San Romualdo, de la familia de los Onesti, duques de Ravena, probablemente nació en el año 950. La afirmación de su biógrafo, san Pedro Damiano, de que vivió hasta la edad de 120 años es ahora rechazada universalmente. Aunque creció como un joven mundano, esclavo de sus pasiones, algunas veces aspiró a ideales más elevados. Su padre, cuyo nombre era Sergio, había determinado decidir en un duelo la disputa que tenía con un pariente por una propiedad, y Romualdo fue espectador involuntario del encuentro. Sergio mató a su adversario y Romualdo, horrorizado, huyó al monasterio cercano de Sant' Apollinare-en-Classe. En esta casa pasó tres años en tal fervor y austeridad, que su observancia se convirtió en un vivo reproche para ciertos monjes relajados e infieles, que se exasperaron aun más cuando les censuró su conducta. Entonces, con el consentimiento del abad, abandonó el monasterio y se retiró a las inmediaciones de Venecia, en donde se sometió a la dirección de un ermitaño llamado Marino. Con él, Romualdo hizo grandes progresos en el camino de la perfección. Se dice que Romualdo y Marino tuvieron algo que ver con el retiro del dux de Venecia, san Pedro Orseolo, a Cuxa, y que allí vivieron por un tiempo como ermitaños. El ejemplo de san Romualdo tuvo tal influjo sobre su padre Sergio, que éste entró al monasterio de San Severo, cerca de Ravena, para reparar sus pecados. Después de algún tiempo tuvo la tentación de regresar al mundo, por lo que su hijo fue allá para disuadirlo de romper su propósito. Lo consiguió, y Sergio permaneció en el monasterio hasta el fin de su vida.
Parece que Romualdo pasó los siguientes treinta años fundando ermitas y monasterios por toda Italia. Permaneció tres años en una celda cercana a la casa que había fundado en Parenzo. Allí trabajó por un tiempo, experimentando gran sequedad espiritual, pero un día, de pronto, cuando estaba recitando las palabras del Salmista, «Te daré entendimiento y te instruiré», Dios lo visitó con una luz extraordinaria y un espíritu de compunción que desde entonces nunca le abandonó. Escribió una exposición de los Salmos llena de pensamientos admirables. Con frecuencia pronosticó cosas futuras, y daba consejos a todos los que iban a consultarle, inspirado por una sabiduría celestial. Siempre había anhelado el martirio, y por fin obtuvo licencia del Papa para predicar el Evangelio en Hungría; pero fue atacado por una grave enfermedad tan pronto como puso los pies en el país, y como el mal volvía cada vez que intentaba actuar, sacó como conclusión que esto era una clara indicación de la voluntad de Dios de que no lo quería ahí. Muy conforme, retornó a Italia, aunque algunos de sus compañeros fueron a predicar la fe a los magiares.
Posteriormente permaneció por bastante tiempo en Monte di Sitrio, pero allí fue acusado de un crimen escandaloso por un joven noble a quien había censurado por su vida disipada. Aunque parezca extraordinario, los monjes creyeron el embuste, le impusieron severa penitencia, le prohibieron que celebrase misa, y lo incomunicaron. Todo lo soportó en silencio por seis meses, pero entonces Dios lo amonestó para que no se sometiera más a sentencia tan injusta, pronunciada sin autoridad y sin sombra de fundamento. Pasó seis años en Sitrio guardando silencio estricto y aumentando sus austeridades en lugar de relajarlas, no obstante su ancianidad. Romualdo tuvo alguna influencia en las misiones a los eslavos y prusianos a través del monasterio de Querfurt en Pereum, cerca de Ravena, que Otto III fundó para él y san Bruno, en 1001. Un hijo del duque Boleslao I de Polonia era monje en este monasterio, y en nombre de su padre le obsequió a Romualdo un magnífico caballo. Él lo cambió por un asno, y declaró que se sentía más unido a Jesucristo, montado sobre tal cabalgadura.
El monasterio más famoso de todos los de san Romualdo es el de Camáldoli, cerca de Arezzo, en la Toscana, fundado por él alrededor del año 1012. Se halla más allá de una montaña, la cual desciende en su parte más alejada en un precipicio escarpado que mira a un agradable valle, que entonces pertenecía a un castellano llamado Maldolo, quien lo cedió al santo; de ahí le viene el nombre de Camáldoli (campo de Máldoli). San Romualdo edificó en este sitio un monasterio, y por las varias observancias que agregó a la regla de San Benito dio principio a una nueva congregación llamada Camaldulense, en la cual unió la vida cenobítica con la eremítica. Después de que su bienhechor había visto en sueños elevarse una escala desde la tierra al cielo, por la que subían religiosos vestidos de blanco, Romualdo cambió el hábito de negro a blanco. La ermita dista poco más de dos kilómetros del monasterio. Está en la ladera de la montaña, sombreada por un obscuro bosque de abetos. En ella hay siete manantiales de agua clara. La sola vista de esta soledad en medio de la floresta ayuda a llenar la mente de compunción y de amor a la contemplación. En el lado izquierdo de la iglesia está la celda en la cual san Romualdo vivió cuando reunió por primera vez a estos ermitaños. Sus celdas, construidas de piedra, cuentan cada una con un pequeño jardín rodeado de muros, y con una capilla en la cual el ocupante puede celebrar la misa.
Después de algunos años en Camáldoli, Romualdo retornó a sus viajes, y andando el tiempo murió, solo en su celda, en el monasterio de Val-di-Castro, el 19 de junio de 1027. Un cuarto de siglo antes había profetizado que le llegaría la muerte en dicho sitio y de esa manera. Su cuerpo incorrupto fue trasladó a Fabriano el 7 de febrero de 1481, y el Papa Clemente VIII añadió su nombre al calendario general en 1595, celebrándose su memoria en esa fecha de 7 de febrero, hasta la última reforma del Martirologio en que se cambió -como en la mayor parte de los casos en que fue posible hacerlo- por la de la fecha de su muerte, es decir, del nacimiento en el cielo.
La principal fuente de informes sobre la vida de San Romualdo es la biografía escrita por san Pedro Damiano, que se encuentra en el Acta Sanctorum, febrero, vol. II, y en muchas otras colecciones.
Imagen: fresco de Fra Angelico en el convento de San Marcos de Florencia, 1441/2.