Nació Isabel Ana Bayley el 28 de agosto de 1774, en Nueva York, y fue hija del doctor Richard Bayley, competente médico, y de Catherine Charlton, su esposa. Ambos profesaban la religión cristiana protestante, y pertenecían a la Iglesia episcopaliana, en cuyo rito bautizaron a la niña. El doctor Bayley, muy dedicado a su profesión, se alejaba con frecuencia de su hogar, y pasaba largas temporadas estudiando medicina en Inglaterra. Esto le impidió dar el amor que debía a su familia, si bien no descuidó la educación de sus hijos y les proporcionó buenos maestros. Isabel era muy pequeña, de unos cuatro años, cuando murió su madre. Un año después, el doctor se casó de nuevo con Charlotte Amelia Barclay, que, si bien no desatendió a la niña en lo necesario, no le dio el cariño que ella tanto necesitaba. Isabel tuvo otras hermanas, María y Catalina (Kitty), que murió. Un día alguien le preguntó: «¿Estás triste por la muerte de tu hermanita?» y ella respondió: «No, porque Kitty ya se fue al cielo. ¡Ojalá me pudiera ir yo también allá con mi mamá!» Las penas, en vez de hacer de Isabelita una niña amargada, la acercaban más a Dios, tanto que de ella puede decirse que siempre vivió pensando en Dios, en la salvación de su alma, y en la eternidad.
Hubo dificultades entre el doctor y su segunda esposa, y a consecuencia de ellas Isabel tuvo que alejarse a vivir como de limosna en casa de una tía. Contrajo matrimonio, siendo muy joven, con un comerciante acomodado llamado William Seton, y de él tuvo cinco hijos. Al principio los negocios iban bien, pero a causa de la mala administración y del hundimiento de un buque con mercancías, William Seton hubo de declararse en quiebra. Además, desde antes de casarse, ya padecía de tuberculosis, y su estado era muy delicado. Un buen italiano, Antonio Filicchi, amigo de Seton, le ofreció un viaje a Italia, por ver si se reponía, y los dos esposos, con su hija mayor, Ana, lo emprendieron. La salud de William mejoró durante el viaje, pero una terrible cuarentena que hubo de pasar al llegar a Liorna en Italia, a causa del temor de que llevaran la fiebre amarilla, que reinaba en Nueva York, acabó con la vida del pobre enfermo, que murió en el lazareto, dejando a su esposa viuda, en el extranjero, y sola.
Los hermanos Filicchi, Antonio y Felipe, sinceros católicos, y la esposa del primero, Amabilia, atendieron solícitamente a Isabel, y tuvieron gran parte en despertwr-en ella el deseo de hacerse católica, sobre todo porque ella, que amaba mucho a Nuestro Señor Jesucristo, comenzó a ver que los católicos reciben realmente a Jesús, presente en la Eucaristía, y no simbólicamente como los protestantes. Antonio Filicchi, de regreso a los Estados Unidos, acompañó a la pobre viuda y a su hijita, y siguió instruyéndola discretamente. Algunos años después, habiendo vencido una terrible crisis de dudas, Isabel fue recibida en la Iglesia católica y pudo comulgar como ella tanto lo deseaba. Desde entonces, la Eucaristía fue su vida y su consuelo.
Para ayudarse, Isabel había establecido una escuelita para sus hijos y otros niños, pero su conversión la hizo sospechosa a los protestantes, que creían que ella influía con sus ideas en los demás niños, por lo cual, después de varias deliberaciones, e invitada por un sacerdote que la había ayudado, se trasladó a Baltimore con sus dos hijos y sus tres hijas, todavía muy pequeños. Allí, siguiendo las indicaciones del obispo, monseñor Carroll, que deseaba establecer una congregación religiosa que atendiera a la educación católica de los niños, quedó como fundadora de las Hermanas de la Caridad, que por el pueblo fueron llamadas de San José.
Un generoso bienhechor, llamado Cooper, dio la cantidad necesaria para la fundación, y en ésta pudo Isabel, convertida apenas hacía cuatro años, adaptar las reglas de las Hijas de la Caridad de San Vicente a la enseñanza y al cuidado de los pobres, siendo al mismo tiempo madre de familia y superiora religiosa. Entre otras religiosas, pudo admitir a los votos a su hija mayor Ana, ya moribunda, que contrajo la misma terrible enfermedad de que murió su padre. Vio morir también en sus brazos a Rebeca, su última hija, y dejó encaminados a sus dos hijos, Guillermo y Ricardo, y a su tercera hija. Si algo puede llamarse característico de la santa, ello fue su infinito anhelo de ver a Dios en el cielo, y su amor tiernísimo a su esposo y a sus hijos, cuya eterna salvación, lo mismo que la de todos sus parientes y amigos, era todo su anhelo. Fue beatificada por el papa Juan XXIII poco antes de morir, y canonizada en 1976 por SS Pablo VI.
Datos tomados del decreto de beatificación de la misma: Acta Apostolicae Sedis, 2 de mayo de 1963, y de la biografía Mrs. Seton Foundress of tke American Sisters of Charity, por Joseph I. Dirvin C. M., New York, Farrar Straus and Cudahy.