Constanza Cerioli nació en Soncino, cerca de Bérgamo, en 1816, y fue la última de los dieciséis hijos de Don Francesco Cerioli y su esposa, la condesa Francesca Corniani. Constanza se educó con las monjas de la Visitación y, a la edad de diecinueve años, se casó con Gaetano Buzecchi-Tassis, de sesenta años, viudo, rico y de buena disposición, pero muy feo y con cierta aversión a la humanidad. De todas maneras, el consentimiento de Constanza para la unión fue completamente pasivo, puesto que el matrimonio fue arreglado por los padres de la joven, de acuerdo con la costumbre de la época y del lugar, una costumbre a la que el padre Federici, biógrafo de Constanza, califica de «no tanto ilógica como usurpadora de funciones». En este caso particular, los resultados de la unión fueron dolorosos, aunque no trágicos, puesto que desde un principio, Constanza se sintió impulsada a confiar enteramente en Dios, cuya gracia no le faltó por cierto. El matrimonio subsistió durante diecinueve años y de él nacieron tres hijos. Dos murieron en la infancia y el tercero, Carlos, sólo vivió hasta cumplir los dieciséis años, pero su recuerdo perduró durante toda la vida de su madre.
Gaetano Buzecchi murió en 1854 y dejó a su viuda provista de una considerable fortuna. El hecho de que los huérfanos desamparados de la comarca fueran, a fin de cuentas, los únicos herederos de aquella fortuna, se debió a una frase casual del cura de la parroquia de Constanza. Desde el momento en que la escuchó, la rica viuda se llevó a vivir a su casa de Comonte, en Seriate, población de la Lombardía, a dos niños sin padres y formuló la determinación de dedicar su persona, sus medios y energías, al bienestar de los huérfanos y las huérfanas, hijos de campesinos especialmente, los que debían ser educados y adiestrados para la existencia y el trabajo en los campos.
Su primera ayudante, a la que consideró siempre como su mano derecha, era Luisa Corti. Sus consejeros y amigos fieles fueron el canónigo Valsecchi y el obispo de Bérgamo, Mons. Speranza. Por el otro lado estaban los que la consideraban «loca», como se lo dijo el obispo, a lo que ella repuso: «Es verdad que lo estoy; tengo la locura de la cruz». No pasó mucho tiempo sin que se le ofrecieran nuevas manos para ayudar en la obra y, en 1857, Constanza Cerioli hizo sus votos religiosos y tomó el nombre de Paula Isabel; a los pocos meses, el Instituto de la Sagrada Familia fue aprobado. Aumentó y prosperó con tanta rapidez que, en cinco años, se realizó la segunda parte del proyecto de la hermana Paula: una rama de hermanos de la misma congregación para que se hiciesen cargo de los huérfanos, que se estableció en Villa Campagna, cerca de Soncino, bajo la dirección de Juan Capponi, un alto empleado del hospital de Leffe.
Con su característica decisión, la hermana Paula dedicaba su trabajo a preparar a los niños y los jóvenes para la vida rural. Por aquellos días, la agricultura y los trabajadores del campo no eran un problema público tan importante como lo son hoy, y no es poco lo que Italia debe sobre este particular al Instituto de la Sagrada Familia, por la excelente enseñanza y la efectiva práctica agrícola que impartió en los establecimientos de niños huérfanos. Fue una circunstancia afortunada que aquella obra naciera precisamente en las proximidades de Mantua, la ciudad de Virgilio, de la cual dijo el poeta: «O fortunatos nimium, sua si bona norint, agricola» («¡si supieran los venturosos labradores la riqueza agrícola que allí tienen!») Una buena parte de la vocación de la hermana Paula consistió en dar a conocer esa riqueza a los labradores italianos, que vivían en la más atroz de las miserias. No sobrevivió por largo tiempo a la fundación de Villa Campagna. Siempre había sido de salud delicada, padecía de una leve deformidad en la espina dorsal y su corazón le causaba constantes molestias. Murió en Comonte, en la madrugada de la víspera de la Navidad de 1865, mientras dormía. Había dado el nombre de la Sagrada Familia a su fundación a causa de su profunda veneración por san José, y no podría haber elegido mejor fecha para su muerte que aquella vigilia de Navidad. La tranquilidad con que pasó a mejor vida, fue una digna coronación de una existencia que, no obstante su gran actividad externa, se caracterizó por una extraordinaria paz interior fincada en una serena devoción por Jesucristo. La Hermana Paula Cerioli fue beatificada en 1950 y canonizada por SS Juan Pablo II el 16 de mayo de 2004.
Además de los documentos del proceso de beatificación, existen las «Memorias» de la Madre Corti y los escritos de la propia santa. La biografía que escribió Mons. P. Merati fue publicada en 1899. Los datos proporcionados por todos estos materiales fueron utilizados por el padre E. Federici en su bíografía oficial sobre la santa (1950).