En la segunda mitad del siglo IV, los cristianos de Roma resultaban ser muy numerosos. Incluso hay algunos de más: porque en medio de los sinceros creyentes, se infiltran también los intrigantes y codiciosos de siempre, que deslucen a la Iglesia. «Con estos alrededor, volverse santo resulta riesgoso», así se desahoga san Jerónimo (347-420), que como buen dálmata fogoso, exagera un poco. Pero de hecho habla de cosas vistas durante su estancia en la Urbe, en el contacto con los grupos cristianos, a cuyos peligros de contagio espiritual opone su fe, profundizada en el estudio y predicada con el ejemplo. En este tiempo Roma ha sido sustituida por Milán como capital de hecho, y es muy poco frecuentada por los emperadores, siempre en guerra en los confines del Imperio.
En ese tiempo vive Lea, a la que solamente conocemos gracias a san Jerónimo. Le habla sobre ella en una carta a la gentil santa Marcela, animadora del cristianismo integralmente vivido, que ha dado vida a una comunidad femenina de tipo casi monástico en su residencia del Aventino. También Lea es de familia noble: quedó viuda a joven edad, y parece que debía volver a casarse con un personaje ilustre, Vezzio Agorio Pretextato, llamado a asumir la dignidad de cónsul. Pero en lugar de eso ingresa en la comunidad de Marcela, donde se estudian las Escrituras y se reza en comunidad, viviendo en castidad y pobreza. Con esta opción, Lea da vuelta de cabeza a los modos y costumbres de su vida para, como diríamos nosotros, dar un «mensaje fuerte». San Jerónimo escribirá sobre ella: «Maestra de perfección para las otras, más con el ejemplo que con la palabra, fue de una humildad sincera y profunda que, después de haber tenido mucha servidumbre a sus órdenes, se consideró a sí misma como una sierva».
Marcela tiene en ella una confianza total, tanto que le encarga formar a las jóvenes en la vida de fe y en la práctica de la caridad solitaria y silenciosa. Seria difícil, escribe san Jerónimo, reconocer en ella a la aristócrata de otro tiempo, ahora que ha «mudado los delicados vestidos por la ruda túnica», y come como comen los pobres a los que socorre. Ése es su estilo, bajo el signo de la reserva; obrar en silencio, enseñar con los hechos. Hace tan poco ruido que no se sabe de ella más nada, e ignoraríamos incluso su existencia si san Jerónimo no la hubiese recordado en esta carta, cuando ella ya había muerto, y había sido sepultada en Ostia. Era posiblemente el año 383.
Traducido para ETF, con escasos cambios, de un artículo de Domenico Agasso en Famiglia Cristiana. Ver Acta Sanctorum, marzo, III, 383-384, donde se reproduce en latín el fragmento de la carta XXIV de san Jerónimo a santa Marcela donde el santo hace el elogio de Lea; también se encontrará en castellano en el Epistolario de san Jerónimo, edición BAC, tomo I, con el número 23, pág 261 en la edición bilingüe de 1993.