La antigua «Passio», atribuida a san Juan Damasceno, cuenta que hacia el fin del siglo VII Pedro era sacerdote en Capitolías, pueblo a varios kilómetros del lago de Tiberíades, y a 100 Km al sur de Damasco. Estaba casado y tenía tres hijos, un varón y dos mujeres; a los 30 años se sintió llamado a la vida de soledad, y con el consentimiento de su mujer se retiró a un eremo, después de haber colocado a sus dos hijas mayores en un monasterio fuera de la ciudad. Cuando el hijo tuvo doce años lo alojó en una celda vecina a la suya, para darle él mismo una formación espiritual.
Dejando aparte los demás detalles que la passio cuenta en relación a su familia, llegamos a que a los 60 años Pedro cae enfermo, perdiendo la esperanza de morir mártir, pero hizo un intento: mando llamar por medio de su siervo a los notarios musulmanes para dictar en su presencia el testamento; entonces hizo una pública confesión de fe cristiana, lanzando violentas invectivas contra el Islam. Los contrariados musulmanes, en vez de matarlo inmediatamente, decidieron pasarlo por alto, viendo su estado. Poco después llegó la noticia de su muerte; sin embargo, no era cierta, sino que más bien Pedro se restableció milagrosamente y se puso a predicar públicamente en la plaza.
La cuestión llega a oídos del Califa Walid I, que juzga a Pedro, y le ofrece la absolución a cambio de la apostasía. Puesto que el acusado no reniega de la fe, se le condena a muerte, tanto a él como a sus hijos. La pena se aplicará en su propia ciudad de Capitolías, no sólo para castigo de los reos sino para escarmiento de los demás, y consiste en una sucesiva aplicación de las más aberrantes torturas, que comienzan el día 10 de enero y concluyen el día 13, con la muerte del mártir.
De esta «Passio» se conserva una versión georgiana; fuera de ella, la mención del mártir es muy breve, apenas en los sinaxarios bizantinos, y está inscripto el 4 de octubre. Es difícil para nosotros admitir el criterio de martirio para muertes que en definitiva son provocadas por la propia víctima, como ocurre también en otros casos, como algunos de los «mártires de Córdoba». Se trata sin duda de casos límite, y que de ninguna manera deben tomarse como modelo de martirio cristiano, tan sólo constatar en ellos la intrepidez de la fe y la decidida resolución a entregar la vida entera por Cristo.
Sintetizado y completado a partir de un artículo de Antonio Borrelli en Santi e beati.