Según se dice, san Simeón era armenio. El año 982, hizo una peregrinación a Jerusalén y, después, se trasladó a Roma. Ahí fue acusado de herejía, pero el papa Benedicto VII, que mandó examinar su doctrina, le declaró ortodoxo. El santo viajó algún tiempo por Italia, hizo peregrinaciones a los santuarios de Santiago de Compostela y San Martín de Tours y retornó a Lombardía. Para entonces, ya era muy famoso por su caridad y sus milagros. Los habitantes de Mantua quedaron admirados al ver a san Simeón jugando tranquilamente con el león de un circo. El santo ingresó finalmente en el monasterio benedictino de Padilirone, de la reforma cluniacense, en el que pasó el resto de su vida. Los milagros que se atribuían a san Simeón llamaron la atención de la Santa Sede, y el Papa Benedicto VIII aprobó oficialmente su culto.
Es posible que el autor de la «Vida de san Simeón» (ver en Mabillon y Acta Sanctorum, julio, vol. VI) haya sido contemporáneo del santo, pero, en todo caso, era extremadamente crédulo.