La leyenda de esta mártir de Occidente puede resumirse así: Cristina pertenecía a la familia romana de los Anejos. Desde muy joven, se convirtió al cristianismo y destrozó las imágenes de oro y plata de los dioses lares que había en la casa de sus padres y vendió los fragmentos para repartir el producto entre los pobres. Lleno de cólera, el padre golpeó a su hija, le ató al cuello una piedra y la arrojó al lago de Bolsera, que estaba junto a su casa. Pero Cristina se salvó milagrosamente de perecer ahogada y su padre la denunció como cristiana, de suerte que debió comparecer ante los magistrados. El juez, cuando la joven rehusó renegar de su fe, la condenó a morir. Cristina quedó ilesa en un pozo lleno de serpientes venenosas y, luego de permanecer cinco días en un horno encendido, salió sana y salva. Entonces el juez le mandó cortar la lengua y la hizo morir atravesada por las flechas. El martirio tuvo lugar en la época de Diocleciano.
Santa Cristina fue antiguamente muy popular en el Occidente, pero más tarde se confundió su leyenda con la de santa Cristina de Tiro, tan popular como ella en el Oriente. Para identificar a ambas santas, se inventó la historia de la translación de las reliquias de Cristina de Tiro a Bolsena (aunque las reliquias de santa Cristina de Roma se hallan, según se dice, en Palermo). Según otra versión, citada por Alban Butler, el martirio de la santa occidental tuvo lugar «en Tiro, que era una ciudad que antiguamente estaba en una isla en el lago de Bolsena que fue más tarde cubierta por las aguas» (sic!).
La leyenda de la Cristina de Oriente, que es una colección de milagros absurdos, dice que la santa fue encarcelada por haberse negado a ofrecer sacrificios a los dioses. Cuando su madre fue a la prisión con el propósito de persuadirla a que abjurase de la fe, Cristina la rechazó y, como hija de Dios, se negó a reconocerla por madre. El juez la condenó a ser desgarrada con garfios; la joven cogió uno de los garfios y lo arrojó a la cara del juez. Los verdugos encendieron una hoguera para quemarla; pero el viento dispersó las llamas de la pira y produjo otros incendios en los que perecieron muchos hombres, dejando intacta a la mártir. Cristina fue entonces arrojada al mar; Cristo descendió personalmente del cielo a bautizarla «en el nombre de Dios, mi Padre y de su Hijo, que soy yo, y del Espíritu Santo», y san Miguel Arcángel la llevó ilesa a la costa. Esa misma noche, murió el juez que había condenado a Cristina. El substituto la condenó a morir en un caldero de aceite y pez hirvientes, en el que se encargaron de sumergirla cuatro hombres; pero la santa encontró muy agradable la tortura de la que, por supuesto, salió indemne. Entonces, los verdugos le rasuraron la cabeza y la condujeron desnuda por las calles de la ciudad hasta el templo de Apolo. Tan pronto como entró Cristina, la estatua del dios cayó al suelo y se hizo pedazos. Entonces murió el segundo juez. El tercero la condenó a ser arrojada a un foso de serpientes; pero de nuevo, los reptiles se abstuvieron de tocar a Cristina y atacaron en cambio al encantador, a quien la mártir se encargó de resucitar. Cuando el juez mandó que le fueran cortados los pechos, manó de las heridas leche en vez de sangre. Aunque se le había cortado ya la lengua, Cristina podía hablar sin dificultad. Cuando se la arrancaron la arrojó a la cara del juez, quien quedó tuerto. Finalmente la santa alcanzó la palma del martirio gracias a que una flecha le atravesó el corazón.
La identidad de la leyenda de las dos santas es cosa probada. En realidad no sabemos nada sobre Cristina de Bolsena. El hecho de que su fiesta se celebre en la fecha de hoy, procede sin duda de una confusión con Cristina de Tiro, de la que heredó también la absurda leyenda. Es muy dudosa la existencia de una mártir llamada Cristina relacionada en alguna forma con la ciudad de Tiro. Pero no carece de fundamento la tradición que sostiene que en Bolsena fue martirizada una doncella llamada Cristina, a la que se profesaba gran devoción. Las excavaciones llevadas a cabo en Bolsena han probado la existencia de una especie de catacumba en la que había un santuario dedicado a la santa. Como se comprenderá, esto es lo único verdaderamente cierto que podemos decir sobre la santa.
En el Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. II, artículo Bolsena, hay una reseña sobre las pruebas arqueológicas. Pennazi, Vita e martirio... della gloriosa S. Cristina (1725), resume las diferentes versiones de la leyenda. Cf. también Delehaye, Origines du culte des martyrs, pp. 181, 320; y Lexikon für Theologie und Kirche, vol. II, cc. 923-924.