A fines del siglo III, el emperador Maximiano fue a Marsella, que era la más floreciente y poblada de las Iglesias de la Galia. Su viaje alarmó y puso en guardia a los fieles. Un oficial cristiano del ejército romano, llamado Víctor, aprovechó la oscuridad de la noche para visitar a las familias y exhortadas a no temer la muerte corporal. Cuando la autoridades se enteraron de lo que hacía Víctor, le obligaron a comparecer ante los prefectos Asterio y Eutiquio, pero como el prisionero era una persona distinguida, fue remitido a Maximiano. La cólera del Emperador no amilanó a Víctor, y, como el tirano viese que sus amenazas no producían efecto alguno, mandó a los soldados que atasen aI oficial y le arrastrasen por las calles de la ciudad. Víctor compareció nuevamente ante los prefectos, cubierto de heridas sangrantes. Asterio y Eutiquio le exhortaron a adorar a los ídolos, pero el mártir, lleno del Espíritu Santo, manifestó: «Desprecio a vuestras divinidades y confieso a Jesucristo. Torturadme a vuestro placer». Asterio le mandó atormentar cruelmente en el potro. El mártir pidió fuerza a Dios y, entonces, se le apareció Jesucristo con la cruz a cuestas, le dio el beso de paz y le dijo que Él sufría en cada uno de sus mártires y los coronaba después de la victoria. Estas palabras dieron fuerza a Víctor. Cuando los verdugos se cansaron de atormentarle, el prefecto dio orden de que le arrojasen en un calabozo. A media noche, Dios envió a sus ángeles a consolar al mártir: la prisión se iluminó con una luz más brillante que la del sol, y Víctor oyó a los ángeles cantar las alabanzas al Creador. Al ver la luz, tres de los guardias se arrojaron llenos de temor a los pies del mártir y le pidieron el bautismo. Con ellos mandó llamar san Víctor a unos sacerdotes y, aprovechando la oscuridad de la noche, el prisionero y los sacerdotes llevaron a los guardias a la playa y san Víctor «los sacó del agua», es decir, fue su padrino de bautismo. Después, retornó con ellos a la prisión.
Cuando Maximiano se enteró de la conversión de los guardias, montó en cólera y mandó que éstos, junto con Víctor, fuesen conducidos inmediatamente a la plaza central. La chusma insultaba a san Víctor para que hiciese volver a los convertidos a la religión pagana, pero el mártir respondió: «No puedo deshacer lo que está bien hecho». Los tres soldados perseveraron en la fe y fueron decapitados. Víctor, después de haber sido apaleado y azotado, retornó a la prisión, donde estuvo tres días más. Entonces, Maximiano le mandó comparecer nuevamente ante el tribunal y le ordenó que ofreciese incienso a la estatua de Júpiter que había mandado colocar sobre un altar para el caso. Víctor se dirigió al altar y lo derribó a puntapiés, según se cuenta también de otros mártires. El emperador mandó que le cortasen inmediatamente el pie, y le condenó a morir aplastado bajo una piedra de molino. Los verdugos rodaron la piedra, pero ésta se quebró antes de aplastar al santo. Entonces, los soldados le decapitaron. Los cuerpos de los mártires fueron arrojados al mar, pero las olas los depositaron en la playa y los cristianos les dieron sepultura en una cueva. El autor de las «Actas» añade: «Hasta el día de hoy han realizado numerosos milagros, y Dios concede innumerables beneficios, por Nuestro Señor Jesucristo, a quienes invocan los méritos de los mártires».
Las «Actas», en las que se basa lo que sabemos sobre san Víctor, pertenecen a la categoría de «novelas hagiográficas», en las que lo verdadero y lo legendario se mezclan de tal modo, que es muy difícil -o simplemente imposible- averiguar los hechos históricos. Sin embargo, a pesar de las adiciones legendarias en la historia del santo, consta por el testimonio de Gregorio de Tours y de Venancio Fortunato que su tumba en Marsella era uno de los sitios de peregrinación más famosos de la Galia.
Las «Actas» pueden verse en Acta Sincera de Ruinart, y en Acta Sanctorum, julio, vol. V. Muy probablemente el nombre de san Víctor figuraba en el texto original del Hieronymianum. Cf. Delehaye, Comentario sobre el Martirologium Hieronymianum, p. 389; y E. Duprat, Mémoires de l'Institut historique de Provence, vol. XX y XXI (1943-1944). En la imagen: relieve en piedra que representa a san Víctor en el caballo, de 1360/70, en el coro d ela iglesia de Saint-Victor en Marsella.