La actual ciudad italiana de Troia, en la Apulia, fue fundada hacia el 1020; sin embargo, esa fundación tuvo un precedente de varios siglos en la ciudad de Aica, que fue fundada en época precristiana y subsistió por siglos. Lamentablemente es escasa la documentación acerca de esa temprana historia de la ciudad. Pero precisamente cuando se estaba construyendo la ciudad de Troia, se encontraron los restos de un obispo que estaba inscripto como san Secundino, y envuelto en una sucia sábana. El hallazgo mismo se consideró milagroso, y el pueblo comenzó a venerarlo.
Pero el obispo de Troia dudó de la veracidad del hallazgo, es decir, de que se tratara realmente de un santo varón, del momento en que tan pocos datos había -sólo los restos y el nombre, sin referencia a la época ni a ninguna circunstancia de su vida-. Por esos días fue atacado de un profundo dolor en el costado, y sus presbíteros le recomendaron rezarle a las reliquias del nuevo santo; así lo hizo, y fue sanado inmediatamente, por lo cual comprendió que ese milagro era un signo del cielo para validar el hallazgo. A este signo siguieron otros, de tal modo que la veneración de los troianos por este ignoto obispo ya no cesó.
Lamentablemente, hoy como entonces, todo lo que tenemos es estas reliquias, su nombre, y la posibilidad de que haya sido obispo hacia los siglos V o VI. Se conservan dos historias del hallazgo, una contemporánea de los hechos, de autor anónimo, y muy breve, la otra de un monje que escribe poco después, y se explaya sobre los milagros realizados por mediación de las reliquias. La fecha del 11 de febrero es la de esta "inventio" (hallazgo). El santo es, naturalmente, copatrono de la ciudad.
Las dos historias de la inventio pueden leerse en Acta Sanctorum, febrero II, pág 529ss.