San Valerio nació en Auvernia, en el seno de una familia humilde. El santo, que era pastor, se las arregló para aprender a leer mientras cuidaba el ganado y llegó a conocer de memoria el salterio. Un día, su tío le llevó a visitar el monasterio de Autum; Valerio insistió en quedarse y su tío le permitió continuar allí su educación, aunque no es del todo cierto que el santo haya tomado el hábito en ese convento. Algunos años después, pasó a la abadía de San Germán de Auxerre; pero no parece que haya vivido allí mucho tiempo. En aquella época los monjes podían pasar libremente de un convento a otro; algunos eran simplemente espíritus inquietos, incapaces de establecerse en un sitio, pero otros cambiaban de monasterio por verdadero espíritu de perfección, en busca de directores espirituales capaces de ayudarlos a santificarse. San Valerio se contaba entre estos últimos. La fama de san Columbano y sus discípulos le movió a ir a Luxueil para ponerse bajo la dirección del gran santo irlandés. Con él fue su amigo Bobo, un noble a quien Valerio había convertido y que abandonó todas sus posesiones para seguirle. Ambos se establecieron en Luxeuil, donde encontraron el director espiritual y la forma de vida que necesitaban. San Valerio estaba encargado de cultivar una parte del huerto. Los otros monjes consideraron como un milagro que los insectos no atacasen la parte del huerto confiada a Valerio, en tanto que devastaban todo el resto; también parece que esto fue lo que movió a san Columbano, quien tenía ya una idea muy elevada de la santidad de Valerio, a admitirle a la profesión después de un noviciado excepcionalmente breve.
El rey Teodorico expulsó al abad del monasterio y sólo permitió que partiesen con él los monjes irlandeses y bretones. San Valerio, que no quería quedarse en el monasterio sin su maestro, obtuvo permiso de acompañar a un monje llamado Waldolano, quien iba a partir a una misión de evangelización. Se establecieron en Neustria, donde predicaron con gran libertad; la elocuencia y los milagros de Valerio lograron numerosas conversiones. Sin embargo, el santo se sintió pronto llamado de nuevo a retirarse del mundo, esta vez a la vida eremítica. Siguiendo el consejo del obispo Bercundo, escogió un sitio solitario cerca del mar, en la desembocadura del río Somme. Pero, a pesar de todos sus esfuerzos por ocultarse, no consiguió permanecer ignorado; pronto se le reunieron algunos discípulos y las celdas empezaron a multiplicarse en lo que más tarde se convertiría en la célebre abadía de Leuconay. San Valerio partía, de vez en cuando, a predicar misiones en la región; obtuvo un éxito tan grande, que se cuenta que evangelizó no sólo lo que ahora se llama Pas-de-Calais, sino toda la costa oriental del estrecho.
San Valerio era alto y de figura ascética; su singular bondad suavizó la rigidez de la regla de san Columbano con excelentes resultados. Los animales acudían a él sin temor: los pájaros iban a posarse sobre sus hombros y a comer en sus manos; en más de una ocasión, el buen abad dijo a los que iban a visitarle: «Dejad comer en paz a estas inocentes criaturas de Dios». San Valerio gobernó el monasterio durante seis años por lo menos y murió hacia el año 620. Los numerosos milagros que obró después de su muerte, contribuyeron a propagar rapidamente su culto. Dos poblaciones francesas le deben su nombre: Saint-Valéry-sur-Somme y Saint-Valéry-en-Caux. Ricardo Corazón de León trasladó las reliquias del santo a esta última ciudad, que se halla en Normandía, pero más tarde fueron nuevamente llevadas a Saint-Valéry-sur-Somme, a la abadía de Leuconay. Guillermo el Conquistador mandó exponer solemnemente sus reliquias para obtener del cielo un viento favorable a fin de que zarpara su expedición a Inglaterra.
Se dice que Raginberto, quien fue abad de Leuconay poco después de la muerte de san Valerio, escribió su biografía. Hasta hace algún tiempo, se pensaba que un autor posterior había conservado todo lo sustancial de dicha biografía, cambiando únicamente el estilo; pero Bruno Krusch parece haber demostrado que la obra de ese autor posterior, data del siglo XI y que se basa en otros documentos hagiográficos que no tienen nada que ver con san Valerio. Ver Monumenta Germaniae Historica, Scriptores Merov., vol. IV, pp. 157-175; ahí se encontrará un texto más moderno que el de los bolandistas y el de Mabillon. Pueden verse algunas críticas de la edición de B. Krusch en Wattenbach-Levison, Deutschlands Geschichtsquellen im Mittelalter Vorzeit und Karolinger, vol. I (1952), p. 137. En la imagen: san Valerio se le aparece a Hugo Capeto, de las Grandes Crónicas de Francia, siglo XIV.