Según las «Actas» de estos mártires, de las que se conservan varios textos, los tres hermanos, Cancio, Canciano y Cancianila, pertenecían a la noble familia de los Anicios. Al quedar huérfanos, fueron educados en la fe cristiana en su propia casa por su tutor, que se llamaba Proto. Cuando estalló la persecución de Diocleciano, los mártires devolvieron la libertad a sus esclavos, distribuyeron entre los pobres el producto de la venta de sus posesiones y se trasladaron a Aquilea. Pero la persecución hacía también estragos en esa ciudad. En cuanto los nobles romanos llegaron a Aquilea, las autoridades los obligaron a comparecer para que ofreciesen sacrificios a los dioses y enviaron a un mensajero a pedir instrucciones a Diocleciano. El emperador, que quería librarse de los Ancios, tanto por razones políticas como por razones religiosas, respondió que debían decapitarles si se negaban a sacrificar a los dioses.
Entretanto, los tres mártires habían logrado escapar de Aquilea en una carreta de mulas, pero un accidente los obligó a detenerse, a siete kilómetros de la población de Aquae Gradatae. Ahí los alcanzaron los perseguidores y les comunicaron la orden del emperador. Los tres hermanos respondieron que por nada del mundo podían abjurar de su fe en el verdadero Dios y fueron decapitados, junto con su tutor Proto, el año 304.
No es posible asegurar que todos los detalles del relato sean verdaderos. Existen varios textos de las «Actas»; uno de ellos puede verse en Acta Sanctorum; en BHL., nn. 1453-1459, hay un catálogo de los otros. El sermón sobre los mártires que se atribuye a san Ambrosio no es ciertamente del santo, pero tal vez sea obra de san Máximo de Turín. Por otra parte, existen numerosas pruebas de la antigüedad del culto de san Cancio y sus hermanos en Aquilea. El cofre de Grado (reproducido por Leclercq en DAC, vol. vi, ce. 1449-1453), en el que están grabados los nombres de los mártires, data tal vez del siglo VII. Pero los versos de Venancio Fortunato y la mención del Hieronymianum son anteriores. Ver el comentario de Delehaye en su edición del Hieronymianum, p. 284, y en Origines du Cuite des Martyrs, p. 331.