos por el estilo.
Cuando se señala que la Iglesia se apoyó y mezcló con el poder civil luego del «giro constantiniano» del 314, debería tenerse presente que en muchísimos casos, en la mayoría, el apoyo civil estaba limitado a aquellos cristianos que, como los arrianos, estaban dispuestos a dejar de lado la fe para abrazar el poder. La propia Iglesia no sólo fue martirial con el imperio pagano, sino que lo siguió siendo también con el imperio supuestamente cristiano, que en realidad era arriano.
Ver Acta Sanctorum, marzo III, pág. 830-31, donde se reproduce lo sustancial de la historia de san Pablo relacionada con este hecho, y textos de los historiadores Sócrates y Sozómeno.