La conquista sarracena de la isla de Sicilia en el 827 (luego de 300 años de incursiones y pillaje por parte de los piratas), acabó con el larguísimo desarrollo del cristianismo griego en ella (que dependía directamente del Imperio Bizantino), y si bien dio lugar a un florecimiento de la vida monástica basiliana (es decir, de regla oriental) en el resto de Italia, por los monjes que huyeron de la invasión, también acabó con casi todos los testimonios históricos de la fe cristiana anterior.
Uno de los tantos efectos de esto es que de muchos santos apenas se ha conservado el nombre, como es precisamente el de san Severo, obispo de Catania, y que aparece también en los menologios griegos como confesor, lo que podría hacer pensar que tuviera alguna relación con el conflicto iconoclasta, que por esas mismas fechas se libraba en la cristiandad oriental.
Sólo sabemos de él que murió un 24 de marzo (la fecha es coincidente en todas las fuentes) de un año en torno a los inicios del siglo IX, posiblemente el 814. Su culto, aunque lamentablemente no la memoria de sus hechos, se mantuvo vigente, y la misa y oficio propio para la iglesia de Catania fueron aprobados en 1628, bajo el papa Urbano VIII, lo que puede considerarse una confirmación de culto.
Los escasos testimonios se encuentran en Acta Sanctorum, marzo, III, pág. 487.