Sobre Lidia no poseemos más datos que los escasos que nos traen Hechos de los Apóstoles 16,13-15:
«Nos embarcamos en Tróada y fuimos derechos a Samotracia, y al día siguiente a Neápolis; de allí pasamos a Filipos, que es una de las principales ciudades de la demarcación de Macedonia, y colonia. En esta ciudad nos detuvimos algunos días.
El sábado salimos fuera de la puerta, a la orilla de un río, donde suponíamos que habría un sitio para orar. Nos sentamos y empezamos a hablar a las mujeres que habían concurrido. Una de ellas, llamada Lidia, vendedora de púrpura, natural de la ciudad de Tiatira, y que adoraba a Dios, nos escuchaba. El Señor le abrió el corazón para que se adhiriese a las palabras de Pablo. Cuando ella y los de su casa recibieron el bautismo, suplicó: "Si juzgáis que soy fiel al Señor, venid y quedaos en mi casa." Y nos obligó a ir.»
En este breve pasaje hay, sin embargo, algunas cosas notables que al hilo de la conmemoración de la santa es bueno destacar: Vemos que la predicación era, para el momento, novedosa: de hecho Pablo se dirigió en esa ocasión específicamente a las mujeres. Es verdad que a las mujeres judías y prosélitas: Pablo se dirige, según su costumbre, primero a los judíos, y en este caso, como posiblemente hubiera muy pocos en la ciudad, que quizás no tenía sinagoga, la reunión sabática de oración era al aire libre. Se sugiere que Lidia era, al menos, prosélita: no sólo estaba en la reunión de oración sabática, sino que «adoraba a Dios», lo cual el texto no diría nunca de un pagano.
La ciudad de Filipos, en Macedonia, es hoy ruina de valor arqueológico en el término de la ciudad griega de Krínides. Allí vivía y trabajaba esta mujer que, sin embargo, no era de allí sino de Tiatira, en el reino de Lidia, lo que permite suponer que el nombre no sea el suyo propio sino más bien el nombre con el que se la conocía por su procedencia. Pero lo más destacable de Lidia es que la conversión de ella y su casa forma la primera iglesia doméstica fundada por san Pablo en tierra europea, en el tiempo de los humildes comienzos, que posiblemente debamos estar dispuestos a repetir.