El nombre de la Matriarca de Israel, Sara, no figura en el Martirologio Romano, como sí figura el del Patriarca Abraham. Es verdad que la mayor parte de los santos del AT Testamento no están inscritos en el santoral oficial (con excepción de los profetas, que están todos los que le dan nombre a algún libro); sin embargo la omisión de Sara resulta más notable que las de otros santos y santas del AT, ya que sin la disposición de su persona a la voluntad de Dios, el pueblo de Dios no hubiera siquiera comenzado.
El elogio actual de la conmemoración de Abraham representa, sin embargo, un avance. El Martirologio de 1922 decía: "Memoria de san Abraham, patriarca, padre de todos los creyentes", mientras que el de 2001 dice "Conmemoración de san Abrahán, patriarca y padre de todos los creyentes, que, llamado por Dios, salió de su patria, la ciudad de Ur de Caldea, y peregrinó por la tierra que el Altísimo le había prometido a él y a sus descendientes. Manifestó toda su fe en Dios, esperando contra toda esperanza al no negarse a ofrecer en sacrificio al hijo unigénito, Isaac, que el Señor le había dado, ya anciano, de su esposa Sara."
Los elogios del Martirologio Romano han tendido a acortarse, a librarse de menciones secundarias y anecdóticas, sin embargo en este caso, como puede verse, se ha alargado no sólo para mencionar con pocas pinceladas los motivos humanos de la grandeza de Abraham, sino también para llegar a mencionar a su esposa, Sara, colaboradora indispensable del plan divino de salvación.
Sin duda que la omisión de Sara en la inscripción es un desacierto, pero a la vista de la tendencia que puede verse en el elogio citado, espero que sea subsanado en una edición futura, y la Matriarca figure no sólo acompañando el elogio de Abraham, sino como verdadera titular, junto a su marido, de la conmemoración.
En algunos calendarios que fueron populares a lo largo de la historia, figura inscrita el 9 de octubre, aunque esa inscripción nunca fue oficial, y no figura tampoco en los Acta Sanctorum, quizás porque en la memoria de la fe figura tan estrechamente unida a la obra de Abraham, que no surgió la moción de identificarla personalmente.
La Biblia sí le dedica momentos específicos. Si bien su vida está estrechamente ligada a la de su marido, tiene tres secciones de relatos de los que es auténtica protagonista:
-En Gn 16 es la matriarca la que toma la iniciativa de resolver su esterilidad a modo como lo permitía el derecho antiquísimo del Oriente Medio: entregando su esclava al marido (con los cual los hijos que tuviera la esclava eran legalmente hijos de la señora). El caso no sale del todo bien, la esclava -una vez encinta- desprecia a su ama, de tal modo que Sara sufre el doble agravio de su esterilidad y la burla de su propia esclava. Sara reacciona mal, e inesperadamente consigue lo contrario: que Dios proteja a Ismael, el hijo de su esclava... posiblemente debamos entender este capítulo como una lección de que los planes de Dios (darle descendencia a este matrimonio), no se cumplen al modo como los hombres lo imaginamos y pretendemos llevarlos adelante.
-El segundo episodio del que es protagonista es una subescena dentro de la hermosa escena de la encina de Mambré, en Gn 18: Abraham descansa a la puerta de su tienda en el calor de la tarde, y Dios se le aparece en la misteriosa figura de tres visitantes (los Padres han visto en esta teofanía una figura de la Trinidad). Abraham se comporta hospitalariamente con los inesperados visitantes, y eso le vale una promesa de descendencia al término de un año, que concreta así la promesa más vaga recibida en capítulos anteriores. Pero la promesa no se dirige sólo a Abraham, sino explícitamente a Sara, que tiene una experiencia de la seriedad de la presencia divina (vv 12-15).
-Nuevamente es Sara protagonista en un relato que no la honra demasiado: los celos frente a su esclava Agar y al hijo de esta, Ismael, en Gn 21.
Ya en el capítulo 23 Sara muere, a la edad de 127 años (las edad patriarcales suelen estar tomadas en sentido metafórico, según la ecuación larga vida=bendición divina), y Abraham compra un campo, la cueva de Makpelá, en Hebrón, que pasa a ser así la primera, y por muchos siglos única propiedad del pueblo elegido en la tierra prometida, la que conquistarán con mucho trabajo siglos más tarde.
No hay sobre Sara, naturalmente, más que los datos bíblicos, cuyo valor historiográfico es el mismo que podamos darle al resto del ciclo patriarcal. Con esos relatos la Biblia no pretende contarnos hechos puros -que los propios narradores, de muchos siglos más tarde, desconocen- sino aleccionarnos acerca de la fe, y de cómo Dios escribe en este mundo a través nuestro, e incluso muchas veces a pesar nuestro. Sara no es perfecta, es celosa y un poco desconfiada, pero su vida fue de total disposición a Dios, al igual que la de su marido, y merece ser celebrada como imagen de la libertad de la fe, de la que san Pablo, en Gálatas 4,22 y ss., la tomó como figura.
La Bibliografía que vale para Abraham (ver art.), vale también para la Matriarca.