A pesar de que hay pocos datos acerca de este san Rémy, su cronología episcopal está sufientemente bien establecida, lo que, dada su época, el siglo VIII, es mucho decir. Por lo pronto no debemos confundirlo con el más famoso san Rémy de Reims, que vivió dos siglos antes, y fue testigo, y en parte artífice, del paso de Francia a la fe cristiana; naturalmente, la mayor parte de biografías e imágenes de san Rémy se refieren a este último.
Nuestro más modesto de Rouen era hijo natural de Carlos Martel, el vencedor de la batalla de Poitiers y pacificador de las Galias, y su concubina (algunos historiadores dicen que esposa legítima) Suanichilde de Baviera; era por lo tanto hermano por parte de padre del rey Pipino el Breve. Su episcopado se desarrolló en sincronía con el reinado de este último.
No tenemos una fecha de nacimiento, pero sí de inicio de su episcopado: era abad en Fontanelle cuando fue elegido por el rey Pipino en el 755 para la sede de Rouen, encargo que parece bastante delicado ya que su antecesor, Ragenfridus, fue expulsado de su cargo por alguna clase de abuso cuyo detalle no nos ha llegado. Ocupó el puesto 28 o 29 en la sucesión episcopal de esta diócesis, creada, como la mayoría de las diócesis galas, en el transcurso del siglo III.
Se cuenta de él un caso curioso, que no habla muy bien de su santidad -dicho humanamente- pero sí deja clara la misericordia de Dios: fue enviado por Pipino a la abadía de Fleury con la misión de llevarse de allí (¡robarlas!) las reliquias de san Benito para trasladarlas a la abadía de Monte Cassino. Para ello entró furtivamente al templo junto con los suyos, pero Dios mismo protegió su santuario, y una repentina luz dejó ciegos a todos los intrusos, de tal manera que ni siquiera podían avanzar un paso. Dando gritos suplicaban auxilio, así que se acercaron al lugar no sólo los monjes sino el propio abad, quien sacó de la mano a los violadores del templo. Puestos en tierra confesaron el hecho y suplicaron misericordia, de modo que el abad, una vez ofrecidos los sacrificios penitenciales necesarios, los devolvió a sus lugares, y les dio las reliquias de san Benito, así que se pudo cumplir con el encargo. En agradecimiento, Pipino se tornó benefactor de la abadía. El caso lo cuenta el monje contemporáneo Adrevaldus, en el Libro de los milagros de San Benito, y es retransmitido por muchos otros comentadores medievales.
Realizó para la Santa Sede una gestión diplomática en nombre del papa Paulo I por la devolución de unas tierras que el rey longobardo Desiderio había confiscado, y que le valió al obispo un elogio por parte del papa ante Pipino. Pero posiblemente uno de los aspectos más destacados de su episcopado resulte ser la introducción del canto gregoriano en El norte de Francia: conoció Rémy esta modalidad litúrgica en su viaje a Roma, por lo que se trajo de allí un monje, llamado Simón, para que lo enseñara. Pero la tarea no estaba completa cuando Simón fue llamado de nuevo a Roma, por lo que Rémy, no queriendo perder tan preciado tesoro litúrgico, envió sus monjes a Roma a aprender y traer esos nuevos usos sacros.
En el 762 participa de un concilio local en Attigny, y es este el último hecho que tenemos de su episcopado, que finaliza con su muerte unos diez años más tarde, probablemente en el 772. En el siglo IX su cuerpo fue trasladado a Soissons junto con el de muchos otros santos, y en el 1090 volvieron a Rouen. En 1520 fueron trasladados algunos de sus restos al palacio imperial en Austria, y en 1562, al tomar los hugonotes la ciudad de Rouen, profanaron las reliquias y las incineraron.
Ver Acta Sanctorum, enero, II, pág 235ss. Un resumen, como siempre muy exacto e instructivo, en Duchesne, Fastes Episcopaux, II, pp. 209-210. Ver también Petits Bollandistes, de Gueron, pág. 474ss. La profanación de 1562 proviene exclusivamente del relato transcripto por Guerin, y no figura en Acta Sanctorum.