Este santo monje nació en la pequeña localidad de Mesmont, en Borgoña. Durante algún tiempo vivió solitario en los bosques de Verrey-sous-Drée, en una choza que él mismo construyó con troncos y ramas. Se afirma que ningún día probaba bocado hasta haber recitado el salterio completo. El obispo de Langres lo elevó al sacerdocio cuando el santo era todavía muy joven. Como consecuencia de aquella temprana ordenación, fue víctima de las oposiciones y aun de las persecuciones de algunos miembros del clero y, para escapar a ellas, tomó la prudente medida de ponerse a las órdenes y bajo la dirección del santo abad Juan, que gobernaba el monasterio de Réomé. Ahí se perfeccionó en el estudio de las Sagradas Escrituras y en la práctica de todas las virtudes religiosas. Al cabo de algún tiempo, construyó un monasterio en los bosques de Segestre, cerca de las fuentes del río Sena, y los monjes que vivieron ahí contribuyeron en gran medida a civilizar a los pobladores de la comarca que, según se dice, practicaban el canibalismo.
La aldea que con el tiempo se construyó en torno a la abadía, llevó el nombre de Saint-Seine en honor del fundador. La disciplina regular que estableció éste en el monasterio, le dio mucha fama y atrajo a numerosos discípulos. Dios le otorgó la gracia de obrar milagros. En los martirologios más antiguos se le menciona con el nombre de san Sigón. El Hieronymianum, por ejemplo, conmemora a san Secuano con estas palabras: «depositio sancti Sigonis, presbiteri et confessoris», pero San Gregorio de Tours, que habla de él en época todavía más antigua, le llama «Sequanus».
Hay una biografía anónima impresa en el Acta Sanctorum, sept. vol. VI, pero su valor histórico es muy relativo.