Casilda era hija de Aldemón, rey de Toledo, cruel enemigo de los cristianos. Mientras su padre enviaba a prisión a los fieles discípulos de Cristo y los dejaba morir en sucias mazmorras, esta joven virgen, llena de compasión por todos los que sufrían, llevaba alimentos a los desgraciados prisioneros. El rey, su padre, tuvo conocimiento de ello y furioso, quiso espiar a su hija para asegurarse de lo que había oído decir. Pero en esa ocasión, iba a renovarse el milagro del pan convertido en rosas que encontramos en otras vidas de santos. Así, la joven, autorizada a proseguir su camino después del encuentro con su padre, vio que las flores volvían a convertirse en pan, cuando llegó a la prisión.
Casilda no era sino una catecúmena que deseaba ardientemente recibir la gracia del bautismo. Dios permitió que fuera tocada por un mal incurable y le reveló, en una visión, que recuperaría la salud en Burgos, al bañarse en el lago de San Vicente. Pidió a su padre permiso para ir allí. Este cedió a sus insistentes súplicas, y la curación tuvo lugar. Casilda, para señalar su agradecimento, hizo construir cerca del lago un oratorio y una pequeña habitación en donde, después de hacerse bautizar, pasó en el retiro el resto de su vida. Murió santamente el año de 1007. Muchos milagros se obraron en su tumba y su culto se extendió por toda España. Tamayo de Salazar inscribió su nombre en el Martirologio, el 9 de abril, día en que tuvo lugar la traslación de sus reliquias a la iglesia de Burgos.
Ver Acta Sanctorum, abril, I. La imagen muestra el cuadro, tan famoso como bello, de Zurbarán, acerca del milagro de los panes y las rosas.