En el Nuevo Testamento se nombra, con completa naturalidad, cierto conjunto de «hermanos y parientes» del Señor. Ya vemos cómo, en Mateo 13, la gente de su pueblo los conoce, o cómo en Marcos 3 Jesús opone el parentesco aparente de la carne, al auténtico de la fe; los vemos en Hechos 1 reunidos con los Apóstoles en oración y comunión, y presumiblemente, recibiendo también el Espíritu, e incluso conocemos un hermano muy prominente en la primera Iglesia -tanto que la tradición posterior no se resistió a confundirlo con un apóstol-: Santiago, el hermano del Señor, jefe de la Iglesia de Jerusalén. La mención de estos parientes era tan natural a quienes habían convivido con Jesús, que muy poco se ocuparon de dejar en claro qué posición ocupaban en la genealogía de Jesús, y sólo de unos pocos, apenas cuatro, nos dejaron su nombre: Santiago, José, Simeón y Judas (Mt 13,55). ¿Se trata de hermanos carnales? podrían serlo, a través de un primer matrimonio de José; ¿se trata de primos hermanos? es verdad que la palabra griega que se usa (adelphós) quiere decir claramente "hermanos", pero podría estar traduciendo el concepto arameo de «'ajá», que significa «hermano», pero de tal manera que puede abarcar con naturalidad también a los primos.
Sea como sea la explicación, en algún momento, hacia fines del siglo I, la predicación cristiana se comenzó a sentir incómoda por esta referencia: había que poder «controlar» el dato, saber mejor a qué información se refería. Comenzó un complejo trabajo, en gran medida inconsciente y no relacionado sólo con este aspecto, de armonización de los datos que «no cerraban». Un trabajo de tal eficacia que ha atravesado casi 1800 años, y recién se ha puesto en duda la solidez de esa información a partir del siglo XIX; y hay que decir que en parte de la predicación popular actual aun se le sigue dando crédito como si esas armonizaciones surgieran con naturalidad del Evangelio o ayudaran a comprenderlo mejor.
Dentro de esos datos armonizados están, como no, los pocos que conocemos sobre este Simeón, «segundo obispo de Jerusalén, y hermano del Señor». Se dice de él que era hijo de Cleofás (o Clopás), hermano de san José, ¿por qué? Porque en Marcos 15,40 se dice: «Había también unas mujeres mirando desde lejos, entre ellas, María Magdalena, María la madre de Santiago el menor y de Joset, y Salomé» Ahora bien, en Juan 19,25 se dice que «junto a la cruz de Jesús estaban su madre y la hermana de su madre, María, mujer de Clopás...», por tanto, esta madre de Santiago y Joset debe ser la mujer de Clopás, además de tía de Jesús por parte de su madre. Pero si en la lista de Mt 13,55 nombraba a Santiago y Joset junto con Simeón y Judas, entonces podemos deducir que Simeón y Judas son hijos de Clopás... ¿podemos afirmar entonces que es hijo de Cleofás? sí, claro, podemos afirmarlo, pero habremos de reconocer que el argumento es un tanto débil, podría ser hijo de media Galilea sin que nosotros llegáramos a enterarnos. Y ni hablemos de cuando a estos escuetos datos se comienzan a sumar las fantasías sin límites de los apócrifos.
En realidad deberíamos aceptar la «ascesis de cotilleo» que nos propone el Nuevo Testamento, y no lanzarnos a inventar sobre los personajes lo que no han querido consignar los que fueron testigos directos del entorno de Jesús. Más bien el conocimiento que nos propone el Nuevo Testamento nos puede servir no para enterarnos de algo tan inútil como si Simeón es hermano por vía de José o primo por vía de Cleofás, sino para darnos cuenta que la realidad de la Iglesia del primer siglo fue muy compleja, más de lo que imaginamos, y que junto a los elegidos por Jesús -los que resumimos en la mención de «los Doce»- también tenían fuerza y palabra ese impreciso grupo de «parientes del Señor» que durante unos años disputaron con los apóstoles por lo que debía considerarse la sucesión correcta en la dirección de la Iglesia.
Tal fuerza habrá tenido este grupo de parientes -aunque no sobrevivió al fin del siglo primero- que la tradición recuerda vagamente que la Iglesia de Jerusalén estaba en manos de ellos: primero a través de Santiago, el hermano del Señor, y, muerto éste, quizás hacia el 66, a través de Simeón, el santo que hoy conmemoramos. Este detalle no viene en Hechos de los Apóstoles, pero nos llega por medio de la Historia Eclesiástica de Eusebio de Cesarea, quien en III,11 dice: «Tras el martirio de Santiago y la inmediata toma de Jerusalén, cuenta la tradición que, viniendo de diversos sitios, se reunieron en un mismo lugar los apóstoles y los discípulos del Señor que todavía se hallaban con vida, y juntos con ellos también los que eran de la familia del Señor según la carne (pues muchos aún estaban vivos). Todos ellos deliberaron acerca de quién había de ser juzgado digno de la sucesión de Santiago, y por unanimidad todos pensaron que Simeón, el hijo de Clopás (a quien también menciona el texto del Evangelio), merecía el trono de aquella región, por ser, según se dice, primo del Salvador, pues Hegesipo cuenta que Clopás era hermano de José.»
Este mismo Hegésipo que menciona Eusebio como fuente, transmite el dato -que el mismo Eusebio recoge- de que Simeón murió martirizado a edad muy avanzada, ciento veinte años, en una persecución romana a los judíos descendientes de David (entre los cuales, por supuesto, están los parientes del Señor), persecución cuya única noticia histórica es ésta. De todo esto concluye Eusebio: «Calculando un poco se puede decir que Simón vio y oyó en persona al Señor, tomando como prueba su larga edad y la referencia, en los Evangelios, a María de Clopás, el cual, como ya mostramos, era su padre.» (III,32).
Bibliografía: Sobre «los Doce» y «los hermanos» puede leerse la sección correspondiente de «Aspectos del pensamiento neotestamentario», en Comentario Bíblico San Jerónimo, tomo 5, 752ss, o, por supuesto, cualquier otra introducción crítica a la primitiva historia de la Iglesia. Los datos de Eusebio pueden leerse en la propia Historia Eclesiástica, que es siempre un gusto leer directamente. La noticia del Butler-Guinea, 1966 (colocada el 18 de febrero) resume muy bien los datos tradicionales, y aunque no hace la crítica, señala lo difícil que es sostenerlos. Sobre el proceso de armonización de datos propio de los siglos II-III hay escasa bibliografía no especializada, pero puede seguirse en otras noticias de santos del NT que he ido presentando en este martirologio, por ejemplo: las santas María de Cleofás y Salomé, san Bartolomé apóstol o san Marcos evangelista.