San Servacio había nacido probablemente en Armenia. Durante el destierro de san Atanasio, le ofreció hospedaje a éste y defendió la causa del gran patriarca en el Concilio de Sárdica. Después del asesinato de Constante, el usurpador Majencio envió a san Servacio y a otro obispo a Alejandría para defender su causa ante el emperador Constancio. La embajada no tuvo éxito, pero san Servacio tuvo ocasión de volver a ver en Egipto a san Atanasio. El año 359, san Servacio asistió al Concilio de Rímini, donde se opuso valientemente a la mayoría arriana, junto con san Febadio, obispo de Agen; sin embargo, ambos santos se dejaron engañar por la fórmula que se firmó ahí, hasta que los ilustró san Hilario de Poitiers.
San Gregorio de Tours cuenta que san Servacio predijo la invasión de los hunos a las Galias y que, con el ayuno, la oración y una peregrinación a Roma, trató de evitar esa catástrofe. El santo emprendió la peregrinación a Roma en espíritu de penitencia para encomendar su grey a los dos grandes Apóstoles. Casi inmediatamente después de su regreso a Tongres, contrajo la peste y murió. Algunos autores sostienen que murió en Maestricht. En ese mismo año, la ciudad de Tongres fue saqueada; pero la profecía de san Servacio se cumplió plenamente setenta años más tarde, cuando Atila y los hunos invadieron y asolaron toda la región.
En los Países Bajos se profesaba gran devoción a san Servacio en la Edad Media, y las leyendas sobre él se multiplicaron. Las reliquias del santo se conservan en Maestricht, en un hermoso relicario antiguo; también se conservan su báculo, la copa en que acostumbraba beber, y su llave de plata. Según la tradición, el mismo san Pedro le dio esa llave en Roma, durante una visión; pero en realidad se trata de una de las Claves Confessionis S. Petri [«llave de la confesión de San Pedro»] que los Papas solían regalar a algunos personajes distinguidos, fundidas con un poco del acero de las cadenas de San Pedro. Otra tradición cuenta que la copa había sido regalada a san Servacio por un ángel y que tenía la propiedad de curar la fiebre.
Las actas de San Servacio son, en realidad, obra de Herigero, abad de Lobbes (siglo X); se hallan reproducidas, en parte, en Acta Sanctorum, mayo, vol. III. Recientemente se han descubierto algunos textos más antiguos; pueden verse en Analecta Bollandiana, Vol. I (1882), pp. 88-112, y en G. Kurth, Deux biographies de St Serváis (1881). Véase también G. Kurth, Nouvelles recherches sur St Serváis (1884); A. Proost, Saint Serváis (1891); F. Wilhelm, (1910); G. Gorris (1923); Duchesne, Fastes Episcopaux, vol. m, p. 188; y Anallecta Bollandiana, vol. IV (1937), pp. 117-120. El culto de san Servacio fue muy popular y la literatura sobre él es considerable. Sobre las llaves de San Pedro, cf. Dictionnaire d'Archéologie chrétienne et de Liturgie, vol. III, c. 1861.
En la imagen, frente del relicario de san Servacio que se conserva en Maastricht, del siglo XII.